Los
cuentos de reinas y princesas suelen ser buen material para leer
en verano. El que ahora le ofrezco a vuesa merced es real como
la vida misma: real de realeza y de realidad.
�rase
una vez una aldea medieval llamada Mirambel, sita en el bajo
Arag�n, en una zona encantada del pa�s do florecen lugares
maravillosos, a tres pasos de esa otra ciudad inolvidable que es
Morella, en la Comunidad Valenciana. Mirambel est� ubicada al
pie de la monta�a de San Crist�bal, junto al r�o Cantavieja.
Quien todav�a no la haya visitado y desee imaginarla no tiene
m�s que leer La venta de Mirambel, novela donde el gran
P�o Baroja nos dej� una descripci�n pormenorizada del lugar.
Otra buena posibilidad de hacerse una idea de ella es navegando
en internet. El cuentecillo que aqu� voy a narrar ocurri� all�,
pero es in�dito, de tradici�n oral, de esos que corren de boca
en boca como las calumnias o las historias de aparecidos, y s�lo
hoy se publica por primera vez en letra impresa. O al menos eso
creo.
Hace unos a�os, ya en democracia, Mirambel
fue renovada a golpe de subvenciones. Por una vez, el dinero se
invirti� con se�or�o, pues no se malgast� en construir parques
tem�ticos oligofr�nicos de cart�n piedra, a los que tan devotos
son los homos zapl�nidos de aquestos lares, sino en
devolver su antiguo esplendor a un trozo de nuestro pasado. Y
as�, cuando el visitante abandona el autom�vil, fuera de las
murallas, y se adentra por solitarias calles empedradas que
hacen pensar en Calixto y Melibea, viaja en el tiempo hacia un
mundo que ya no existe y contempla palacios, conventos y
caserones como lo hac�an otrora los lugare�os del ayer. El
efecto es tan ver�dico que Mirambel mereci� el premio Europa
Nostra a la conservaci�n del patrimonio. La encargada de
entregarlo, en una solemne ceremonia, fue la reina de Espa�a y
aqu� comienza esta historia.
Un probo funcionario �nunca faltan por
aquestas tierras� supo que la Reina es muy estricta en cuesti�n
de higiene personal y no hace uso de cualquier retrete, como
vuesa merced o como yo, que en nuestra villan�a somos capaces de
ponernos en cuclillas y con el culo al aire debajo de un olivo.
Una reina, merced a Dios, es una reina, de manera que en las
alturas presupuestarias decidieron construirle, s�lo para ella,
lo que hoy en Mirambel se denomina El v�ter de la Reina,
un id�lico lugar que invita a so�ar y en el que, supongo yo, la
excelsa cer�mica de Manises est� impregnada de perfumes
embriagadores, capaces de diluir el olor intestinal �inoportuno,
a pesar de su linaje�, y todo ello amenizado con m�sica
estereof�nica de la�d para amortiguar las cantinelas que
acompa�an al descomer. S�, caro lector, un v�ter digno de Su
Majestad, como est� mandado.
Lleg� el d�a previsto, las autoridades
esperaban impacientes y las c�maras de TV1 piafaban como
caballos mec�nicos, al acecho de la retransmisi�n. Apareci� do�a
Sof�a, reparti� sonrisas, escuch� con estoicismo encantador los
discursos perge�ados por un an�nimo escribano y, cuando todo
acab�, entre v�tores de la plebe y bajo un sol de justicia,
sigui� camino, lejos de Mirambel, hacia otros actos oficiales...
sin ni siquiera llegar a sentarse en aquel trono real que le
hab�an preparado con tanto amor.
Lo que es la vida, pardiez.