Coraz�n
tan rojo
MANUEL TALENS
Hace un par de s�bados asist� en las tertulias de Crisol a la presentaci�n de
Maquis,
la �ltima novela publicada por Alfons Cervera en la Editorial Montesinos.
Cervera (Gestalgar 1947) es uno de esos grandes narradores de la Espa�a actual que viven
difuminados lejos de la algazara televisiva y del circo de las tertulias radiof�nicas
-tan propensas ellas a consagrar a personajes de un d�a-, pues el inter�s primordial de
este valenciano consiste en ofrecer gota a gota al p�blico lector una obra s�lida,
comprometida, coherente y destinada a permanecer en el tiempo, y �l tiene muy claro que
en la vida es preciso elegir: o se es figura medi�tica de realidad virtual o se es
artista. Alfons Cervera es un artista.
Su obra, que ya empieza a ser abultada, ha ido discurriendo por la narrativa y por la
poes�a, y en ambas ha utilizado las dos lenguas de la tierra: el castellano y el
catal�n; pero s�lo quiero hoy referirme desde aqu� al �ltimo empe�o que lo ocupa, una
trilog�a de novelas sobre la memoria basada en Los Serranos, su comarca natal. La inici�
hace dos a�os con El color del crep�sculo y la concluir� en alg�n momento con
La noche inm�vil. Entre las dos, haciendo de puente, he aqu� esta maravillosa Maquis que acaba de
salir.
En un art�culo anterior me ocup� brevemente de la nueva literatura kleenex que abunda
hoy en la oferta editorial, de una narrativa para la que el pasado empieza en alg�n lugar
de los Estados Unidos hace treinta o cuarenta a�os como mucho, y que s�lo trae al
recuerdo m�sica rock, motos, anglicismos y drogas de dise�o. Alfons Cervera se sit�a en
los ant�podas de eso. Maquis, una novela breve que no llega a las 200 p�ginas, describe
en cortas escenas el mundo de dolor, de silencio, de miedo y de muerte que se abati�
durante la d�cada de los cuarenta en torno a un pueblo del interior valenciano
microcosmos universal bautizado para la ficci�n como Los Yesares cuando
la guerra ya se hab�a acabado en toda Espa�a menos en el Cerro de los Curas. All�
deambulan como alima�as los maquis de la libertad, aquellos que esperaban candorosamente
que los aliados devolvieran a Espa�a la Rep�blica y la honradez. Y en Los Yesares, cerro
abajo, la vida fluye mientras tanto con lentitud en medio de un tiempo que parece
detenido. A trav�s de un estilo sencillo que adquiere tonos �picos, el lector asiste a
las palizas de la Guardia Civil, a las torturas, a los fusilamientos, a las purgas con
ricino, a las venganzas atroces de los maquis -a un civil le cortan la cabeza-, a las
traiciones basadas en el miedo y en la desesperaci�n, a la bravuconer�a de los
vencedores y a los intentos del nuevo r�gimen por enterrar en el olvido todo lo que no
sea su propia victoria, utilizando para ello a un maestro fascista que no les cuenta
a los cr�os m�s que la historia de Franco y sus generales, aunque �l les quite los
colores de la sangre y les a�ada, s�lo, el brillo met�lico de las medallas.
En una �poca como la nuestra, tan propensa a ignorar el ayer y a considerar que el
franquismo fue un periodo remoto presto para ser arrumbado en el ba�l de las antiguallas
junto con Felipe II o el rey Witiza, libros como Maquis ponen a las claras que la historia
sigue teniendo un motor que la hace avanzar con pistones inexorables, que ning�n presente
surge de la nada, que los tropezones son siempre posibles y que la sombra del monstruo
sigue acechante y dispuesta a regresar.
El otro d�a, en Crisol, faltaban sillas para acoger a tanto p�blico en la presentaci�n
de Maquis. Muchos de los asistentes eran j�venes; otros hab�an vivido la pavorosa etapa
descrita en la novela, la hab�an soportado de pie, con la misma entereza del guerrillero
Ojos Azules, que, vencido, aparta con la frente el ca��n de la pistola del guardia civil
y se lo queda mirando sin pesta�ear. Y al saber que todos ellos se congratulaban de esta
�ltima entrega de Alfons Cervera, yo pens� que el Pais Valenci�, aunque hoy est�
vestido de azul, conserva a�n en sus entra�as un coraz�n tan rojo que late con fuerza a
la espera de tiempos mejores.
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EL
PA�S-Comunidad Valenciana, martes 6 de mayo de 1997. |
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