El escritorio de Manuel Talens

El traductor activista

Apuestas y realidades de las izquierdas al sur del r�o Bravo

El volc�n latinoamericano

 

Franck Gaudichaud

Franck Gaudichaud

Traducido para Rebeli�n por Manuel Talens

 

Desde el final de la guerra fr�a, algunos intelectuales y hombres pol�ticos no cesan de proclamar que el ideal revolucionario es una r�mora del pasado. Sin embargo, los latinoamericanos nos recuerdan con insistencia que el fin de la historia no est� al caer [1] y en los �ltimos tiempos estamos asistiendo a una aut�ntica revalorizaci�n de las izquierdas. En primer lugar las izquierdas pol�ticas, con la conquista electoral de varios gobiernos nacionales, entre ellos el de Hugo Ch�vez en Venezuela, el del presidente �Lula� (Luis Inacio da Silva) en Brasil y, recientemente, el del l�der del Frente Amplio uruguayo, Tabar� V�squez. Pero tambi�n, y sobre todo, lo que inquieta a las elites locales y por extensi�n a Washington es la nueva radicalidad de las izquierdas sociales. Los grandes levantamientos populares de Argentina, Ecuador, Bolivia y Panam�, la inestabilidad cr�nica de los gobiernos, las luchas de todo tipo contra las privatizaciones, el proceso participativo de la revoluci�n bolivariana en Venezuela, etc. hacen que la hegemon�a neoliberal se vea cuestionada por la creciente ola de una multitud de resistencias. Y todo ello con el tel�n de fondo de una situaci�n catastr�fica, marcada por el aumento de las desigualdades, la presencia de m�s de 225 millones de pobres y una creciente p�rdida de legitimidad de los sistemas pol�ticos establecidos.

Las izquierdas latinoamericanas y la renovaci�n de los movimientos sociales

No cabe duda de que la �gran patria� de Jos� Mart� vive una innovadora din�mica contestataria: �Han surgido nuevas fuerzas sociales -movimientos vecinales de barrios pobres, movimientos de mujeres, de campesinos sin tierra, de desempleados, de ind�genas- que imponen nuevas exigencias al orden del d�a de las luchas sociales, articulados con una cr�tica actualizada del capitalismo� [2]. Esta renovaci�n pretende conjugar democracia social y pol�tica, igualdad y diversidad, y construir �un mundo donde quepan todos los mundos�, con el fin de rechazar la uniformidad de la mercantilizaci�n globalizada, sin olvidar el internacionalismo. Los repertorios de acci�n colectiva utilizados son tambi�n interesantes, pues hacen hincapi� en la autogesti�n. Sin embargo, ello no significa que las ocupaciones de f�bricas argentinas, los medios colectivos de comunicaci�n venezolanos, el Movimiento de los Sin Tierra brasile�o o los poblados zapatistas en M�xico son el arquetipo de un movimiento social ideal y totalmente nuevo: creerlo es olvidar lo esencial. En primer lugar porque los diversos procesos se enfrentan a m�ltiples divisiones y diferencias a causa de sus l�gicas intr�nsecas y de sus resultados; luego, porque este fen�meno es el producto de una articulaci�n entre un pasado de movilizaciones colectivas (particularmente las del movimiento obrero, que sigue siendo un actor principal) y un presente en el cual el origen com�n de las resistencias es, tanto hoy como ayer, �el conflicto, directo e indirecto, con la materialidad de las relaciones de poder y de dominaci�n� [3] y, en �ltimo lugar, porque el desaf�o al que hay que enfrentarse -una oposici�n eficaz al neoliberalismo- est� a�n por resolver. En efecto, los �ltimos balances son m�s bien pesimistas, ya que la experiencia brasile�a parece confirmar que la accesi�n de la izquierda al control del ejecutivo nacional no es sin�nimo de conquista del poder, sino m�s bien de desviaciones, renuncias, incluso de corrupci�n y, en consecuencia, de un desapego cada vez mayor entre los movimientos sociales y los gobiernos de origen progresista.

Pero para comprender esta evoluci�n hay que regresar a la historia [4]. Cuando a finales de los a�os cincuenta la revoluci�n cubana le estall� en plenas barbas al Imperio, el objetivo estrat�gico que entonces compart�an los movimientos revolucionarios era el socialismo. Los instrumentos utilizados eran la lucha armada, la inserci�n en el movimiento de masas, la participaci�n electoral o incluso la tentativa de combinar las tres opciones. Fue el per�odo de las guerrillas, de la teolog�a de la liberaci�n, pero tambi�n del fracaso de un intento de transformaci�n pac�fica en Chile (1970-1973). Una sucesi�n de golpes de Estado puso fin a aquellas veleidades. A pesar del retroceso de los a�os ochenta, las oposiciones a las dictaduras permit�an augurar tiempos mejores. Desde 1979, la revoluci�n sandinista en Nicaragua hizo renacer la esperanza. El advenimiento de reg�menes parlamentarios y el triunfo de Estados Unidos en la guerra fr�a coincidieron con una nueva etapa hist�rica. En 1990, tras haber analizado las relaciones de fuerzas mundiales, el Frente Sandinista de Liberaci�n Nacional (FSLN) proclam� el fin del ciclo de las revoluciones antiimperialistas y de la lucha armada. De forma simult�nea, el FSLN reafirm� esta orientaci�n al aceptar su derrota electoral, que catapult� a las fuerzas conservadoras hasta el ejecutivo del pa�s. Tras esta opci�n, los guerrilleros del Frente Farabundo Mart� de Liberaci�n Nacional (FMLN) se retiraron del conflicto en El Salvador. En dicha coyuntura, diversos grupos armados (el M-19 en Colombia o los Tupamaros en Uruguay) intentaron un dif�cil regreso a la vida civil. Paralelamente, en numerosos pa�ses pudimos asistir a �transiciones democr�ticas� parciales, negociadas con las fuerzas militares.

Aquella nueva v�a encontr� su adaptaci�n l�gica en el �Foro de S�o Paulo�, que reagrup� a los partidos de izquierda de acuerdo con dicha t�ctica [5]. Lo que algunos interpretaron como un entrar en raz�n con visos socialdem�cratas termin� por convertirse para diversas organizaciones en un claro proceso de social liberalizaci�n. Al defender la idea de la �tercera v�a�, sus dirigentes en realidad cayeron en la trampa del sistema neoliberal. Uno de los paradigmas de este fen�meno -visible a escala planetaria- es el gobierno de concertaci�n en Chile, cuya gesti�n suele ser plebiscitada por el Fondo Monetario Internacional. As�, mientras que una minor�a de militantes escogieron proseguir la lucha armada (como las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) o el Movimiento Tupac Amaru peruano), otros se dejaron absorber por lo que Atilio Bor�n ha denominado �la maldici�n del posibilismo conservador� [6]. Numerosos actores sociales han contemplado con desconsuelo c�mo esta involuci�n tambi�n gangrenaba uno de los partidos obreros m�s importantes del planeta: el Partido de los Trabajadores brasile�o (PT). Dos a�os despu�s de su llegada al gobierno, el presidente Lula es el ni�o mimado de los medios financieros y del agrobusiness [7]. Y en los �ltimos meses, a imagen y semejanza de los ejecutivos anteriores (que Lula tanto criticaba cuando todav�a su militancia todav�a era consecuente), el gobierno brasile�o se encuentra inmerso en una vasta red de corrupci�n. No cabe duda de que esta deriva es el producto de una lenta transformaci�n del PT desde hace m�s de veinte a�os. Y si en ese pa�s-continente la izquierda se muestra incapaz de implementar alternativas, c�mo asombrarse al ver que el mismo gui�n se repite en pa�ses peque�os� Sucedi� en el Ecuador de Guti�rrez, que aliment� las ilusiones del movimiento ind�gena para luego caer derribado por una rebeli�n de las empobrecidas clases medias. Kirchner, a menudo calificado de �centro izquierda�, promueve en Argentina una gesti�n conservadora disfrazada de progresista tras haber conseguido desmovilizar a los que se hab�an implicado en la insurrecci�n de 2001. En Uruguay, las declaraciones del Frente Amplio muestran una creciente lulificaci�n de la gesti�n gubernamental, mientras que Tabar� V�squez abandona poco a poco en manos de las grandes multinacionales cuestiones pol�ticas tan esenciales como la reconquista del agua potable como bien p�blico. Por �ltimo, en Bolivia, el poderoso Movimiento hacia el Socialismo (MAS) del l�der campesino Evo Morales conoce un proceso de institucionalizaci�n, que lo llev� a apoyar al presidente Carlos Mesa (destituido) y luego a abandonar precipitadamente la reivindicaci�n de una Asamblea Constituyente (que sin embargo se reclamaba en las calles del pa�s andino) al cabo de m�s de veinte meses de luchas populares por la recuperaci�n de los recursos naturales. Evo Morales sigue siendo muy popular y es posible que se convierta en el pr�ximo presidente del pa�s andino, pero si no quiere decepcionar y desactivar de nuevo la rebeli�n deber� escuchar la voz del pueblo y comprometerse a poner en marcha un programa de ruptura real con el neoliberalismo. Tales constataciones hicieron que un periodista del Wall Street Journal escribiera hace unos meses que si bien la izquierda est� otra vez en ascensi�n en Am�rica Latina, por el momento lo hace vestida con �nuevos ropajes conservadores� que la mantienen a distancia de las gestas heroicas del Che Guevara o de Camilo Torres [8].

Desaf�os actuales para la construcci�n de alternativas

De esta manera, la discrepancia no se sit�a entre las �izquierdas gubernamentales�, supuestamente responsables o pragm�ticas (de hecho, administradoras de los intereses del capital) y las �izquierdas irredentas�, es decir, condenadas a est�riles protestas sin futuro [9]. Para Schafik Handal, ex guerrillero y candidato derrotado en las elecciones a la presidencia de El Salvador del pasado marzo, el debate actual tampoco es el de la oposici�n entre lucha armada y v�a pac�fica, sino m�s bien el de saber si los procesos electorales pueden realmente �constituir una v�a para la accesi�n de las fuerzas revolucionarias al gobierno� y, con ello, para una verdadera transformaci�n social del capitalismo neoliberal [10]. Seg�n el polit�logo Steve Ellner, existen tres grandes estrategias en el seno de la izquierda latinoamericana [11]. La primera es la social-liberal de la �tercera v�a�, cuyo horizonte ya no sobrepasa el modelo econ�mico actual. Esta opci�n ha tenido el efecto de un canto de sirena sobre la mayor�a de los partidos de izquierda tras su accesi�n al poder durante los �ltimos a�os. La segunda estrategia defiende la constituci�n de frentes antineoliberales y una t�ctica de acumulaci�n de fuerza, en particular por medio de gobiernos locales (municipales y regionales) y diversas estrategias electorales. Es la idea defendida por varios partidos comunistas latinoamericanos (y por la soci�loga chilena Martha Harnecker), as� como en su momento por el PT brasile�o, cuando estaba en la oposici�n. Su objetivo es constituir un bloque social amplio que incluya, adem�s de los sectores populares, a la peque�a y media burgues�a [12]. En Chile, el Partido Comunista adopt� esta perspectiva con cierto �xito en las �ltimas elecciones municipales, pero sin que la coalici�n de izquierda llegase a sobrepasar el estadio de un simple acuerdo electoral para encarnar una alternativa fuerte, basada en un movimiento social que est� a�n por reconstruir (desde la base). Como �ltimo enfoque, otros reivindican todav�a el objetivo del socialismo y una t�ctica pol�tica rupturista, anticapitalista y antiimperialista, que antecede a las luchas sociales [13]. En Brasil, el joven Partido Socialismo y Libertad (PSOL), dirigido por militantes excluidos del PT y por una multitud de militantes sociales, comparte dicha inquietud.

Sea como sea, la actual crisis pol�tica mexicana confirma que el objetivo �ltimo de las izquierdas no puede ser una t�ctica simplemente electoralista y que las oligarqu�as locales est�n preparadas para utilizar cualquier artificio con tal de oponerse al necesario respeto de las urnas, incluso frente a fuerzas abiertamente reformistas que han dado numerosas pruebas de �buena conducta� [14]. De ah� la importancia de los debates actuales en torno a la problem�tica del poder. Algunos miembros de la izquierda social, inspirados por el neozapatismo del subcomandante Marcos y por una parte del movimiento antiglobalizaci�n, creen que hace falta �cambiar el mundo sin tomar el poder�. Eso es tambi�n lo que proclama el intelectual ingl�s John Holloway [15]. Esta teor�a, que privilegia los contrapoderes nacidos de la sociedad civil y rechaza cualquier forma de delegaci�n, de filiaci�n partidista o de participaci�n institucional, provoca la pol�mica. Es cierto, se trata de una reacci�n comprensible contra las actitudes a menudo verticalistas o autoritarias de los partidos tradicionales. Pero la cuesti�n fundamental sigue siendo: �C�mo cambiar el mundo si no se toma el poder, sin organizarse pol�ticamente contra las clases dominantes y eliminando con un rev�s de la mano la cuesti�n crucial del Estado? Si de verdad existe una distancia entre el terreno de la pol�tica y el espacio de los movimientos sociales �no ser� precisamente la articulaci�n entre ambos lo que estimular� las luchas contra el capitalismo neoliberal? De hecho, esta conciencia est� desarroll�ndose en el seno de las propias filas zapatistas. Tras veinte a�os de construcci�n de una autonom�a ind�gena excepcional, pero tambi�n frente al debilitamiento de su proyecto y a la represi�n del poder central, la sexta declaraci�n del Ej�rcito Zapatista de Liberaci�n Nacional acaba de dar un nuevo paso adelante. Tras reconocer la necesidad de uni�n de los ind�genas �con los trabajadores de las ciudades y de los campos�, apelan a la elaboraci�n �de un programa nacional de lucha, claramente de izquierda, verdaderamente anticapitalista y verdaderamente antiliberal�. Al incorporarse a la discusi�n pol�tica nacional mexicana, proponen tambi�n poner las bases de una nueva Constituci�n, invitando a que se les unan no s�lo los actores de la sociedad civil, sino tambi�n las organizaciones pol�ticas de la izquierda extraparlamentaria. El futuro dir� cu�l es el alcance de tal declaraci�n.

En esta discusi�n crucial, la revoluci�n cubana -tras d�cadas de embargo estadounidense- sigue siendo un s�mbolo indiscutible para numerosos latinoamericanos. Pero a partir de ahora hay otra estrella ascendente: la revoluci�n venezolana. El proceso bolivariano ha acumulado originalidades. A falta de un poderoso movimiento obrero organizado, el presidente de Venezuela supo apoyarse en algunos sectores de las fuerzas armadas y en una fracci�n de las clases pobres. Por otra parte, Hugo Ch�vez defiende una din�mica que al�a participaci�n popular, elecciones democr�ticas y ruptura con las antiguas instituciones (gracias a la promulgaci�n de la Constituci�n de 1999). Desde entonces, a pesar de las tentativas de golpe de Estado y de las maniobras de Washington, la fiesta democr�tica contin�a en ese pa�s, el gobierno acumula �xitos electorales y un programa de urgencia social est� dando sus frutos [16]. Pero Venezuela sufre de los mismos males que el resto del continente y, a pesar de la bendici�n del petr�leo, las reformas sociales previstas necesitar�n, a corto plazo, transformaciones estructurales y una puesta en entredicho de los privilegios de los grandes grupos industriales y de la aristocracia territorial, as� como de los que sigue gozando una plet�rica burocracia civil y militar. La vitalidad de la autoorganizaci�n de las clases populares muestra que se trata de un proceso profundamente enraizado, pero que necesita todav�a una fuerte estructuraci�n pol�tica para poder avanzar. Empujado por esta energ�a tel�rica y colectiva que le llega desde abajo, Ch�vez ha experimentado una evoluci�n pol�tica inversa a la de otras izquierdas gubernamentales: a partir de la idea de una �tercera v�a� posible y deseable, ha radicalizado progresivamente sus posiciones. Sus declaraciones en el �ltimo Foro Social Mundial dejan esperar una materializaci�n de esa �revoluci�n en la revoluci�n� tan esperada... y tan anunciada. As�, el 30 de enero de 2005, ante de una muchedumbre entusiasta, el presidente venezolano reivindic� la figura del Che Guevara al afirmar que la �nica salida realista era �el socialismo� y la negaci�n, clara y precisa, de toda forma de capitalismo. De lo que no cabe duda es de que por encima de los discursos de gran l�der latinoamericano, esta perspectiva s�lo podr� realizarse si se apoya cada vez m�s en el movimiento social organizado, en el poder popular, y procede a un cuestionamiento radical de las prerrogativas, todav�a inmensas y poco mermadas, del empresariado venezolano y de sus aliados extranjeros.

El resultado de esta nueva ordenaci�n sociopol�tica es tambi�n el nacimiento de un nuevo y din�mico eje geoestrat�gico entre Caracas y La Habana, al mismo tiempo que se acent�an las l�neas de fractura pol�tica en toda la Am�rica Latina [17]. En diciembre de 2004, Fidel Castro y Hugo Ch�vez firmaron un acuerdo que impulsa un importante intercambio de recursos entre ambos pa�ses: mientras que Cuba ha enviado a Venezuela decenas de miles de m�dicos y educadores, �sta env�a a la isla caribe�a m�s de 90 000 barriles de crudo al d�a, a precios preferenciales [18]. Este acuerdo solidario tiene lugar en el marco de la �Alternativa Bolivariana para las Am�ricas� (ALBA), destinada a extenderse a otros pa�ses y a contrarrestar el �rea de Libre Comercio de las Am�ricas (ALCA) que promueve George W. Bush. Venezuela, con la fuerza que le presta su creciente liderazgo y una petrodiplomacia que ha adoptado la ofensiva, piensa as� tomar distancias de los Estados Unidos, establecer v�nculos de Sur a Sur (particularmente con Brasil y Argentina) y favorecer el gran sue�o bolivariano de una integraci�n latinoamericana [19]. Esta pol�tica internacional no solamente le da un respiro al pueblo cubano, sino que al oponerse a los c�lculos del capital multinacional, crea un contexto favorable en la regi�n para otras pol�ticas antiimperialistas.

�Lograr� la revoluci�n bolivariana sobreponerse a sus contradicciones internas y, sobre todo, contrarrestar la pol�tica de injerencia de Washington, que busca por todos los medios aplastar esta rica experiencia? �Se prolongar� el ejemplo venezolano con otros procesos de transformaci�n social sui g�neris en Am�rica Latina? Es dif�cil de predecir. Sin embargo, el panorama actual muestra un abanico de acciones colectivas, plet�ricas de posibilidades libertadoras. Pero la construcci�n de alternativas s�lidas frente al capitalismo neoliberal necesitar� favorecer -ahora y siempre- la unidad, la participaci�n y, sobre todo, la independencia de las clases populares. Al mismo tiempo, la din�mica actual de los movimientos sociales deber� preservar una discusi�n pol�tica abierta y liberada de las pusilanimidades del sectarismo y tambi�n rechazar en�rgicamente las opciones social-liberales de izquierda, que pretenden devolverle un rostro humano y ang�lico a un sistema decadente y opresor. Seg�n el te�logo brasile�o Frei Betto, a corto plazo la perspectiva de renovaci�n de las luchas latinoamericanas deber� avanzar simult�neamente en dos planos: la (re)construcci�n te�rica de un �socialismo sin estalinismo, sin dogmatismo, sin sacralizaci�n de los l�deres y estructuras pol�ticas� y la implicaci�n activa en una praxis radical, destinada �a retomar el trabajo de base, a reinventar la estructura sindical, a reactivar el movimiento estudiantil y a incluir en su orden del d�a las cuestiones ind�genas, raciales, feministas y ecol�gicas� [20].

Franck Gaudichaud es historiador, miembro del colectivo del peri�dico cibern�tico www.rebelion.org y redactor de la revista Dissidences (Francia). Autor de Poder popular y cordones industriales. Testimonios sobre la din�mica del movimiento popular urbano 1970-1973, LOM, Santiago de Chile, 2004, y de Operaci�n C�ndor. Notas sobre el terrorismo de estado en el Cono sur, SEPHA, Madrid, 2005

Notas

[1]. J. Castaneda, Utopia Unarmed, Vintage Books, 1994 y P. Monterde, Quand l'utopie ne d�sarme pas, Montr�al, Ecosoci�t�, 2002.

[2]. V�ase el editorial de Bernard Duterme y el art�culo del soci�logo Hern�n Ouvi�a en Mouvements et pouvoirs de gauche en Am�rique latine, Ed. Syllepse-CETRI, Coll. Alternatives Sud, 2005.

[3]. Hern�n Ouvi�a en Mouvements et pouvoirs de gauche en Am�rique latine, op. cit.

[4]. V�ase S. Ellner, B. Carry, The Latin American left: from the fall of Allende to Perestroika, Westview Press, 1993 y J. Petras, �La izquierda devuelve el golpe�, abril de 1997 (en www.rebelion.org/petras/petrasindice.htm).

[5]. Entre otros, la adoptaron los sandinistas, el FMLN, el PT brasile�o, el Frente Amplio de Uruguay, la Causa R de Venezuela y el Partido Revolucionario Democr�tico mexicano.

[6]. A. Bor�n, �La izquierda latinoamericana a comienzos del siglo XXI�, OSAL, N� 13, agosto de 2004.

[7]. E. Sader, �Rendez-vous manqu� avec le mouvement social br�silien�, Le Monde diplomatique, enero de 2005.

[8]. D. Luhnow, �Latin America�s left takes pragmatic tack�, Wall Street Journal, 3 de febrero de 2005.

[9]. Como parece sugerir la prestigiosa revista francesa Probl�mes d�Am�rique latine, N� 55, 2005.

[10]. S. Jorge Handal, �El debate de la izquierda en Am�rica latina�, Diario Co Latino, 29 de julio de 2004.

[11]. S. Ellner, �Leftist goals and the debate over anti-neoliberal strategy in Latin America�, Science and Society, Vol. 68, N� 1, 2004.

[12]. M. Harnecker, �Sobre la estrategia de la izquierda en Am�rica latina�, octubre de 2004 (en www.rebelion.org/docs/5771.pdf) y La izquierda despu�s de Seattle, Madrid, Siglo XXI, 2001.

[13]. Tal es asimismo el caso de intelectuales como James Petras o Claudio Katz. Este �ltimo es el autor de un libro titulado El porvenir del socialismo (Buenos Aires, Ediciones Herramienta / Imago Mundi, 2004).

[14]. Un pretexto jur�dico falaz estuvo a punto de impedir que el alcalde de M�xico, Andr�s Manuel L�pez Obrador, del PRD (centro izquierda), se presente a la pr�ximas elecciones presidenciales. La noticia provoc� manifestaciones callejeras con cientos de miles de personas en abril de 2005.

[15]. J. Holloway, Change the World without taking power, Londres, Pluto Press, 2002.

[1] V�ase, por ejemplo, P. E. Dupret, �F�te d�mocratique au Venezuela�, Le Monde diplomatique, septiembre de 2004.

[16]. M. Lemoine, �Des lignes de fracture en Am�rique latine�, Le Monde diplomatique, junio de 2005.

[17]. www.LatinReporters.com

[18]. www.alternativabolivariana.org

[19]. La creaci�n de la empresa petrolera Petrosur, en comandita entre Venezuela, Argentina y brasil, constituye en este aspecto un avance significativo.

[20]. F. Betto, �Desaf�os a la nueva izquierda�, Punto Final, N� 586, marzo de 2005.

 

Rebeli�n, 23 de septiembre de 2005

 


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