Savoret
MANUEL TALENS
Un primo de mi padre, que se llamaba Savoret y en la Segunda
Rep�blica era joven y anarquista, se convirti� durante la postguerra
en una m�s de las innumerables v�ctimas de Francisco Franco:
prisionero y condenado a muerte, su cuerpo se fue pudriendo por dentro
en las c�rceles del general�simo y, una vez desahuciado y con los
pulmones tuberculosos, el r�gimen lo dej� �libre� para que su
familia se encargara de �l. Regres� a Poli�� de J�car y tuvo el
tiempo justo de engendrar un hijo y verlo antes de morir, pero a
distancia, pues se neg� a tomarlo en sus brazos para no contagiarle
la enfermedad.
Yo, por supuesto, no lo conoc�, pero la llama de su desgracia,
mantenida ardiendo por mi padre al calor de los a�os, me ha
acompa�ado siempre como una se�al de que hay actos inhumanos que
nunca prescriben. A la figura de Savoret le dediqu� mi primera
novela, La par�bola de Carmen la Reina, y a �l mismo, con otro
nombre y en otra ciudad, lo inclu� como personaje en el cuento
Se�orita Custodia.
En este pa�s nuestro tan olvidadizo, desde Valencia a Pontevedra,
desde M�laga a Bilbao, hubo tantos Savoret ca�dos gratuitamente a
causa de un militar gallego, que sus nombres llenar�an centenares de
p�ginas. Fueron gentes cuya muerte qued� impune. M�s aun, sus
allegados sufrieron durante d�cadas el escarnio de haberlos querido.
A pesar de que alguna literatura barata afirma que �el criminal
nunca gana�, lo cierto es que, en la pr�ctica, suele ganar. Franco
falleci� como un abuelo m�s, rodeado de los suyos, e incluso goza
a�n en exclusiva de un buc�lico valle en que reposan sus huesos
abominables.
George Santayana dej� escrito que quienes no recuerden el pasado
est�n condenados a repetirlo. Por eso yo, que practico la memoria, me
siento parte de la acusaci�n en el tremendo susto que un juez
espa�ol le est� dando al general Pinochet, paradigma viviente de
todos los dictadores homicidas que han poblado este siglo: Stalin,
Hitler, Franco, Idi Amin, Somoza, Mac�as, Videla y tantos otros, que
fueron o son responsables directos del exterminio de millones de seres
y que, por primera vez, est�n sintiendo en sus mejillas -a trav�s de
las de Augusto Pinochet- el aliento fr�o y as�ptico del c�digo
penal, que podr�a serles aplicado un d�a en tribunales
extraterritoriales provistos de garant�as de justicia, algo que ellos
nunca permitieron.
No s� c�mo acabar� este asunto, aunque s� de qu� manera me
gustar�a que lo hiciese. Por desgracia Jos� Mar�a Aznar, de quien
depende la solicitud de extradici�n o el archivo de la causa,
pertenece a la cuerda pol�tica del dictador, la derecha hoy reciclada
y, seg�n dicen, respetuosa de las urnas, lo cual me hace temer que
todo quede en agua de borrajas. Hay muchos intereses ocultos
enhebrados en este imbroglio, muchas inversiones espa�olas en Chile,
que peligrar�an en raz�n del enorme poder con el que Pinochet a�n
tutela la mascarada democr�tica del pa�s hermano. Por eso, o mucho
me equivoco o el viejo carnicero, al igual que el nuestro (su �dolo),
morir� tambi�n en la cama, aislado en un b�nker santiaguino, pero
irreductible y sin pedir perd�n. Me conformo, no obstante, con el
enorme desasosiego que a estas horas ha de estar sintiendo en un
lujoso hospital de Londres.
Descansa, pues, en paz, Savoret. Est�s vengado.
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EL
PA�S-Comunidad Valenciana, martes 27 de octubre de 1998. |
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