El escritorio de Manuel Talens

ART�CULOS DE OPINI�N EN  El País

Humo
MANUEL TALENS



La revelaci�n, poco ins�lita en la actualidad, de que unos astutos asesores de imagen supervisan al molt honorable Eduardo Zaplana para que los s�bditos audiovisuales lo amemos en nuestro subconsciente y, llegado el d�a, votemos por �l, es s�lo una gota de agua adicional en el oc�ano de intrigas en que est� sumergida la vida pol�tica.

Desde que a principios de los a�os sesenta aquel famos�simo debate televisado entre John F. Kennedy y Richard Nixon demostrase que una buena presencia, por muy vac�o que est� el interior, deja al adversario en la cuneta, los expertos en publicidad han aprendido a cuidar al mil�metro detalles tan nimios de su clientela como el color de la corbata, el afeitado reciente, la dicci�n culta o chocarrera (seg�n sea el foro al que vaya dirigida), el chiste oportuno, la cirug�a est�tica de las bolsas palpebrales y ahora, seg�n se nos dice, la lectura por parte de Zaplana de folios impresos �nicamente hasta la mitad, con el fin de evitar el llamado “efecto papada”, que tanto perjudica su aspecto cuando inclina la cabeza.

Jacques Seguela, un publicista que de haber tenido alma la hubiese subastado al mejor postor, logr� en 1981 lo que parec�a matem�ticamente improbable: endilgarle al pueblo franc�s un gobierno socialista identificando a Fran�ois Mitterrand y a sus huestes con un esl�gan de tres palabras: la force tranquille. �Qu� hab�a tras un ox�moron tan palmario? Nada, porque este ejemplo o cualquier otro de las mistificaciones ret�ricas -visuales, auditivas o l�xicas- que constituyen el paradigma del spot publicitario s�lo buscan crear un efecto agradable que satisfaga los deseos ocultos del receptor, por muy absurdo o nulo que sea su contenido.

Hace dos mil a�os Jesucristo logr� con �xito convertir a las multitudes utilizando de carnaza la vida eterna, argumento insustancial donde los haya. A partir de entonces, la supuesta evoluci�n de nuestro mundo judeocristiano no ha sido otra cosa que un perfeccionamiento imparable del sublime oficio de vender humo. S�, humo eran y humo son las reliquias y milagros de los santos, las escuelas filos�ficas, los sistemas pol�ticos “infalibles” o, ahora mismo, los reality shows. Unos pocos despabilados ofrecen su mercanc�a y el vulgo la compra.

Sin embargo, hab�a algo de grandioso en el esfuerzo de propagar una doctrina capaz de cambiar la historia a base de contenido. Pero eso ya no existe, pues el culto publicitario a la apariencia hueca ha logrado despojar a cosas y personas de cualquier atributo de nobleza, banalizando el producto hasta l�mites tan insignificantes que el acceso a la felicidad ya no se logra en la comuni�n de los domingos, ni en una p�gina de Gald�s, ni en los ideales igualitarios de Bakunin, sino m�s bien adquiriendo un Toyota, votando a un dirigente de cart�n piedra o adentr�ndose en the real thing (�qu� ser� eso?) a trav�s de las burbujas de una Coca-Cola.

Andy Warhol ten�a raz�n: en el camino de esta huida hacia adelante hemos perdido la capacidad de ilusionarnos por alguien o algo m�s de cinco minutos seguidos. En contrapartida, la figura en la sombra del asesor de imagen nos recuerda en permanencia que reyes, pol�ticos, banqueros o mercachifles de la jet son marionetas de gui�ol manejadas a su antojo por el Rasput�n de turno. Y a pesar de todo seguimos comprando humo.

 

EL PA�S-Comunidad Valenciana, jueves 16 de abril de 1998.

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