| 
          El inestable panorama del trabajo en la sociedad informatizada 
          �ES EL CIBERESPACIO LA NUEVA FRONTERA? 
          
           
            Fred Turner Traducido
          para Rebeli�n por Manuel Talens
          
          
          
            
          
           
          La ret�rica estadounidense de la frontera se ha convertido durante la 
          �ltima d�cada en uno de los temas dominantes de toda discusi�n sobre 
          las nuevas tecnolog�as inform�ticas y sus efectos sociales. Desde las 
          p�ginas de la revista Wired a los pasillos del Congreso, 
          acad�micos, l�deres de la industria, pol�ticos y periodistas han 
          transformado metaf�ricamente muchas formas de comunicaci�n mediada por 
          ordenador en un paisaje imaginario y, de manera expresa, en �una 
          frontera electr�nica�. Por ejemplo, seg�n William Mitchell �decano en 
          el Massachusetts Institute of Technology�, �el ciberespacio es el 
          nuevo territorio que se extiende m�s all� del horizonte, el lugar que 
          atrae a los colonos, vaqueros, p�caros y conquistadores del siglo XXI� 
          (1995: 110-111). Seg�n la consultora de la industria Esther Dyson y el 
          futurista Alvin Toffler, �el ciberespacio es el territorio del 
          conocimiento y la exploraci�n de dicho territorio puede ser una 
          aut�ntica y elevada labor de civilizaci�n� (Dyson et al., 1994: 
          2). 
          Ante tales hip�rboles, resulta dif�cil tener presente que el �ciberespacio� 
          no es en absoluto un lugar, ni tampoco un reflejo futurista del pasado 
          estadounidense. En este ensayo, plantear� las preguntas de c�mo y por 
          qu� a tanta gente le ha dado por pensar que una serie de ordenadores 
          vinculados entre s� y los tipos de comunicaci�n que posibilitan poseen 
          una topograf�a coherente y, en particular, un paisaje que se ajusta al 
          �mito americano�. Diversos cr�ticos han argumentado que la ret�rica de 
          la frontera electr�nica simplemente representa la repetici�n de temas 
          cl�sicos literarios estadounidenses en un momento nuevo (Miller, 1995; 
          Sobchack, 1996; Healy, 1997), pero yo creo que dicha ret�rica ha 
          surgido menos de las nieblas de la historia literaria que de los 
          esfuerzos de una comunidad particular de fabricantes de ordenadores, 
          programadores de software, consultores corporativos y acad�micos. Este 
          grupo, denominado �la clase virtual� (Kroker y Weinstein, 1994) o los
          digerati * (Brockman, 1996), es el que ha promovido 
          sin descanso la idea de la comunicaci�n mediada por ordenador como una 
          exploraci�n de la frontera. Yo, al igual que otros cr�ticos �en 
          especial Kroker y Weinstein (1994) y Barbrook y Cameron (1998) �, 
          sostengo aqu� que en parte lo han hecho con vistas a obtener ventajas 
          sociales y econ�micas para su clase, pero tambi�n que esta elite 
          emergente ha utilizado la ret�rica de la frontera electr�nica para 
          identificar y aliviar la ansiedad que provocan los grandes cambios que 
          han tenido lugar durante los �ltimos veinticinco a�os en las pr�cticas 
          laborales y en la movilidad personal, cambios desencadenados por las 
          propias industrias del ordenador y del software. 
          Tal como el soci�logo Manuel Castells y otros han se�alado, los 
          Estados Unidos del ciudadano con traje y corbata �un mundo dominado 
          por compa��as organizadas de manera jer�rquica, que ofrecen un empleo 
          m�s o menos estable� han empezado a desaparecer y, en su lugar, ha 
          surgido lo que Castells denomina la �sociedad interconectada�. 
          Castells indica que, contrariamente a lo que antes suced�a en las 
          sociedades industriales, que organizaban sus econom�as principalmente 
          en torno a la producci�n de bienes materiales, �la sociedad 
          interconectada� ha comenzado a organizarse en torno a �la tecnolog�a 
          de generaci�n del conocimiento, de la inform�tica, y de la 
          comunicaci�n simb�lica� (1996: 17). En la pr�ctica, esto significa que 
          un n�mero cada vez mayor de trabajadores se ganan la vida no s�lo 
          procesando informaci�n, sino que usan las tecnolog�as de procesamiento 
          inform�tico (tales como los sistemas operativos) para crear nuevas 
          tecnolog�as de la informaci�n (por ejemplo, softwares m�dicos o 
          financieros). Los trabajadores ahora usan la informaci�n no s�lo para 
          gestionar la producci�n de bienes materiales, sino tambi�n para 
          producir la informaci�n como una especie de �bien� en s� mismo. 
          Seg�n Castells, la mayor parte de este nuevo trabajo tiene lugar 
          dentro de �empresas interconectadas�. Dichas compa��as pueden tener su 
          sede en una naci�n o en otra, pero hacen negocios en todo el mundo 
          veinticuatro horas por d�a, y ello con la ayuda de redes electr�nicas 
          de intercambio de informaci�n. Tales empresas est�n organizadas de 
          manera horizontal en una serie de unidades descentralizadas, cada una 
          de las cuales se halla vinculada a las dem�s y, al mismo tiempo, 
          funciona en gran parte de manera aut�noma. Gracias a esta nueva forma 
          de organizaci�n macroecon�mica, los trabajadores son m�s 
          independientes pero, al mismo tiempo, tienen menos poder. Por un lado, 
          escribe Castells, �la difusi�n de la tecnolog�a avanzada de la 
          informaci�n en f�bricas y oficinas� ha conducido a una 
          �mayor�necesidad de trabajadores aut�nomos, cultos, capaces y 
          dispuestos a programar y a decidir secuencias enteras de trabajo� 
          (1996: 241). Por el otro, sin embargo, la necesidad que tienen las 
          organizaciones interconectadas de ser flexibles para poder responder a 
          los cambios de las condiciones econ�micas �junto con su capacidad de 
          situar sus operaciones casi en cualquier parte del mundo� ha hecho que 
          incluso los trabajadores de mayor formaci�n intelectual sean sumamente 
          vulnerables. Las empresas pueden reducir el tama�o de sus compa��as 
          �con frecuencia lo hacen�, as� como subcontratar, echar mano del 
          trabajo temporal y automatizar o trasladar ciertas tareas (1996: 239). 
          Por consiguiente, los trabajadores se han visto en la obligaci�n de 
          ser sumamente emprendedores en todos los niveles. 
          Esto es mucho m�s evidente en las industrias del ordenador y del 
          software, incluso en los puestos de mayor preparaci�n y mejor pagados. 
          Las compa��as del Silicon Valley se enfrentan con una variedad de 
          �fuerzas perturbadoras�, que incluyen �el �xito inmediato, los inicios 
          dif�ciles en el mercado, los planes apremiantes de desarrollo, la 
          obsolescencia repentina de sus productos, la competencia inesperada e 
          implacable, los errores imprevistos y los patrocinadores financieros 
          desleales� (Hayes, 1989:43-44). Por ello, �insisten en contratar 
          grupos flexibles de trabajadores y gestores� y trasvasan as� las 
          inestabilidades del mercado a su mano de obra (Hayes, 1989: 43-44). En 
          el eslab�n inferior de esta cadena, a los trabajadores no les queda 
          m�s remedio que deambular de empleo en empleo como mejor pueden. En el 
          superior, los trabajadores m�s expertos a menudo cambian de trabajo 
          con la ayuda de agencias o de una red de amigos profesionales, pero en 
          ambos casos el trabajo en la industria inform�tica les exige una 
          enorme dedicaci�n a corto plazo y una gran flexibilidad a largo plazo. 
          Hay quienes durante a�os han celebrado tales exigencias como una 
          fuente de perfeccionamiento personal individual y de productividad 
          industrial. La novela Microserfs [1995], de Douglas Coupland, 
          por ejemplo, cuenta la historia de Dan, un inspector de errores de 
          veintis�is a�os que trabaja para Microsoft y que deja la compa��a para 
          asociarse con varios amigos y crear, a partes iguales, un �Lego 
          virtual� (1995: 71-72). Durante la mayor parte del libro la empresa 
          amenaza con fracasar, pero al final encuentran suficiente capital de 
          inversi�n y Dan y sus amigos parecen destinados a la riqueza. 
          Sin embargo, incluso si el libro alaba la movilidad en el Silicon 
          Valley, muestra tambi�n las dif�ciles condiciones de trabajo 
          existentes. Tal como lo explica la voz narradora, �los plazos 
          temporales son extremos en la industria de la tecnolog�a. La vida 
          transcurre a una velocidad cincuenta veces superior a la normal� 
          (1995: 355). En el eslab�n inferior, los apremiantes plazos de 
          producci�n obligan a programadores como Dan a trabajar hasta cuarenta 
          y ocho horas seguidas (una pr�ctica que ellos denominan �el vuelo a 
          Australia�) (1995: 110), lo cual, a su vez, hace que pierdan contacto 
          con sus cuerpos. �Trabajar dormir, trabajar, dormir, trabajar, 
          dormir��, escribe Dan en su diario. �Siento como si mi cuerpo fuese un 
          coche en el que paseo a mi cerebro, como una madre de los suburbios 
          que lleva a sus hijos a jugar al hockey� (1995: 4). Adem�s, los 
          desenfrenados ciclos de desarrollo de los productos hacen que toda la 
          industria necesite individuos j�venes. En su diario, por 
          ejemplo, Dan establece una serie de m�ximas para la obtenci�n de 
          empleo en el mundo de los multimedia, que incluyen las nociones de que 
          una empresa no puede pretender m�s de diez a�os de dedicaci�n completa 
          al trabajo y que �el l�mite superior de la edad de la gente con 
          instintos para este negocio es de aproximadamente cuarenta a�os� 
          (1995: 296).  
          En un �mbito m�s ampliamente social, Microserfs hace la cr�nica 
          de la disgregaci�n de los trabajadores que Castells considera t�pica 
          de la empresa interconectada. Coupland se�ala, por ejemplo, que la 
          arquitectura de las plantas de la industria inform�tica ha cambiado en 
          varias d�cadas. En los a�os setenta, las compa��as agregaron duchas 
          para los empleados que hac�an footing. En los ochenta pasaron a ser 
          campus, a veces con servicios de comedor y dormitorios. Este per�odo, 
          escribe Coupland, estuvo marcado por un esp�ritu corporativo que 
          describe mediante la m�xima �entr�guenos usted su vida entera o no le 
          permitiremos trabajar en buenos proyectos� (1995: 211). En los 
          noventa, Coupland explica que �las corporaciones ya ni siquiera 
          contratan gente, sino que la gente se convierte en sus propias 
          corporaciones� (1995: 211). En otras palabras, incluso si las empresas 
          exigen un mayor compromiso a sus trabajadores, tambi�n los obliga a 
          hacerse cada vez m�s independientes. Esta independencia, a su vez, ha 
          hecho que muchos de ellos sean sumamente m�viles. Los sitios donde un 
          programador puede encontrar trabajo son limitados y, tal como sugiere 
          Coupland, los programadores suelen intercambiarse entre ellos. En 
          consecuencia, estas redes de empleo tienden a sustituir a las formas 
          anteriores de cohesi�n social. En Microsefs, la filos�fica 
          programadora Karla, novia de Dan, describe as� el problema: 
            
          �No olvides que la mayor parte de los 
          que vinimos al Silicon Valley carecemos de las estructuras 
          tradicionales que en otros sitios del mundo otorgan identidad: la 
          religi�n, la pol�tica, la estructura familiar, las ra�ces, el sentido 
          de la historia u otros sistemas de creencias, que hacen que los 
          individuos no tengan que preguntarse qui�nes son. Aqu� uno se las ha 
          de arreglar solo. �Es un trabajo enorme, pero f�jate en la 
          cantidad de ideas que surgen del pl�stico! (1995: 236)� 
            
          En los comentarios de Karla se percibe la presencia de algunos de los 
          principios de la ret�rica de la frontera electr�nica: la soledad, el 
          individualismo, la necesidad de inventiva y hasta la sugerencia de un 
          sentido de misi�n. Pero tambi�n podemos ver que tales principios han 
          surgido de la destrucci�n de otro modelo de cohesi�n individual y 
          social, como son los ritmos del ciclo de la vida y la necesidad de un 
          lugar social y geogr�fico. Los d�as y las noches han desaparecido en 
          las org�as de la codificaci�n. La vejez ha dejado de ser una fuente de 
          autoridad para convertirse en un signo de incapacidad laboral. Es 
          posible trabajar con un ordenador en cualquier sitio y, de hecho, para 
          no perder el trabajo uno ha de estar dispuesto a mudarse, con lo cual 
          participa poco en organizaciones sociales locales y no pertenece a 
          ninguna parte. El paisaje social de la industria inform�tica, sin 
          religi�n, pol�tica, familia, historia ni obligaciones a un lugar 
          particular, es una versi�n contempor�nea del territorio de Nebraska, 
          una llanura abierta de par en par, donde sus habitantes se las 
          arreglan sin ayuda de nadie. 
          En el mundo de la ficci�n de Coupland, esa soledad permite que Dan y 
          sus amigos se regeneren y se enriquezcan a s� mismos. No obstante, en
          Close to the Machine: technophilia and its 
          discontents
          (1997), libro en el que Ellen Ullman cuenta las memorias de su 
          vida como programadora e ingeniero de software, sugiere que, en el 
          mundo real, la transitoriedad y la soledad del trabajo en la industria 
          inform�tica son m�s destructoras que constructoras para el individuo. 
          A sus cuarenta y seis a�os, Ullman ha programado ordenadores desde 
          1971 y en la actualidad trabaja como ingeniero independiente de 
          software. Hace a�os trabaj� como empleada, pero su empresa fue 
          absorbida por otra. Hoy d�a escribe, �mis clientes me contratan para 
          hacer un trabajo y se desprenden de m� cuando lo termino. Yo contrato 
          el siguiente eslab�n de contratistas y luego me desprendo de ellos� 
          (1997: 126). Tal como sugiere Castells, esto es t�pico de la sociedad 
          interconectada, las presiones del r�pido cambio tecnol�gico y 
          econ�mico han llevado a Ullman a practicar el modelo de trabajo de la 
          empresa interconectada. En su libro explica que sus clientes esperan 
          que consultores como ella 
            
          �re�nan un grupo de gente para hacer 
          un trabajo, lleven �ste a cabo y despu�s lo disuelvan. Nadie tiene por 
          qu� invertir en una persona o en unas habilidades, eso no tiene 
          sentido�Las habilidades cambian antes que la persona, por lo que 
          siempre es m�s sencillo cambiar a la persona.� (1997: 129). 
            
          En el interior de sus redes basadas en el trabajo, Ullman y sus 
          colegas mantienen contactos emocionales muy intensos, pero apenas se 
          termina el proyecto, el grupo, que ha llegado a intimar, debe 
          dispersarse. Tales interrupciones son dolorosas, si bien la angustia 
          que causan no es nada en comparaci�n con el miedo que tiene Ullman a 
          caer en desuso. Las tecnolog�as con que trabaja cambian sin cesar y, 
          si desea permanecer en el negocio, tiene que estar al d�a. Desde 1971, 
          escribe, 
            
          �he aprendido seis lenguajes de 
          programaci�n del m�s alto nivel, tres ensambladores, dos lenguajes de 
          recuperaci�n de datos, ocho lenguajes de procesamiento de trabajo, 
          diecisiete lenguajes de escritura, diez tipos de macros, dos lenguajes 
          de definici�n de objeto, sesenta y ocho interfaces de programaci�n de 
          bibliotecas, cinco variedades de redes y ocho entornos de operaciones, 
          que en realidad son quince si multiplicamos entre s� las distintas 
          combinaciones de sistemas operativos y de redes. No creo que esto me 
          haga particularmente ins�lita. Dado el ritmo de los cambios en 
          inform�tica, quienquiera haya trabajado un poco en este terreno puede 
          ofrecer una lista similar.� (1997: 100-101) 
            
          En su juventud, el aprendizaje de estos lenguajes era mucho m�s f�cil 
          que ahora. Ullman ha entrado en la madurez, un per�odo que, seg�n 
          cre�a antes, ser�a �el momento de la consolidaci�n� (1997: 105). A los 
          cuarenta y seis a�os empieza a estar cansada. �El tiempo me dice que 
          deje de buscar lo �ltimo que acaba de aparecer�, escribe. �Mi reloj 
          biol�gico no quiere seguir funcionando a toda prisa como un chip, cada 
          vez m�s r�pido a�o tras a�o� (1997: 105).  
          Pero dadas las exigencias de la industria en que trabaja, el reloj 
          biol�gico de Ullman tendr� que esperar. Como Coupland, Ullman 
          representa un mundo en el que los ritmos biol�gicos, as� como las 
          instituciones sociales que sol�an organizarlos, ya no se ajustan a las 
          expectativas de la industria. En su lugar, escribe Ullman con 
          sarcasmo, los trabajadores como ella deben seguir un pu�ado de reglas: 
          �Vive a tu aire y espera que los dem�s hagan lo mismo. No lleves 
          ninguna carga. S� libre o muere. S�, es cierto, uno s�lo puede confiar 
          en s� mismo� (1997: 127). 
          Tal como sugiere, la ret�rica de la frontera electr�nica proporciona 
          un lenguaje con el que dibujar un mapa del paisaje laboral en el 
          eslab�n m�s alto de las industrias de software y del ordenador. Al 
          igual que colonos imaginarios, Ullman y sus colegas se encuentran 
          solos en una selva de condiciones econ�micas muy diferentes de las que 
          sus padres conocieron o hubieran podido ense�arles. Alejados de los 
          efectos civilizadores de la pertenencia a comunidades corporativas 
          permanentes, van a la deriva de patr�n en patr�n, como los pistoleros 
          a sueldo en las versiones de la vida real de los westerns espagueti 
          televisados en las madrugadas. Su poder se basa, en primer lugar, en 
          el conocimiento de los sistemas tecnol�gicos que llevan consigo y, en 
          segundo, en sus redes de amigos profesionales. Los v�nculos personales 
          que mantienen entre ellos son tenues y de poca duraci�n. Est�n solos. 
          Viven ajenos a los mundos exteriores a su industria por dos razones: 
          la primera es porque, cuando codifican, trabajan en un estado 
          psicol�gicamente incorp�reo durante largos per�odos de tiempo y, la 
          segunda, porque para no quedarse sin empleo deben mudarse de nodo a 
          nodo dentro de la red de sitios donde se fabrican y se usan los 
          ordenadores y el software, y como para conseguir un nuevo trabajo han 
          de mantener el contacto con otros programadores, viven en un paisaje 
          social y f�sico poblado principalmente por gente como ellos. Para 
          tener �xito dentro de tal paisaje deben ignorar el paisaje paralelo: 
          el de las cosas locales, materiales, de reuniones ciudadanas, de 
          asociaciones de padres y profesores, de participaci�n en la vida 
          c�vica. Se ven obligados a profesar y mantener lealtad a su propia red 
          profesional, a sus sitios y a sus tecnolog�as; deben seguir siendo 
          �vaqueros de consola�, dedicados a tiempo completo a errar por su 
          propio paisaje profesional. 
          En dicho contexto, podemos ver que lo que busca la ret�rica de la 
          frontera electr�nica es transformar una serie de p�rdidas personales 
          �de tiempo con la familia y los vecinos, de conexi�n con el propio 
          cuerpo y con la comunidad� en un mito colectivo. En otras palabras, 
          permite que sus practicantes celebren lo que no pueden evitar. Al 
          mismo tiempo, dado que las met�foras de la frontera captan con 
          exactitud la soledad y la transitoriedad inherente a su trabajo, 
          permiten asimismo tener alguna conciencia de su sufrimiento. Dentro de 
          las industrias del ordenador y del software, la ret�rica de la 
          frontera electr�nica parece ofrecer una especie de puente ideol�gico 
          entre realidades dif�ciles y ficciones atractivas. Incluso si permite 
          que los trabajadores vislumbren el aprieto en que se encuentran, 
          transforma dicho aprieto en un lugar de hero�smo potencial, muy en la 
          tradici�n del �mito americano�. 
          Esto estar�a bien si se tratase estrictamente de un asunto privado 
          dentro de la industria de la inform�tica. Pero no es as�. Desde que 
          naci� hace aproximadamente una d�cada, la ret�rica de la frontera 
          electr�nica ha servido como uno de los principales arquetipos con que 
          los representantes de la industria, los acad�micos, los pol�ticos y 
          otros han procurado definir el empleo y la regulaci�n de un 
          extraordinario recurso p�blico: la Red de Internet. En tal contexto, 
          la met�fora de la frontera electr�nica no s�lo ha aliviado la ansiedad 
          de una elite de la informaci�n, sino que ha aumentado su poder 
          econ�mico. Podr�a ofrecer aqu� un buen n�mero de ejemplos de este 
          fen�meno (lo he hecho en otro ensayo mucho m�s largo), pero dadas las 
          limitaciones de tiempo, me gustar�a centrarme en las maneras en que 
          dos asunciones particulares inherentes a la met�fora electr�nica de la 
          frontera han alterado la forma de la Red de Internet.  
          En primer lugar, consideremos la noci�n de que el ciberespacio, el 
          espacio de Internet, es de alg�n modo un lugar aparte del mundo 
          ordinario material. Tal como lo expresa John Perry Barlow, que es uno 
          de los principales defensores de esta ret�rica, la frontera 
          electr�nica es �un mundo que est� tanto por todas partes como en 
          ning�n lugar, pero no es donde viven los cuerpos � (Barlow, 1996: 1). 
          Cuanto m�s consigan convencernos los consultores de la industria 
          inform�tica como Barlow de que Internet no est�, de alg�n modo, �en 
          ninguna parte�, m�s dif�cil nos resultar� ver que Internet basa su 
          existencia en redes verdaderas, materiales, de cables e interruptores, 
          antenas y sat�lites. Tal como algunos economistas pol�ticos han 
          se�alado, las corporaciones que fabrican y distribuyen este 
          equipamiento �entre ellas las corporaciones a las que Barlow ha 
          servido a cambio de elevados honorarios� a menudo tienen agendas 
          bastante en desacuerdo con las de los usuarios de Internet (Schiller, 
          1998; Herman y McChesney, 1997; Branscomb, 1994). La met�fora 
          electr�nica de la frontera, al volver invisible el poder de los due�os 
          de la infraestructura, hace mucho m�s dif�cil que los usuarios de 
          Internet desaf�en dicho poder. 
          En segundo lugar, consideremos la noci�n de que, en su calidad de 
          frontera, Internet es de alg�n modo accesible en igualdad de 
          condiciones a todos los usuarios. Barlow y otros argumentan que, 
          debido a que se trata de un mundo incorp�reo, la frontera permite 
          abolir los sistemas basados en la distinci�n corporal que plagan 
          nuestras vidas materiales. Cualquiera, escribe, puede entrar en la 
          frontera electr�nica �sin el privilegio o el prejuicio de la raza, el 
          poder econ�mico, la fuerza militar o el lugar de su nacimiento� 
          (1996:1). Pero si aceptamos este punto de vista deberemos ignorar el 
          hecho de que buena parte de la tierra no tiene acceso a Internet ni lo 
          tendr� probablemente durante alg�n tiempo. Incluso en los Estados 
          Unidos, por ejemplo, en 1995 unos siete millones de hogares carec�an 
          de tel�fono (Ebo, 1998: 6) y, en 1998, en torno al 30% de los 
          hogares no ten�an acceso a la televisi�n por cable (Seiter, 1999: 
          147). Parece improbable que esos estadounidenses compren pronto 
          ordenadores y se suscriban a Am�rica On Line. Por �ltimo, la imagen 
          que los ide�logos electr�nicos de la frontera dan de individuos 
          id�nticos y autosuficientes deja en la penumbra todas las diferencias 
          que, seg�n han demostrado los investigadores, influyen sobre el acceso 
          a los ordenadores y el uso que se les da. Entre dichas diferencias se 
          encuentran el g�nero (Seiter, 1999; Clemente, 1998) y el origen �tnico 
          (Ebo, 1998; Clemente, 1998), pero tambi�n el grado de educaci�n y el 
          lugar de empleo. Con un grado m�nimo de alfabetizaci�n y el acceso a 
          un ordenador, por ejemplo, pr�cticamente cualquiera puede aprender 
          c�mo descargar un software o hacer un pedido a trav�s de Internet, 
          pero parece improbable que tales personas se dediquen a las formas m�s 
          complejas de interacci�n mediada por ordenador �formas que otorgan un 
          poder�, en particular las que requieren grandes conocimientos de 
          programaci�n y un acceso casi constante a m�quinas de alto nivel. 
          Por lo tanto, persiste la pregunta: Si la ideolog�a de la frontera 
          electr�nica pinta un cuadro tan inexacto del presente y del futuro de 
          la comunicaci�n mediada por ordenador, �por qu� es tan popular? Yo 
          creo que la respuesta descansa en parte en el hecho de que quienes la 
          promueven tienen un acceso extraordinario a instituciones de elite, 
          incluida la prensa, las principales universidades y el gobierno 
          nacional. Es dif�cil imaginar organizaciones m�s implicadas en los 
          debates contempor�neos sobre la tecnolog�a que el Massachusetts 
          Institute of Technology y la revista Wired o portavoces sobre 
          estas cuestiones m�s ampliamente citados que Esther Dyson o John Perry 
          Barlow. Adem�s, tal como sugiere el trabajo de Manuel Castells, puede 
          que la ret�rica de la frontera electr�nica tenga tambi�n una amplia 
          aceptaci�n en este momento porque alivia la ansiedad de los 
          trabajadores de muchas industrias. Tal como escribe Ellen Ullman, es 
          posible que 
            
          �los trabajadores virtuales seamos el 
          futuro de todo el mundo. Vagamos de empleo en empleo y, en la 
          actualidad, a cualquiera le resulta dif�cil ser estable. Nuestros 
          compromisos de trabajo son contractuales, contingentes, ef�meros, y 
          este modelo de vida insegura se extiende a nuestro alrededor. Puedo 
          equivocarme, pero creo que los programadores somos hoy en el mundo 
          como aquellos canarios que anta�o, en las minas de carb�n, avisaban 
          con su muerte a los mineros cuando el aire se volv�a enrarecido. Nos 
          pasamos la vida solos ante la pantalla. Nuestras vidas giran en torno 
          al ordenador. Vivimos en un ambiente de competici�n con los m�s 
          preparados, donde triunfa el mejor informado y experto y los dem�s se 
          quedan fuera, y �sta es la vida laboral que le espera a la mayor�a. 
          Todos est�n de acuerdo: aprende mucho o te quedar�s rezagado.� (1997: 
          146) 
            
          Si Ullman tiene raz�n, puede que la ideolog�a electr�nica de la 
          frontera represente no s�lo una forma de autopromoci�n simb�lica por 
          parte de la clase virtual, sino tambi�n una tentaci�n para el resto de 
          la gente. Confrontados con una transitoriedad forzada, r�pidos cambios 
          laborales, un apego cada vez menor por los lugares y sus historias y 
          una imprecisi�n de todas las antiguas fronteras entre el hogar y el 
          trabajo, puede que nos tiente el considerarnos pioneros de una nueva 
          frontera social y tecnol�gica. Al igual que los expertos en 
          inform�tica, podremos volver a escribir nuestras vidas adapt�ndolas a 
          un drama nacional, imagin�ndonos de nuevo como vaqueros y astronautas, 
          y podremos comprar y usar ordenadores en parte para sostener dicha 
          fantas�a. Pero si lo hacemos, perderemos la capacidad de identificar y 
          de hacer frente a las fuerzas sociales, econ�micas y tecnol�gicas que 
          hoy en d�a est�n creando no s�lo la comunicaci�n a trav�s del 
          ordenador, sino nuestras propias vidas. 
            
          * 
          El neologismo ingl�s digerati es un h�brido de digital y
          literati y designa a quienes son expertos en inform�tica. 
          (N. del T.) 
              Bibliograf�a Barbrook, Richard, and Andy Cameron. 
          1998. The Californian Ideology. www.wmin.ac.uk/media/HRC/ci/calif1.html. 
          Last modified 26-May-98. Barlow, John Perry. 1996. �A 
          declaration of the independence of cyberspace�, Davos, Switzerland, 
          February 8, 1996; http://members.iquest.net/~dmasson/barlow/Declaration-Final.html; 
          downloaded 11/15/98. Branscomb, Anne W. 1994. Who 
          owns information?: from privacy to public access. New York, NY: 
          BasicBooks. Brockman, John. 1996. Digerati: 
          encounters with the cyber elite. 1st ed. San Francisco: HardWired: 
          Distributed to the trade by Publishers Group West. Castells, Manuel. 1996. The rise 
          of the network society. Information age; 1. Ed. Manuel Castells. 
          Cambridge, Mass.: Blackwell Publishers. Clemente, Peter C. 1998. State 
          of the net: the new frontier. New York: McGraw Hill. Coupland, Douglas. 1995. 
          Microserfs. 1st ed. New York: ReganBooks. Dyson, Esther. 1997. Release 
          2.0: a design for living in the digital age. 1st ed. New York: 
          Broadway Books. Dyson, Esther, et al. 1994. �Cyberspace 
          and the American Dream: A Magna Carta for the Knowledge Age. Release 
          1.2�. Washington, D.C.: The Peace and Progress Foundation. Ebo, Bosah L., ed. 1998. 
          Cyberghetto or cybertopia?: race, class, and gender on the Internet. 
          Westport, Conn.: Praeger. Hayes, Dennis. 1989. Behind the 
          silicon curtain: the seductions of work in a lonely era. Boston, 
          MA: South End Press. Healy, Dave. 1997. �Cyberspace and 
          Place: The Internet as Middle Landscape on the Electronic Frontier�. 
          En Porter, David, ed. Internet culture. New York: Routledge. Herman, Edward S., and Robert 
          Waterman McChesney. 1997. The global media: the new missionaries of 
          corporate capitalism. London; Washington, D.C.: Cassell. (Edici�n 
          castellana: 
          Los medios 
          globales, 
          C�tedra, Madrid 1999. Traducci�n de Manuel Talens). Kroker, Arthur, and Michael A. 
          Weinstein. 1994. Data Trash: The Theory of the Virtual Class. 
          New York: St. Martin's Press. Miller, Laura. 1995. �Women and 
          children first: gender and the settling of the electronic frontier�.
          Resisting the virtual life: the culture and politics of information. 
          Eds. James Brook and Iain A. Boal. San Francisco, CA: City Lights 
          Books. 49-58. Mitchell, William J. 1995. City 
          of bits: space, place, and the infobahn. Cambridge, Mass.: MIT 
          Press. Porter, David, ed. 1997. 
          Internet culture. New York: Routledge. Schiller, Dan. 1999. Digital 
          capitalism: networking the global market system. Cambridge, MA and 
          London, England: MIT Press. Seiter, Ellen. 1999. Television 
          and new media audiences. Oxford television studies. Oxford and New 
          York: Clarendon Press; Oxford University Press. Sobchack, Vivian. 1996. �Democratic 
          franchise and the electronic frontier�. Sardar, Ziauddin, and Jerome 
          R. Ravetz, eds. Cyberfutures: culture and politics on the 
          information superhighway. New York: New York University Press. 
            
            Ullman, Ellen. 1997. Close to the 
            machine: technophilia and its discontents. San Francisco: City 
            Lights Books. Fred Turner 
          es Profesor Ayudante en el Departamento de Comunicaci�n de la 
          Universidad Stanford (EE.UU.). 
   
          Rebeli�n, 
          jueves 16 de enero de 2003 
           
             
 
          
          SI DESEA COTEJAR EL ORIGINAL EN INGL�S DE ESTE ENSAYO, 
          PULSE EN: 
          
          
          http://www.cpsr.org/essays/2001/CPSREPText.htm  SI DESEA LEER ESTA TRADUCCI�N EN EL SITIO WEB 
        DE REBELI�N, PULSE SOBRE LA IMAGEN 
          
        
             |