El escritorio de Manuel Talens

ART�CULOS DE OPINI�N / DIARIO EL PA�S

                                                                                                                                        

Manuel Talens (fotografía de González Molero, peródico IDEAL, Granada)

Espa�ita Roja
MANUEL TALENS

�rase una vez una ni�a de ojos negros, muy guapa y bondadosa, que viv�a en los confines de un gran bosque. Su familia hab�a luchado encarnizadamente en tiempos anteriores para que el bosque fuera de todos, compartido, pero no pudo conseguirlo, porque los amos se lo impidieron con la ayuda de un mercenario y de muchas sotanas. Los padres de la ni�a no se amilanaron y, para mantener encendida la llama de la resistencia, llamaron a su hija Espa�ita Roja.

Una ma�ana, le dijo la mam�:

�Espa�ita, ve a llevarle estas medicinas a la abuelita, que est� enferma en su casa al otro lado del bosque.

La ni�a estaba orgullosa de su abuelita, porque �sta, a pesar de los muchos a�os y de las derrotas sufridas, nunca se hab�a puesto de rodillas e incluso se opon�a con su d�bil voz a guerras lejanas de agresi�n, en las que los amos del bosque contribu�an al asesinato de inocentes en nombre de la justicia.

Espa�ita Roja se dirigi� rauda y veloz a cumplir con los deseos de su mam�, pero al adentrarse entre los �rboles, el sendero habitual ya no estaba all� y en su lugar hab�a surgido una amenazadora urbanizaci�n. No se amedrent� y, como era desenvuelta, dio un rodeo a la b�squeda de otra vereda. La encontr�, mas no tard� en ver su avance interrumpido por uno de los muchos incendios forestales con que los amos del bosque suelen preparar el suelo para construir nuevas urbanizaciones.

Entonces, apareci� el Lobo Feroz, un ejemplar de talla min�scula, espeso bigote, pelambrera hirsuta y aullidos aflautados con acento de Valladolid.

�Espa�ita, �ad�nde vas?

�A llevarle estas medicinas a mi abuelita, que est� enferma. Pero me he perdido.

El Lobo Feroz era el cancerbero de aquel territorio. Fiel a los amos que serv�a, utilizaba sus afilados colmillos para impedir la entrada en el bosque de extranjeros pobres de otras razas que, seg�n corre el bulo, acuden por oleadas a robar lo ajeno y perturban la paz ancestral. Mir� a la ni�a con ojos codiciosos y le indic� por donde ir. Luego, como conoc�a el latifundio palmo a palmo, tom� un atajo y se dirigi� a la casa de la abuelita. La enga�� con falsedades para que abriese la puerta, se la comi� cruda, se disfraz� con sus ropas, apag� la luz y se acost� en el lecho todav�a caliente.

Toc, toc.

��Pasa, Espa�ita! �dijo el Lobo Feroz afectando la voz.

El cuarto estaba en penumbra. Espa�ita Roja se acerc� a la cabecera de la cama y comenz� a besar afectuosamente al Lobo Feroz. Su aspecto, sin embargo, le result� extra�o.

�Qu� orejas tan peludas tienes, abuelita.

�Son para o�rte mejor.

�Y qu� manos tan enormes.

�Son para acariciarte mejor.

�Y qu� respiraci�n tan agitada.

El Lobo Feroz ya no respondi�. �Para qu� dar explicaciones? Ech� pie a tierra, decidido, y se abalanz� sobre la ni�a. Los pajarillos, testigos de la escena, cesaron de trinar.

Desde aquella ma�ana, por el bosque suena de nuevo un ruido de sables, acompasado con frufr� de sotanas, y en el aire s�lo queda la esperanza. Espa�ita Roja est� malherida, pero alg�n d�a, cuando se recupere de la pesadilla, har� honor a su nombre.

 


 

El País

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EL PA�S-Comunidad Valenciana, martes 9 de septiembre de 2003

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Manuel Talens 2003