Arzobispadas
MANUEL TALENS
La publicidad que han recibido en esta d�cada los fondos reservados, la sangr�a del
Banesto, los contratos del f�tbol o las pel�culas escandalosamente caras de Hollywood ha
conseguido que hoy ya nadie parpadee al o�r hablar de cifras con nueve o diez ceros a la
derecha. Y es que la repetici�n convierte en costumbre lo que antes produc�a estupor.
El mes pasado supimos que Agust�n Garc�a, arzobispo de Valencia, fragu� �l solito una
campa�a medi�tica destinada a hurgar en el fil�n caritativo de los feligreses
valencianos para que le regalen cerca de 2.000 millones de pesetas -pura calderilla
comparada con el precio de Romario-, imprescindibles a la hora de restaurar la Bas�lica,
esa especie de pisito realquilado donde vive la Geperudeta. Al efecto, Garc�a ha hecho
abrir una cuenta bancaria en la que los fieles pueden depositar sus donativos. Se trata de
lo que Felip Pinazo llam� con humor en estas p�ginas la cuenta vivienda de
la Virgen.
Y como ha de quedar claro que el aggiornamento del concilio Vaticano II sigue en pie y que
el m�ximo dignatario divino de estos lares, adem�s de hablar con Cristo a diario, casar
toreros y repartir dividendos de vida eterna -tareas rutinarias del oficio-, conoce
asimismo las sutilezas mundanas que los p�lpitos publicitarios exigen de cualquier
buhonero, ha hecho preparar un anuncio televisivo, con voz en off y todo, en el que se
recita la letan�a de los problemas que aquejan a la Bas�lica y se nos insta a aflojar la
mosca. Hasta hoy, que yo sepa, el negocio da bien el naipe, porque aqu� no habr�
capitalidad cultural, pero lo que es devoci�n, sobra.
Sucede, sin embargo, que al p�rroco de la iglesia de Santa Cruz del Barri del Carme,
Francisco Gil, se le ocurri� una idea chocante y poco respetuosa con la tradici�n de
Roma, que consist�a en dejarse de limosnas y obtener la pasta gansa vendiendo las joyas
que los cristianos le han ido regalando a la Mare de D�u en a�os posteriores a la
Cruzada (el patrimonio anterior, �ay qu� penita!, desapareci� a manos de los rojos).
Pero los creyentes que el pasado 17 de mayo se solazaban entre la Bas�lica y el palacio
de la Generalitat (junto a esa hermos�sima fuente que es un primor), se oponen y rechazan
de plano una medida que, como poco, ser�a pecado mortal: el tesoro, dicen, ha de quedarse
donde est�, en casa de la patrona, qu� carajo (v�ase la mini-encuesta del Levante,
publicada el 18 en p�g. 24).
Por el momento se ignora si el arzobispo Garc�a va a hacer que el p�rroco Gil sea
condenado a galeras, desterrado a convertir infieles en el turco o, lo m�s probable,
reciba 666 vergajazos en pleno lomo. Los ir� informando a ustedes con puntualidad.
A m�, y esto ya va en serio, me da cierta tristeza que para una vez que un cura demuestra
sentido com�n, ni el pastor en jefe ni el reba�o de siempre le hagan el
menor
caso. Echo tambi�n much�simo de menos aquellos tiempos recios en que Espa�a herv�a de
anticlericales tan dignos como Blasco Ib��ez y Baroja, capaces de cantarle las verdades
a la Iglesia sin que les temblara el pulso.
Tener fe me parece un derecho leg�timo (que yo no ejerzo), pero aprovecharse de la
indefensi�n emocional que suscita en los dem�s y seguir vaciando bolsillos candorosos se
llama de otra manera en mi diccionario: mala fe.
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EL
PA�S-Comunidad Valenciana, jueves 11 de junio de 1998. |
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