Introducci�n
                  
                  
                  Durante 
                  breves horas, pero de forma espectacular, los fracasos 
                  pol�ticos que convirtieron a Nueva Orleans y a otras muchas 
                  ciudades y pueblos del Golfo de M�xico en una cat�strofe 
                  humana hicieron a�icos los lazos de amistad que exist�an entre 
                  los medios de comunicaci�n y el gobierno del pa�s. Periodistas 
                  cr�ticos describieron el fiasco del sistema de seguridad 
                  nacional para evacuar a ciudadanos pobres y la ausencia de 
                  alimentos b�sicos y agua para las v�ctimas. Los medios 
                  compararon al presidente Bush (de fiesta con sus amigos 
                  republicanos en California), al vicepresidente Chaney (jugando 
                  al golf), a la secretaria de estado Rice (de compras en 
                  Manhattan) y al jefe de la seguridad nacional Chertoff 
                  (asegurando que la ayuda gubernamental funcionaba a la 
                  perfecci�n) con los gritos de desesperaci�n y la penuria de 
                  decenas de miles de necesitados y hambrientos 
                  afroestadounidenses y blancos pobres, que apenas sobreviv�an 
                  en un oscuro y nauseabundo centro de convenciones y en un 
                  estadio deportivo.
                  
                  Pero 
                  cuatro d�as despu�s del desastre, los apasionados testimonios 
                  cr�ticos se vieron sustituidos por las voces moderadas de la 
                  compasi�n oficial. Empezaron a abundar las ocasiones para 
                  fotografiar a Bush; la Guardia Nacional llegaba al lugar y el 
                  gobierno respond�a. Las �noticias� se ocuparon entonces de 
                  heroicos trabajadores con fotog�nicos agentes blancos y 
                  enfermeras que ten�an en sus brazos a ni�os negros mientras 
                  aportaban alivio a los �refugiados� y acababan con la 
                  creciente anarqu�a, la violencia y el �saqueo� entre los 
                  supervivientes. Las entrevistas con altos funcionarios 
                  militares se centraron en la amenaza que individuos violentos 
                  entre los �refugiados� hac�an pesar sobre los soldados. Las 
                  im�genes de veh�culos que transportaban tropas, de fuerzas 
                  especiales armadas hasta los dientes contra un tel�n de fondo 
                  de muchedumbres encolerizadas, resonaron junto con la 
                  propaganda de la guerra de Irak. Lo que hab�a empezado siendo 
                  un ejercicio de ayuda humanitaria se convirti� en una 
                  operaci�n de contrainsurgencia. Al final del sexto d�a, los 
                  medios convirtieron los fracasos pol�ticos del gobierno 
                  federal para proteger a los ciudadanos en una exitosa 
                  ocupaci�n militar.
                  
                  
                  
                  La militarizaci�n de Nueva 
                  Orleans
                  
                  
                  Nada 
                  muestra mejor la �l�nea revisionista� de los medios que el 
                  lugar prominente que otorgaron a la orden gubernamental de 
                  �disparar a matar contra los saqueadores�. No hubo ni una 
                  queja, ni una voz cr�tica: los medios convirtieron la ciudad 
                  desolada en una zona de guerra: Nueva Orleans pas� a ser Faluya. Los medios se ocuparon de desenterrar cada rumor, cada 
                  habladur�a, cada informe infundado de tercera mano sobre 
                  violaciones infantiles y asesinatos para proporcionar un 
                  contexto a la �nueva realidad�: la militarizaci�n de una 
                  ciudad devastada. Los medios est�n bien preparados para dicho 
                  gui�n: periodistas incrustados entre las tropas destacaron a 
                  soldados repartiendo raciones militares concentradas 
                  (completamente in�tiles para ni�os peque�os y ancianos 
                  deshidratados), mientras que omit�an las palizas que les 
                  propinaban a los negros sorprendidos con comestibles (los 
                  negros roban comida, los blancos la encuentran). 
                  M�s de cien mil personas sin hogar, trabajo, dinero, agua, 
                  alimentos y condiciones sanitarias eran, ante todo, v�ctimas 
                  de la ocupaci�n militar� para proteger de los �saqueadores� a 
                  los bancos, las peque�as boutiques de moda y las joyer�as. 
                  Diecis�is mil soldados y fuerzas especiales, con la ayuda de 
                  veh�culos armados y helic�pteros, tomaron la ciudad.   
                  
                  
                  No se 
                  anunciaron proyectos de reconstrucci�n civil, empleos para los 
                  desempleados y planes para realojar a las decenas de miles de 
                  familias que se han quedado sin hogar. En cambio, los medios 
                  hicieron uso repetido de la paranoia blanca: violadores negros 
                  aterrorizando vecindarios o refugios, en todas partes hab�a un 
                  rumor� Sorprende que no incluyesen el canibalismo en la lista 
                  de �ultrajes� cometidos por los �africanizados� indigentes. 
                  Apenas se mencion� a los �saqueadores� que desafiaban las 
                  aguas arremolinadas y a los francotiradores militares para 
                  llevar agua embotellada a los ancianos, cereales a los ni�os y 
                  latas de sardinas a los hambrientos. El noventa y nueve por 
                  cien de los negros eran pobres de solemnidad, pero los medios 
                  se centraron en el 1% de criminales. Kathleen
                  Blanco, la gobernadora 
                  de Luisiana, orden� una �tolerancia cero� para estimular al 
                  Presidente y dar prioridad a los rifles autom�ticos de las 
                  fuerzas especiales. El alcalde negro de Nueva Orleans, 
                  atrapado entre la mayor�a de los negros confinados en la 
                  inmundicia, entre los muertos en descomposici�n y las aguas 
                  residuales de los que a�n viv�an y la militarizaci�n de la 
                  ciudad, apel� al mundo exterior.
                  
                  Los 
                  medios han perdonado la violaci�n cotidiana de una ciudad, de 
                  toda una poblaci�n vulnerable, pues mientras que mostraban a 
                  un testigo de la rumoreada violaci�n de una adolescente de 14 
                  a�os varios d�as antes, no se ocuparon de los informes de 
                  muertes masivas, aguas fecales contaminadas y beb�s 
                  desfallecientes, deshidratados. La m�quina de la propaganda 
                  estatal se centr� en el Presidente firmando un decreto de 
                  ayuda y prometiendo ley y orden.
                  
                  
                  
                  La criminalizaci�n de las 
                  v�ctimas
                  
                  
                  Si se 
                  considera el total abandono en que el gobierno dej� a las 
                  decenas de miles de pobres, de negros sin comida y sin hogar, 
                  era obvio que muchas personas se lanzar�an a la b�squeda de 
                  alimentos y de agua. Al identificar de forma deliberada a los 
                  supervivientes como �saqueadores� y �violadores�, la 
                  Administraci�n sent� las bases de la posterior militarizaci�n 
                  y, de facto, de la ley marcial, f�rtil terreno para los 
                  asesinatos. Los primeros informes censurados de periodistas no 
                  incrustados daban testimonio de soldados de la Guardia 
                  Nacional apaleando a los supervivientes que buscaban ayuda. 
                  Los informes militares se hicieron eco la muerte de varios 
                  �francotiradores�.
                  
                  Sin 
                  duda la primera preocupaci�n del gobierno ha consistido en 
                  saturar la ciudad de militares para impedir que los 
                  supervivientes se organicen buscando justicia y para canalizar 
                  todas las comunicaciones sobre el estado de la ciudad a trav�s 
                  de fuentes aprobadas de forma oficial. Todav�a m�s 
                  significativo es el hecho de que los militares hayan definido 
                  la naturaleza de la situaci�n como un problema de 
                  criminalidad, cuya soluci�n es represiva por medio del 
                  m�ximo control y la m�nima ayuda.
                  
                  
                  
                  Los poderes m�gicos de los 
                  medios de comunicaci�n
                  
                  
                  Al 
                  s�ptimo d�a despu�s de la cat�strofe humana, los medios se 
                  vieron inundados con las caras, las voces y la ret�rica 
                  compasiva de todos los voceros principales y secundarios de la 
                  Administraci�n de Bush. Cada cadena importante de televisi�n, 
                  cada programa destacado present� a Bush, Rumsfeld, Rice, 
                  Chertoff y a varios generales hablando con admiraci�n de los 
                  esfuerzos herc�leos, de los valientes y generosos soldados de 
                  la Guardia Nacional, que ayudaban a la poblaci�n.
                  
                  Los 
                  comentaristas y entrevistadores de los medios cooperaron sin 
                  reservas en la despenalizaci�n del Estado. Los funcionarios 
                  culpables de cr�menes contra la humanidad de ciudadanos pobres 
                  e indigentes se transformaron en salvadores humanitarios. No 
                  hubo ni una palabra de autocr�tica por parte de los 
                  funcionarios y ninguno de los medios habl� de ello. Las pocas 
                  voces cr�ticas disidentes de los primeros d�as recibieron su 
                  castigo y desaparecieron de las pantallas de la televisi�n. 
                  Los medios de Estados Unidos fueron el �nico lugar de todo el 
                  mundo en donde se exoner� a los culpables.
                  
                  La 
                  propaganda estatal de los medios tuvo su impacto: los sondeos 
                  de opini�n indicaron que el 70% de los ciudadanos eran m�s 
                  hostiles a la pol�tica presidencial de precios elevados del 
                  petr�leo y del gas que a la enorme negligencia que caus� la 
                  muerte de miles de sus compatriotas, sobre todo negros (el 66% 
                  del total).
                  
                  Al 
                  publicitar la tard�a e inadecuada ayuda presidencial y 
                  amplificar el grado de criminalidad entre los pobres, los 
                  medios han polarizado racialmente la cat�strofe entre blancos 
                  generosos, compasivos y humanitarios e ingratos y hostiles 
                  �refugiados� negros, un t�rmino que despoja a las v�ctimas de 
                  su ciudadan�a y sus derechos.
                  
                  La 
                  orden de �disparar a matar� se aplic� a quienes robaban 
                  botellas de agua y a los verdaderos o imaginarios 
                  francotiradores. La negativa caracterizaci�n de las v�ctimas 
                  por parte de los medios ha aumentado la desconfianza p�blica 
                  hacia los testimonios de ni�os deshidratados y fr�giles 
                  abuelitas. Criminalizar, demonizar y militarizar es lo que 
                  mejor sabe hacer Washington. Repetir la propaganda oficial y 
                  censurar entrevistas disidentes es lo que mejor saben hacer 
                  los medios de Estados Unidos. Ni uno solo de ellos, ni una de 
                  las principales cadenas de televisi�n se hicieron eco de los 
                  informes sumamente cr�ticos de los medios m�s prestigiosos de 
                  ultramar. Los informes de Le Monde, The Guardian,
                  El Pa�s, Der Spiegel o La Jornada nunca 
                  se mencionaron.
                  
                  La 
                  propaganda de fotos y titulares a gran tama�o es muy eficaz en 
                  nuestra estupidocracia y es lo que nuestros medios hacen 
                  mejor. Las fotograf�as de Bush abrazando a un �superviviente� 
                  limpio y fotog�nico excluyeron a los cuerpos flotando sobre 
                  los detritos. Por todas partes hab�a fotos de Bush al firmar 
                  el decreto de ayuda� siete d�as despu�s de los hechos, pero no 
                  las que lo mostraban en una recaudaci�n republicana de fondos 
                  el primer d�a del hurac�n. No hubo fotos del vicepresidente 
                  Chaney jugando al golf al tercer d�a, mientras que los 
                  cad�veres flotaban corriente abajo por la Main Street de 
                  Biloxi (Misisipi). No hubo fotos de la directora de la Cruz 
                  Roja depositando su salario de m�s de 640,000 d�lares, 
                  mientras que 40.000 personas carec�an de agua limpia en �zonas 
                  de refugiados�. No hubo fotos de la Secretaria de Estado Rice 
                  en una comedia de Broadway al cuarto d�a, mientras que los 
                  cuerpos de viejas damas negras se descompon�an cerca de sus 
                  ultrajados e infelices familiares y vecinos.
                  
                  
                  
                  Conclusi�n
                  
                  
                  Los medios de comunicaci�n 
                  dieron un abrupto giro, adaptando y dando forma a las im�genes 
                  de la cat�strofe vehiculadas por la Administraci�n. En siete 
                  d�as, la magia de los medios transform� al equipo de Bush, que 
                  de l�deres incompetentes e ignorantes pasaron a ser 
                  funcionarios decisivos y humanitarios. Al mismo tiempo, los 
                  desesperados, los agonizantes y los furibundos fueron 
                  convertidos en una muchedumbre rebelde, criminal, ingrata y 
                  ca�tica. El mensaje pol�tico estaba claro: la represi�n y la 
                  militarizaci�n eran las condiciones prioritarias para la 
                  supervivencia y la ayuda humanitaria. La ciudad tuvo que estar 
                  bajo una ley marcial de facto antes de que la pudiesen 
                  salvar. Vietnam y Faluya vienen a la mente. Al fin y al cabo, 
                  la contrarresistencia es lo que mejor hacemos en este pa�s. 
                        
                  
                  
                  Seg�n el Presidente, los 
                  miembros de su gabinete y los medios de comunicaci�n, �Estados 
                  Unidos sabe estar a la altura de las circunstancias�: no 
                  olvidaremos a los m�s de diez mil muertos y heridos, incluso 
                  pondremos la bandera a media asta durante unos d�as, siempre 
                  que el Comit� de los congresistas negros lo solicite. Como 
                  dir�a Bush, �adelante, tenemos una guerra que ganar en Irak�.
                  
                  
                  
                  En la otra America, las 
                  v�ctimas, sus amigos, sus hermanos y hermanas no se dejar�n 
                  enga�ar. Seguramente los europeos, africanos, asi�ticos y 
                  latinos tienen im�genes grabadas en su memoria colectiva: de 
                  pobres furiosos y desesperados de Nueva Orleans que dirigen 
                  sus ojos con ira hacia un gobierno indiferente.
                  
                  �Recordar� la America 
                  blanca qui�nes son los criminales y qui�nes las v�ctimas?