Desde el final de
la guerra fr�a, algunos intelectuales y hombres
pol�ticos no cesan de proclamar que el ideal revolucionario es
una r�mora del pasado. Sin embargo, los latinoamericanos nos
recuerdan con insistencia que el fin de la historia no est� al
caer
[1] y en los �ltimos tiempos estamos asistiendo
a una aut�ntica revalorizaci�n de las izquierdas. En primer
lugar las izquierdas pol�ticas, con la conquista electoral de
varios gobiernos nacionales, entre ellos el de Hugo Ch�vez en
Venezuela, el del presidente �Lula� (Luis Inacio da Silva) en
Brasil y, recientemente, el del l�der del Frente Amplio
uruguayo, Tabar� V�squez. Pero tambi�n, y sobre todo, lo que
inquieta a las elites locales y por extensi�n a Washington es
la nueva radicalidad de las izquierdas sociales.
Los grandes levantamientos populares de
Argentina, Ecuador, Bolivia y Panam�, la inestabilidad cr�nica
de los gobiernos, las luchas de todo tipo contra las
privatizaciones, el proceso participativo de la revoluci�n
bolivariana en Venezuela, etc. hacen que la hegemon�a
neoliberal se vea cuestionada por la creciente ola de una
multitud de resistencias. Y todo ello con el tel�n de fondo de
una situaci�n catastr�fica, marcada por el aumento de las
desigualdades, la presencia de m�s de 225 millones de pobres y
una creciente p�rdida de legitimidad de los sistemas pol�ticos
establecidos.
Las
izquierdas latinoamericanas y la renovaci�n de los movimientos
sociales
No cabe duda de que la �gran patria� de Jos�
Mart� vive una innovadora din�mica contestataria:
�Han surgido nuevas fuerzas sociales
-movimientos vecinales de barrios pobres, movimientos de
mujeres, de campesinos sin tierra, de desempleados, de
ind�genas- que imponen nuevas exigencias al orden del d�a de
las luchas sociales, articulados con una cr�tica actualizada
del capitalismo�
[2]. Esta renovaci�n pretende conjugar
democracia social y pol�tica, igualdad y diversidad, y
construir �un mundo donde quepan todos los mundos�, con
el fin de rechazar la uniformidad de la mercantilizaci�n
globalizada, sin olvidar el internacionalismo. Los repertorios
de acci�n colectiva utilizados son tambi�n interesantes, pues
hacen hincapi� en la autogesti�n. Sin embargo, ello no
significa que las ocupaciones de f�bricas argentinas, los
medios colectivos de comunicaci�n venezolanos, el Movimiento
de los Sin Tierra brasile�o o los poblados zapatistas en
M�xico son el arquetipo de un movimiento social ideal y
totalmente nuevo: creerlo es olvidar lo esencial. En primer
lugar porque los diversos procesos se enfrentan a m�ltiples
divisiones y diferencias a causa de sus l�gicas intr�nsecas y
de sus resultados; luego, porque este fen�meno es el producto
de una articulaci�n entre un pasado de movilizaciones
colectivas (particularmente las del movimiento obrero, que
sigue siendo un actor principal) y un presente en el cual el
origen com�n de las resistencias es, tanto hoy como ayer,
�el conflicto, directo e indirecto,
con la materialidad de las relaciones de poder y de
dominaci�n�
[3] y, en �ltimo lugar, porque el desaf�o al
que hay que enfrentarse -una oposici�n eficaz al
neoliberalismo- est� a�n por resolver. En efecto, los �ltimos
balances son m�s bien pesimistas, ya que la experiencia
brasile�a parece confirmar que la accesi�n de la izquierda al
control del ejecutivo nacional no es sin�nimo de conquista del
poder, sino m�s bien de desviaciones, renuncias, incluso de
corrupci�n y, en consecuencia, de un desapego cada vez mayor
entre los movimientos sociales y los gobiernos de origen
progresista.
Pero para comprender esta evoluci�n hay que
regresar a la historia [4]. Cuando a finales de los a�os
cincuenta la revoluci�n cubana le estall� en plenas barbas al
Imperio, el objetivo estrat�gico que entonces compart�an los
movimientos revolucionarios era el socialismo. Los
instrumentos utilizados eran la lucha armada, la inserci�n en
el movimiento de masas, la participaci�n electoral o incluso
la tentativa de combinar las tres opciones. Fue el per�odo de
las guerrillas, de la teolog�a de la liberaci�n, pero tambi�n
del fracaso de un intento de transformaci�n pac�fica en Chile
(1970-1973). Una sucesi�n de golpes de Estado puso fin a
aquellas veleidades. A pesar del retroceso de los a�os
ochenta, las oposiciones a las dictaduras permit�an augurar
tiempos mejores. Desde 1979, la revoluci�n sandinista en
Nicaragua hizo renacer la esperanza. El advenimiento de
reg�menes parlamentarios y el triunfo de Estados Unidos en la
guerra fr�a coincidieron con una nueva etapa hist�rica. En
1990, tras haber analizado las relaciones de fuerzas
mundiales, el Frente Sandinista de Liberaci�n Nacional (FSLN)
proclam� el fin del ciclo de las revoluciones
antiimperialistas y de la lucha armada. De forma simult�nea,
el FSLN reafirm� esta orientaci�n al aceptar su derrota
electoral, que catapult� a las fuerzas conservadoras hasta el
ejecutivo del pa�s. Tras esta opci�n, los guerrilleros del
Frente Farabundo Mart� de Liberaci�n Nacional (FMLN) se
retiraron del conflicto en El Salvador. En dicha coyuntura,
diversos grupos armados (el M-19 en Colombia o los Tupamaros
en Uruguay) intentaron un dif�cil regreso a la vida civil.
Paralelamente, en numerosos pa�ses pudimos asistir a
�transiciones democr�ticas� parciales, negociadas con las
fuerzas militares.
Aquella nueva v�a encontr� su adaptaci�n l�gica
en el �Foro de S�o Paulo�, que reagrup� a los partidos de
izquierda de acuerdo con dicha t�ctica [5]. Lo que algunos
interpretaron como un entrar en raz�n con visos
socialdem�cratas termin� por convertirse para diversas
organizaciones en un claro proceso de social liberalizaci�n.
Al defender la idea de la �tercera v�a�, sus dirigentes en
realidad cayeron en la trampa del sistema neoliberal. Uno de
los paradigmas de este fen�meno -visible a escala planetaria-
es el gobierno de concertaci�n en Chile, cuya gesti�n suele
ser plebiscitada por el Fondo Monetario Internacional. As�,
mientras que una minor�a de militantes escogieron proseguir la
lucha armada (como las Fuerzas Armadas Revolucionarias de
Colombia (FARC) o el Movimiento Tupac Amaru peruano), otros se
dejaron absorber por lo que Atilio Bor�n ha denominado �la
maldici�n del posibilismo conservador� [6]. Numerosos
actores sociales han contemplado con desconsuelo c�mo esta
involuci�n tambi�n gangrenaba uno de los partidos obreros m�s
importantes del planeta: el Partido de los Trabajadores
brasile�o (PT). Dos a�os despu�s de su llegada al gobierno, el
presidente Lula es el ni�o mimado de los medios financieros y
del agrobusiness [7]. Y en los �ltimos meses, a imagen
y semejanza de los ejecutivos anteriores (que Lula tanto
criticaba cuando todav�a su militancia todav�a era
consecuente), el gobierno brasile�o se encuentra inmerso en
una vasta red de corrupci�n. No cabe duda de que esta deriva
es el producto de una lenta transformaci�n del PT desde hace
m�s de veinte a�os. Y si en ese pa�s-continente la izquierda
se muestra incapaz de implementar alternativas, c�mo
asombrarse al ver que el mismo gui�n se repite en pa�ses
peque�os� Sucedi� en el Ecuador de Guti�rrez, que aliment� las
ilusiones del movimiento ind�gena para luego caer derribado
por una rebeli�n de las empobrecidas clases medias. Kirchner,
a menudo calificado de �centro izquierda�, promueve en
Argentina una gesti�n conservadora disfrazada de progresista
tras haber conseguido desmovilizar a los que se hab�an
implicado en la insurrecci�n de 2001. En Uruguay, las
declaraciones del Frente Amplio muestran una creciente
lulificaci�n de la gesti�n gubernamental, mientras que
Tabar� V�squez abandona poco a poco en manos de las grandes
multinacionales cuestiones pol�ticas tan esenciales como la
reconquista del agua potable como bien p�blico. Por �ltimo, en
Bolivia, el poderoso Movimiento hacia el Socialismo (MAS) del
l�der campesino Evo Morales conoce un proceso de
institucionalizaci�n, que lo llev� a apoyar al presidente
Carlos Mesa (destituido) y luego a abandonar precipitadamente
la reivindicaci�n de una Asamblea Constituyente (que sin
embargo se reclamaba en las calles del pa�s andino) al cabo de
m�s de veinte meses de luchas populares por la recuperaci�n de
los recursos naturales. Evo Morales sigue siendo muy popular y
es posible que se convierta en el pr�ximo presidente del pa�s
andino, pero si no quiere decepcionar y desactivar de nuevo la
rebeli�n deber� escuchar la voz del pueblo y comprometerse a
poner en marcha un programa de ruptura real con el
neoliberalismo. Tales constataciones hicieron que un
periodista del Wall Street Journal escribiera hace unos
meses que si bien la izquierda est� otra vez en ascensi�n en
Am�rica Latina, por el momento lo hace vestida con �nuevos
ropajes conservadores� que la mantienen a distancia de las
gestas heroicas del Che Guevara o de Camilo Torres [8].
Desaf�os
actuales para la construcci�n de alternativas
De esta manera, la discrepancia no se sit�a
entre las �izquierdas gubernamentales�, supuestamente
responsables o pragm�ticas (de hecho, administradoras de los
intereses del capital) y las �izquierdas irredentas�, es
decir, condenadas a est�riles protestas sin
futuro [9]. Para Schafik
Handal, ex guerrillero y candidato derrotado en
las elecciones a la presidencia de El Salvador del pasado
marzo, el debate actual tampoco es el de la oposici�n entre
lucha armada y v�a pac�fica, sino m�s bien el de saber si los
procesos electorales pueden realmente �constituir una v�a
para la accesi�n de las fuerzas revolucionarias al gobierno�
y, con ello, para una verdadera transformaci�n social del
capitalismo neoliberal
[10]. Seg�n el polit�logo Steve Ellner, existen
tres grandes estrategias en el seno de la izquierda
latinoamericana [11]. La primera es la social-liberal de la
�tercera v�a�, cuyo horizonte ya no sobrepasa el modelo
econ�mico actual. Esta opci�n ha tenido el efecto de un canto
de sirena sobre la mayor�a de los partidos de izquierda tras
su accesi�n al poder durante los �ltimos a�os. La segunda
estrategia defiende la constituci�n de frentes
antineoliberales y una t�ctica de acumulaci�n de fuerza, en
particular por medio de gobiernos locales (municipales y
regionales) y diversas estrategias electorales. Es la idea
defendida por varios partidos comunistas latinoamericanos (y
por la soci�loga chilena Martha Harnecker), as� como en su
momento por el PT brasile�o, cuando estaba en la oposici�n. Su
objetivo es constituir un bloque social amplio que incluya,
adem�s de los sectores populares, a la peque�a y media
burgues�a [12]. En Chile, el Partido Comunista
adopt� esta perspectiva con cierto �xito en las �ltimas
elecciones municipales, pero sin que la coalici�n de izquierda
llegase a sobrepasar el estadio de un simple acuerdo electoral
para encarnar una alternativa fuerte, basada en un movimiento
social que est� a�n por reconstruir (desde la base). Como
�ltimo enfoque, otros reivindican todav�a el objetivo del
socialismo y una t�ctica pol�tica rupturista, anticapitalista
y antiimperialista, que antecede a las
luchas sociales [13]. En Brasil, el joven
Partido Socialismo y Libertad (PSOL), dirigido por militantes
excluidos del PT y por una multitud de militantes sociales,
comparte dicha inquietud.
Sea como sea, la actual crisis pol�tica
mexicana confirma que el objetivo �ltimo de las izquierdas no
puede ser una t�ctica simplemente electoralista y que las
oligarqu�as locales est�n preparadas para utilizar cualquier
artificio con tal de oponerse al necesario respeto de las
urnas, incluso frente a fuerzas abiertamente reformistas que
han dado numerosas pruebas de �buena conducta� [14]. De ah� la
importancia de los debates actuales en torno a la problem�tica
del poder. Algunos miembros de la izquierda social, inspirados
por el neozapatismo del subcomandante Marcos y por una parte
del movimiento antiglobalizaci�n, creen que hace falta
�cambiar el mundo sin tomar el poder�. Eso es tambi�n lo
que proclama el intelectual ingl�s John Holloway [15]. Esta
teor�a, que privilegia los contrapoderes nacidos de la
sociedad civil y rechaza cualquier forma de delegaci�n, de
filiaci�n partidista o de participaci�n institucional, provoca
la pol�mica. Es cierto, se trata de una reacci�n comprensible
contra las actitudes a menudo verticalistas o autoritarias de
los partidos tradicionales. Pero la cuesti�n fundamental sigue
siendo: �C�mo cambiar el mundo si no se toma el poder, sin
organizarse pol�ticamente contra las clases dominantes y
eliminando con un rev�s de la mano la cuesti�n crucial del
Estado? Si de verdad existe una distancia entre el terreno de
la pol�tica y el espacio de los movimientos sociales �no ser�
precisamente la articulaci�n entre ambos lo que estimular� las
luchas contra el capitalismo neoliberal? De hecho, esta
conciencia est� desarroll�ndose en el seno de las propias
filas zapatistas. Tras veinte a�os de construcci�n de una
autonom�a ind�gena excepcional, pero tambi�n frente al
debilitamiento de su proyecto y a la represi�n del poder
central, la sexta declaraci�n del Ej�rcito Zapatista de
Liberaci�n Nacional acaba de dar un nuevo paso adelante. Tras
reconocer la necesidad de uni�n de los ind�genas �con los
trabajadores de las ciudades y de los campos�, apelan a la
elaboraci�n �de un programa nacional de lucha, claramente
de izquierda, verdaderamente anticapitalista y verdaderamente
antiliberal�. Al incorporarse a la discusi�n pol�tica
nacional mexicana, proponen tambi�n poner las bases de una
nueva Constituci�n, invitando a que se les unan no s�lo los
actores de la sociedad civil, sino tambi�n las organizaciones
pol�ticas de la izquierda extraparlamentaria. El futuro dir�
cu�l es el alcance de tal declaraci�n.
En esta discusi�n crucial, la revoluci�n cubana
-tras d�cadas de embargo estadounidense- sigue siendo un
s�mbolo indiscutible para numerosos latinoamericanos. Pero a
partir de ahora hay otra estrella ascendente: la revoluci�n
venezolana. El proceso bolivariano ha acumulado
originalidades. A falta de un poderoso movimiento obrero
organizado, el presidente de Venezuela supo apoyarse en
algunos sectores de las fuerzas armadas y en una fracci�n de
las clases pobres. Por otra parte, Hugo Ch�vez defiende una
din�mica que al�a participaci�n popular, elecciones
democr�ticas y ruptura con las antiguas instituciones (gracias
a la promulgaci�n de la Constituci�n de 1999). Desde entonces,
a pesar de las tentativas de golpe de Estado y de las
maniobras de Washington, la fiesta democr�tica contin�a en ese
pa�s, el gobierno acumula �xitos electorales y un programa de
urgencia social est� dando sus frutos [16]. Pero Venezuela
sufre de los mismos males que el resto del continente y, a
pesar de la bendici�n del petr�leo, las reformas sociales
previstas necesitar�n, a corto plazo, transformaciones
estructurales y una puesta en entredicho de los privilegios de
los grandes grupos industriales y de la aristocracia
territorial, as� como de los que sigue gozando una plet�rica
burocracia civil y militar. La vitalidad de la
autoorganizaci�n de las clases populares muestra que se trata
de un proceso profundamente enraizado, pero que necesita
todav�a una fuerte estructuraci�n pol�tica para poder avanzar.
Empujado por esta energ�a tel�rica y colectiva que le llega
desde abajo, Ch�vez ha experimentado una evoluci�n pol�tica
inversa a la de otras izquierdas gubernamentales: a partir de
la idea de una �tercera v�a� posible y deseable, ha
radicalizado progresivamente sus posiciones. Sus declaraciones
en el �ltimo Foro Social Mundial dejan esperar una
materializaci�n de esa �revoluci�n en la revoluci�n�
tan esperada... y tan anunciada. As�, el 30 de enero de 2005,
ante de una muchedumbre entusiasta, el presidente venezolano
reivindic� la figura del Che Guevara al afirmar que la �nica
salida realista era �el socialismo� y la negaci�n,
clara y precisa, de toda forma de capitalismo. De lo que no
cabe duda es de que por encima de los discursos de gran l�der
latinoamericano, esta perspectiva s�lo podr� realizarse si se
apoya cada vez m�s en el movimiento social organizado, en el
poder popular, y procede a un cuestionamiento radical de las
prerrogativas, todav�a inmensas y poco mermadas, del
empresariado venezolano y de sus aliados extranjeros.
El resultado de esta nueva ordenaci�n
sociopol�tica es tambi�n el nacimiento de un nuevo y din�mico
eje geoestrat�gico entre Caracas y La Habana, al mismo tiempo
que se acent�an las l�neas de fractura pol�tica en toda la
Am�rica Latina [17]. En diciembre de 2004, Fidel Castro y Hugo
Ch�vez firmaron un acuerdo que impulsa un importante
intercambio de recursos entre ambos pa�ses: mientras que Cuba
ha enviado a Venezuela decenas de miles de m�dicos y
educadores, �sta env�a a la isla caribe�a m�s de 90 000
barriles de crudo al d�a, a precios preferenciales [18]. Este
acuerdo solidario tiene lugar en el marco de la �Alternativa
Bolivariana para las Am�ricas� (ALBA), destinada a extenderse
a otros pa�ses y a contrarrestar el �rea de Libre Comercio de
las Am�ricas (ALCA) que promueve George W. Bush. Venezuela,
con la fuerza que le presta su creciente liderazgo y una
petrodiplomacia que ha adoptado la ofensiva, piensa as� tomar
distancias de los Estados Unidos, establecer v�nculos de Sur a
Sur (particularmente con Brasil y Argentina) y favorecer el
gran sue�o bolivariano de una integraci�n latinoamericana
[19]. Esta pol�tica internacional no solamente le da un
respiro al pueblo cubano, sino que al oponerse a los c�lculos
del capital multinacional, crea un contexto favorable en la
regi�n para otras pol�ticas antiimperialistas.
�Lograr� la
revoluci�n bolivariana sobreponerse a sus contradicciones
internas y, sobre todo, contrarrestar la pol�tica de injerencia
de Washington, que busca por todos los medios aplastar esta rica
experiencia? �Se prolongar� el ejemplo venezolano con otros
procesos de transformaci�n social sui g�neris en Am�rica
Latina? Es dif�cil de predecir. Sin embargo, el panorama actual
muestra un abanico de acciones colectivas, plet�ricas de
posibilidades libertadoras. Pero la construcci�n de alternativas
s�lidas frente al capitalismo neoliberal necesitar� favorecer
-ahora y siempre- la unidad, la participaci�n y, sobre todo, la
independencia de las clases populares. Al mismo tiempo, la
din�mica actual de los movimientos sociales deber� preservar una
discusi�n pol�tica abierta y liberada de las pusilanimidades del
sectarismo y tambi�n rechazar en�rgicamente las opciones
social-liberales de izquierda, que pretenden devolverle un
rostro humano y ang�lico a un sistema decadente y opresor. Seg�n
el te�logo brasile�o Frei Betto, a corto plazo la perspectiva de
renovaci�n de las luchas latinoamericanas deber� avanzar
simult�neamente en dos planos: la (re)construcci�n te�rica de un
�socialismo sin estalinismo, sin dogmatismo, sin sacralizaci�n
de los l�deres y estructuras pol�ticas� y la implicaci�n
activa en una praxis radical, destinada �a retomar el trabajo
de base, a reinventar la estructura sindical, a reactivar el
movimiento estudiantil y a incluir en su orden del d�a las
cuestiones ind�genas, raciales, feministas y ecol�gicas�
[20].
Franck Gaudichaud es
historiador, miembro del colectivo del peri�dico cibern�tico
www.rebelion.org
y redactor de la revista Dissidences (Francia). Autor de
Poder popular y cordones industriales. Testimonios sobre la
din�mica del movimiento popular urbano 1970-1973, LOM,
Santiago de Chile, 2004, y de Operaci�n C�ndor. Notas sobre
el terrorismo de estado en el Cono sur, SEPHA, Madrid, 2005
Notas
[1].
J. Castaneda, Utopia Unarmed, Vintage
Books, 1994 y P. Monterde, Quand l'utopie ne d�sarme pas,
Montr�al, Ecosoci�t�, 2002.
[2].
V�ase el editorial de Bernard Duterme y el
art�culo del soci�logo Hern�n Ouvi�a en Mouvements et
pouvoirs de gauche en Am�rique latine, Ed. Syllepse-CETRI,
Coll. Alternatives Sud, 2005.
[3].
Hern�n Ouvi�a en Mouvements et pouvoirs de gauche en Am�rique
latine, op. cit.
[4].
V�ase S. Ellner, B. Carry, The Latin American
left: from the fall of Allende to Perestroika, Westview
Press, 1993 y J. Petras, �La izquierda devuelve el golpe�, abril
de 1997 (en
www.rebelion.org/petras/petrasindice.htm).
[5].
Entre otros, la adoptaron los sandinistas, el
FMLN, el PT brasile�o, el Frente Amplio de Uruguay, la Causa R
de Venezuela y el Partido Revolucionario Democr�tico mexicano.
[6].
A. Bor�n, �La izquierda latinoamericana a
comienzos del siglo XXI�, OSAL, N� 13, agosto de 2004.
[7].
E. Sader, �Rendez-vous manqu� avec le mouvement
social br�silien�, Le Monde diplomatique, enero de 2005.
[8].
D. Luhnow, �Latin
America�s left takes pragmatic tack�,
Wall Street Journal, 3 de febrero de 2005.
[9].
Como parece sugerir la prestigiosa revista
francesa Probl�mes d�Am�rique latine, N� 55, 2005.
[10].
S. Jorge Handal, �El debate de la izquierda en Am�rica latina�,
Diario Co Latino, 29 de julio de 2004.
[11].
S. Ellner,
�Leftist goals
and the debate over anti-neoliberal strategy in Latin America�,
Science and Society, Vol. 68, N� 1, 2004.
[12].
M. Harnecker, �Sobre la estrategia de la izquierda
en Am�rica latina�, octubre de 2004 (en
www.rebelion.org/docs/5771.pdf)
y La izquierda despu�s de Seattle, Madrid, Siglo XXI,
2001.
[13].
Tal es asimismo el caso de
intelectuales como James Petras o Claudio Katz. Este �ltimo es
el autor de un libro titulado El porvenir del socialismo
(Buenos Aires, Ediciones Herramienta / Imago Mundi,
2004).
[14].
Un pretexto jur�dico falaz estuvo a punto de
impedir que el alcalde de M�xico, Andr�s Manuel L�pez Obrador,
del PRD (centro izquierda), se presente a la pr�ximas elecciones
presidenciales. La noticia provoc� manifestaciones callejeras
con cientos de miles de personas en abril de 2005.
[15].
J. Holloway, Change the World without taking
power, Londres, Pluto Press, 2002.
[1]
V�ase, por ejemplo, P. E. Dupret, �F�te d�mocratique au
Venezuela�, Le Monde diplomatique, septiembre de 2004.
[16].
M. Lemoine, �Des lignes de fracture en Am�rique
latine�, Le Monde diplomatique, junio de 2005.
[17].
www.LatinReporters.com
[18].
www.alternativabolivariana.org
[19].
La
creaci�n de la empresa petrolera Petrosur, en
comandita entre Venezuela, Argentina y brasil, constituye en
este aspecto un avance significativo.
[20].
F. Betto,
�Desaf�os a la nueva izquierda�, Punto Final, N� 586,
marzo de 2005.
Rebeli�n, 23 de septiembre de 2005
SI DESEA LEER EL TEXTO EN EL SITIO WEB DE REBELI�N, PULSE SOBRE LA
IMAGEN