Saramago
y Valor
MANUEL TALENS
Retomo hoy el hilo de esta columna con el mismo personaje que me sirvi� de conclusi�n en
mi art�culo anterior: Jos� Saramago.
Dice el refr�n que cuando la sart�n chilla, algo hay en la villa y, como suele suceder
con la sabidur�a popular, su significado se aplica a ejemplos muy concretos de la vida,
en este caso, a la reciente salida de tono de la Iglesia cat�lica nada m�s conocerse la
noticia de que la Academia sueca hab�a concedido el Nobel al portugu�s de Lanzarote.
La historia personal de este narrador, que algunos quisi�ramos tener como padre o como
amigo, es un ejemplo de sencillez, pero su di�fana trayectoria �tica �nicamente pod�a
abocarlo a ser el blanco de las iras de los mediocres que gobiernan el mundo. Individuo
humilde y desde�oso de las fr�volas candilejas que suelen rodear a algunos escritores y,
a la vez, tozudo en sus opiniones pol�ticas, su existencia dio un giro repentino al
publicar a principios de esta d�cada un libro desgarradoramente terrenal, El evangelio
seg�n Jesucristo, que fue considerado sacrilegio inaceptable por los acaparadores divinos
de siempre. El Observatore Romano puso el grito en el cielo, lo cual es normal, dada la
cala�a de quienes controlan dicho peri�dico. Sin embargo, el acto m�s vengativo, que a
la postre se ha vuelto contra sus autores, vino de parte de la derecha entonces gobernante
en Portugal. Un individuo llamado Antonio Sousa Lara, a la saz�n ministro promotor de la
(in)cultura, se atrevi� a censurar dicho libro ante el parlamento e impidi� que entrase
en una terna para el Premio Europa de Literatura. Las vueltas que da el mundo, podr�amos
a�adir. Sousa Lara, como buen imb�cil, no se ha retractado de su dislate tras el
espaldarazo global a Saramago. Sin embargo, buena parte de los enchufados portugueses que
se alegraron con el ostracismo al que lo somet�an, ahora se apuntan a la celebraci�n. Y
es que en estas cosas de la fama no hay nada como recibir el reconocimiento internacional
o morirse para que a uno lo alaben.
Aqu�, en el Pa�s Valenci�, tenemos el ejemplo sangrante de Enric Valor, al que los
torquemadas actuales tratan con el desprecio que suelen guardar para todo gran hombre,
convencidos en su estulticia de que el genio y el buen hacer pueden ser sepultados desde
un despacho oficial. Pero estoy m�s que seguro de que a su muerte llorar�n como
pla�ideras y organizar�n homenajes p�stumos con tal de salir en la foto. Es lo �nico
que les interesa.
Aunque Zaplana y sus muchachos -y el panfleto diario de papel de retrete que los azuza- se
crean que la obra de un cl�sico viviente como Valor puede ser ignorada as� por las
buenas, el tiempo suele encargarse de colocar a cada uno en su sitio y, si miramos las
cosas con una perspectiva m�s amplia, �qu� importan los desprecios que el octogenario
creador est� sufriendo hoy? A nuestros politiquillos de tres al cuarto se los llevar� el
olvido. Enric Valor, en cambio, tendr� un d�a no s�lo institutos con su nombre, sino
tambi�n calles que lo recuerden, estatuas en los parques y, sobre todo, un lugar en la
memoria de quienes aman eso tan simple que se llama leer.
Me pregunto si Manuel Taranc�n se atrever� a enmendarle la plana a la reina de Valencia.
Lo dudo.
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