Velocidad
del tocino
MANUEL TALENS
La celeridad con que hoy se hacen y se deshacen las carreras pol�ticas es un �ndice
externo de las luchas intestinas en la rebotica de cada partido. El reciente
congreso-espect�culo hollywoodense del PP nos ha deparado una foto esclarecedora para
cuando alguien decida escribir la historia de la falsedad institucional: ese abrazo de
Judas que un sonriente Javier Arenas le da a otro sonriente �lvarez Cascos. El uno est�
entrando por la puerta grande y al otro lo sacan por la de servicio, pero las reglas de
urbanidad les imped�an enzarzarse a guantazos ante el personal.
�Existe la amistad en la pol�tica? A juzgar por lo que se ve, parece que no. El t�ndem
Gonz�lez-Guerra, que algunos consideraban indestructible, no resisti� el primer
empell�n serio a que se vio sometido. Le Pen y M�gret se acaban de tirar en Francia los
trastos a la cabeza y Aznar -en aras de un giro cosm�tico hacia el centro- no ha dudado
en quitarse de en medio al miembro m�s impresentable de su gabinete.
En esa selva de alima�as tan vinculada con los negocios que es el poder, las relaciones
personales se utilizan como palanca para subir a toda prisa, nada m�s. La fulgurante
ascensi�n del se�orito andaluz Arenas recuerda un poco a la de Eduardo
Zaplana, un
ambicioso abogado de provincias que lleg� a ser presidente de la Generalidad (y a�n no
ha terminado la escalada, por mucho que diga que Madrid no le interesa). En su caso -basta
con leer cada d�a la prensa valenciana-, es f�cil sospechar que ha pactado una alianza
absoluta con el diario decano y con los intereses econ�micos atrincherados tras �ste.
Hasta ahora todo va bien para ambas partes, pero no olvidemos que los individuos pasan y
el dinero permanece, y a juzgar por la inconsistencia de tales asociaciones, bien puede
suceder que alg�n d�a lo dejasen en la estacada, si es que deja ser �til.
Con dicha hip�tesis llego al meollo de lo que pretendo expresar en estas l�neas: la
insignificancia personal de los hombres de paja. El mundo de la pol�tica suele estar
habitado por los m�s mediocres de cada generaci�n, que aprenden pronto a vivir
retra�dos en su burbuja y terminan por sentirse importantes. No les vendr�a mal un poco
de humildad, pero es algo imposible, ya que carecen de dicha virtud y se creen sus propias
patra�as. A Val�ry Giscard DEstaing, en sus a�os de esplendor, un h�bil
reportero lo pill� en bragas durante una rueda de prensa en la que se las estaba dando de
populista y de cercano a la gente de a pie: simplemente le pregunt� por el precio de un
billete para viajar en el Metro de Par�s. El pobre millonario que era y sigue siendo
s�lo pudo balbucir un par de idioteces.
Al hecho de mezclar cosas muy dispares entre s� se le suele decir confundir la
velocidad con el tocino. El escudero Sancho Panza gustaba del tocino, comida de
pr�ncipe en aquella �poca. Am� tambi�n el v�rtigo de la autoridad en su �nsula
Barataria. Pero como hombre juicioso, supo al fin diferenciar entre una cosa y la otra.
Quienes gobiernan nuestro entorno, por mucho que salgan en la televisi�n, no le llegan a
la suela del zapato: han sobrepasado los l�mites sem�nticos del verbo
confundir y para ellos la velocidad -la cegadora realidad virtual del
personaje p�blico que representan- es verdaderamente el tocino, lo que llena la panza y
la billetera.
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