Blasfemias
MANUEL TALENS
El mes pasado uno de los alba�iles que estaba renovando el cuarto de ba�o de mi casa,
mientras hablaba con su compa�ero, se dio un terrible martillazo en la mano izquierda.
Fue algo fortuito, como suele suceder con todo accidente, y el dolor que sent�a se vio
reflejado en la expresi�n de sus ojos, que se alzaron en direcci�n al cielo -en realidad
al techo- echando fuego contra aquella iniquidad.
-Cague en la Mare de Deu! -exclam�.
Y con estas seis palabras parece que empez� a sentirse un poco mejor, o al menos
permiti� sin rechistar que le prest�semos los primeros auxilios.
Siempre he sostenido que la blasfemia -paraula o expressi� injuriosa contra D�u i
els sants, seg�n el diccionario del Institut dEstudis
Catalans- tiene
propiedades beneficiosas para la salud mental de quienes hoy tenemos m�s de cuarenta
a�os y crecimos en ciertas culturas mediterr�neas, caracterizadas por una larga
influencia de la Iglesia cat�lica. El sacerdote franc�s Maurice Lelong, en su pr�logo
al Livre des jurons et des gros mots (Libro de los juramentos y de las palabrotas) cuenta
que en un and�n de ferrocarriles vio una vez a un maletero al que se le ca�an
constantemente los bultos del carricoche defectuoso que empujaba; el individuo, exhausto
de paciencia y rechinando los dientes, bram�:
-Sacrement!
Vaya, se nota que estamos en pa�s de fe, a�ade Lelong que pens� al o�rlo.
Y es que estas expresiones de clara connotaci�n irreverente s�lo pueden darse en sitios
que han sufrido el peso abrumador del catolicismo, aliado secular de los poderes
temporales.
Roma y su campo de influencia fueron siempre un hervidero de canallas que traficaban
prebendas, org�as y bienestar por sotanas purpuradas, mientras al pueblo raso -que
padec�a hambruna- le hablaban de Dios con gorgoritos y golpes de pecho. Lutero se escap�
de aquel lupanar, llev�ndose con �l las posibilidades de libertad; y nosotros, los que
no tuvimos tanta suerte, permanecimos en manos de los curas (�menuda desgracia!),
discurriendo blasfemias e insultos como �nico medio para consolarnos de tanta mentira, de
tanta violencia moral, de tanta misa y de tanto dogma impuesto con escopeta.
Francia hizo la revoluci�n, reban� muchas cabezas de obispo y coloc� a la iglesia en su
sitio. Muerto el perro, se acab� la sarna: las blasfemias cayeron en desuso, algunas tan
encantadoras como �sta que traduzco: �Cristo de tabern�culo de cop�n de santa
crisma de bautismo!, que hoy s�lo se hallan en diccionarios.
Los espa�oles que crecimos con Franco y su nacionalcatolicismo -este alba�il valenciano
es uno de ellos- todav�a nos ji�amos a diario en todo lo divino (signo evidente de
ingenio: nada es tan gracioso como la mierda). Pero s� que nuestros hijos, libres por
primera vez en la historia y ajenos al yugo eclesi�stico, dentro de unos a�os ya no
necesitar�n mandar a los curas a fer la m�. �Aleluya!
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EL
PA�S-Comunidad Valenciana, jueves 27 de noviembre de 1997. |
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