Vidas
paralelas
MANUEL TALENS
En el barrio de Russafa, muy cerca del mercado y de la iglesia de san Valero, hace tiempo
que veo merodear a un hombre joven de aspecto alcoh�lico y sucio. Es pelirrojo, luce
bigote y huele que apesta. Me lo encuentro al pasar, rebuscando en los contenedores de
basura, sentado en el tranco de una puerta o fum�ndose un cigarrillo con algunos
camaradas de infortunio, mientras se ceden de uno en uno la litrona para beber a gollete.
Algunos d�as, si salgo temprano, lo sorprendo a�n dormido en una entradilla, rodeado de
botellas vac�as y abrigado por cajas de cart�n. No tiene cara de malhechor y estoy
seguro de que nunca le ha puesto a nadie la mano encima.
He le�do en los peri�dicos durante varias semanas la terquedad con que los barones del
PSOE conspiraron para quitarse de encima al inc�modo Alfonso Guerra en el 34� congreso.
La imprevisible retirada de Felipe Gonz�lez, con el efecto zoom que logr� en la prensa,
dej� en segundo plano la defenestraci�n de su antiguo lugarteniente, que ha tenido lugar
como previsto. Y ahora la nueva ejecutiva de viejas caras, libre ya del aguafiestas, se
atornilla a su sill�n hasta el pr�ximo congreso.
�Qu� curioso personaje el Guerra! Acu�� frases c�lebres, como aquella de que, gracias
al PSOE, a este pa�s no lo iba a conocer ni la madre que lo pari� (muchas cosas
cambiaron, es cierto, y sospecho que buena parte de ellas para bien, pero otras
propiciaron que el enemigo hist�rico, el que s�lo hab�a soltado el mango de la sart�n
durante un breve intervalo de trece a�os, lo agarrase de nuevo). Y en su periodo de
esplendor, que fue largo, Guerra control� a la sombra los hilos pol�ticos de Espa�a. Lo
sab�a todo de todos, era -dicen- implacable, c�nico y de lengua viperina, de tal manera
que incluso entre los suyos lleg� a inspirar m�s terror que cari�o. Y al igual que
sucede en La hoguera de las vanidades de Tom Wolfe, su castillo de naipes empez� a
venirse abajo cuando cometi� un error.
Ha sido pat�tico verlo debatirse en la pantalla del televisor como una fiera acorralada
que trata de evitar lo inevitable. �Que me hagan esto a m�, despu�s de tantos
a�os de leales servicios!, parece que dec�a. Pero olvidaba, simplemente, que
hab�a llegado su turno.
Una tarde, hace unos meses, sorprend� una conversaci�n del mendigo de Russafa al pasar
junto a �l. Estaba hablando de inter�s compuesto y de plusval�a con sus compa�eros, y
yo no pude reprimir mi curiosidad. Le pregunt� a bocajarro que c�mo hab�a llegado a ser
tan pobre. Me pidi� unas monedas, me inst� a sentarme junto a �l y me explic� de
manera aturrullada su auge y su derrota. Lo hab�a pose�do todo y lo perdi�. No supe si
creerlo -y qu� m�s da-, pero la �ltima frase que dijo se me qued� grabada: Es
s�lo cuesti�n de tiempo, amigo, alg�n d�a beber�s cerveza con nosotros.
(Eclesiast�s 3, 2: Hay tiempo de ganar, y tiempo de perder.)
|
EL
PA�S-Comunidad Valenciana, s�bado 28 de junio de 1997. |
|