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ART�CULOS DE OPINI�N EN  El País

El rock de buen amor
MANUEL TALENS


En el siglo XIV ese preclaro antepasado nuestro que fue el Arcipreste de Hita, refiri�ndose a su Libro de buen amor, escribi� unos versos que dicen: “Cualquier hombre que lo oiga, si bien trovar supiere/ Puede m�s a�adir y enmendar si quisiere” (estrofa 1628). Con palabras tan sencillas y poco pretenciosas, la entonces literatura oral dejaba bien claro algo intr�nseco a todas las artes que se practicaban en la Edad Media: el trabajo creativo nac�a h�brido, an�nimo y mestizo. Dios era el centro del universo y, sus criaturas, meros peones que aspiraban �nicamente a ensalzar la gloria del Se�or. Por eso nada sabemos del autor o autores del Cantar del M�o Cid ni de qui�nes fueron los sucesivos maestros canteros en Santo Domingo de Silos o en la catedral de Burgos, y si la identidad del arcipreste lleg� hasta nosotros, fue merced a una desnuda menci�n nominal en un verso aislado: “... por ende yo, Juan Ruiz...” (estrofa 19). Juan Ruiz no buscaba el prestigio personal, sino dar a sus contempor�neos unos versos hermosos que los acercaran un poco m�s a la divinidad. Y as�, le daba igual si alguien m�s capacitado que �l era capaz de mejorarlos.

Gutenberg y despu�s el Renacimiento terminaron con aquel estado de cosas. Dios pas� a segundo plano, el hombre se hizo cargo de su destino y los artistas, celosos de inmortalidad, empezaron a firmar sus obras, en lo que fue el amanecer del capitalismo. Desde entonces, la modernidad se ha encargado de dirigir la atenci�n, con un efecto zoom, hacia el individuo en vez de hacia lo que �ste produce: pocos en Espa�a han le�do a Cervantes o a Cela, pero todos saben que uno era manco y que el otro suelta ordinarieces en la televisi�n; pocos sabr�an distinguir los compases del Concierto del Emperador, pero todos saben que Beethoven era sordo y alem�n..., y la lista podr�a alargarse hasta el infinito.

La semana pasada, en la Fundaci�n Bancaixa, asist� a la conferencia que dio el m�sico brit�nico David Toop como parte del ciclo Las culturas del rock. De ella voy a destacar una an�cdota que se sit�a en las ant�podas del Arcipreste de Hita. Dijo Toop que el compositor Karlheinz Stockhausen, cuando alguien le pregunt� si aceptar�a que sus obras fuesen distorsionadas, mezcladas y alteradas a la manera que lo son las canciones rock por los diskjockeys actuales, se neg� en redondo: el gran Stockhausen deb�a permanecer est�tico y fijo por los siglos de los siglos. Pues qu� bien, pens�.

Estamos entrando en el tercer milenio y, quiz� sin darnos cuenta, nos aferramos a viejas costumbres con las que crecimos y que se resisten a morir. El Romanticismo nos hizo creer a ciegas en el mito del artista como alguien que merece ser adorado, pero los tiempos que corren son poco propicios para gigantes con pies de barro. Hace ahora diecisiete a�os Umberto Eco public� El nombre de la rosa, una novela construida con fragmentos de centenares de libros -pastiche de pastiches-, de la que dijo p�blicamente que su �nica funci�n hab�a sido “coser los trozos entre s�”. En otras palabras, el semi�tico italiano puso en pr�ctica una variante del precepto de Juan Ruiz. Picasso, por su parte, tambi�n “desarroll�” las Meninas de Vel�zquez con pinceladas oscuras y grotescas. Y de esta forma, contra viento y marea, el arte interpreta y convierte en obras originales todo lo anterior.

De nuevo Umberto Eco, que mantiene una relaci�n ambivalente con la gloria y tiene debilidad por las frases geniales, dijo hace poco en Valencia que por 500 pesetas �l era capaz de encontrar similitudes entre nuestra era y la Ilustraci�n, y que, por 1.000, lo har�a entre nuestra era y el periodo cuaternario. Mi analog�a, desde estas l�neas, es gratis para quien quiera leerlas: el fin de siglo en que vivimos, una vez que Dios ha muerto (asesinado por la ciencia de sus propios hijos), est� viendo nacer una nueva Edad Media en la que las artes se canibalizan entre s� sin verg�enza alguna, como suced�a en tiempos primigenios.

Esos diskjockeys a los que alud�a David Toop no hacen sino escribir con sus consolas electr�nicas la versi�n postmoderna de la m�sica del futuro: el Rock de buen amor.

 

EL PA�S-Comunidad Valenciana, jueves 6 de febrero de 1997.

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