�rase una vez una ni�a de ojos negros, muy
guapa y bondadosa, que viv�a en los confines de un gran bosque.
Su familia hab�a luchado encarnizadamente en tiempos anteriores
para que el bosque fuera de todos, compartido, pero no pudo
conseguirlo, porque los amos se lo impidieron con la ayuda de un
mercenario y de muchas sotanas. Los padres de la ni�a no se
amilanaron y, para mantener encendida la llama de la
resistencia, llamaron a su hija Espa�ita Roja.
Una ma�ana, le dijo la mam�:
�Espa�ita, ve a llevarle estas medicinas a
la abuelita, que est� enferma en su casa al otro lado del
bosque.
La ni�a estaba orgullosa de su abuelita,
porque �sta, a pesar de los muchos a�os y de las derrotas
sufridas, nunca se hab�a puesto de rodillas e incluso se opon�a
con su d�bil voz a guerras lejanas de agresi�n, en las que los
amos del bosque contribu�an al asesinato de inocentes en nombre
de la justicia.
Espa�ita Roja se dirigi� rauda y veloz a
cumplir con los deseos de su mam�, pero al adentrarse entre los
�rboles, el sendero habitual ya no estaba all� y en su lugar
hab�a surgido una amenazadora urbanizaci�n. No se amedrent� y,
como era desenvuelta, dio un rodeo a la b�squeda de otra vereda.
La encontr�, mas no tard� en ver su avance interrumpido por uno
de los muchos incendios forestales con que los amos del bosque
suelen preparar el suelo para construir nuevas urbanizaciones.
Entonces, apareci� el Lobo Feroz, un
ejemplar de talla min�scula, espeso bigote, pelambrera hirsuta y
aullidos aflautados con acento de Valladolid.
�Espa�ita, �ad�nde vas?
�A llevarle estas medicinas a mi abuelita,
que est� enferma. Pero me he perdido.
El Lobo Feroz era el cancerbero de aquel
territorio. Fiel a los amos que serv�a, utilizaba sus afilados
colmillos para impedir la entrada en el bosque de extranjeros
pobres de otras razas que, seg�n corre el bulo, acuden por
oleadas a robar lo ajeno y perturban la paz ancestral. Mir� a la
ni�a con ojos codiciosos y le indic� por donde ir. Luego, como
conoc�a el latifundio palmo a palmo, tom� un atajo y se dirigi�
a la casa de la abuelita. La enga�� con falsedades para que
abriese la puerta, se la comi� cruda, se disfraz� con sus ropas,
apag� la luz y se acost� en el lecho todav�a caliente.
Toc, toc.
��Pasa, Espa�ita! �dijo el Lobo Feroz
afectando la voz.
El cuarto estaba en penumbra. Espa�ita
Roja se acerc� a la cabecera de la cama y comenz� a besar
afectuosamente al Lobo Feroz. Su aspecto, sin embargo, le
result� extra�o.
�Qu� orejas tan peludas tienes, abuelita.
�Son para o�rte mejor.
�Y qu� manos tan enormes.
�Son para acariciarte mejor.
�Y qu� respiraci�n tan agitada.
El Lobo Feroz ya no respondi�. �Para qu�
dar explicaciones? Ech� pie a tierra, decidido, y se abalanz�
sobre la ni�a. Los pajarillos, testigos de la escena, cesaron de
trinar.
Desde aquella ma�ana, por el bosque suena
de nuevo un ruido de sables, acompasado con frufr� de sotanas, y
en el aire s�lo queda la esperanza. Espa�ita Roja est�
malherida, pero alg�n d�a, cuando se recupere de la pesadilla,
har� honor a su nombre.