Blanco
y negro
MANUEL TALENS
El azar ha querido que dos enormes carteles publicitarios aparentemente ajenos entre s�
conviviesen durante varios d�as de este mes en la confluencia de Peris y Valero con
Carrera Fuente de San Luis. Uno de ellos pertenece a la saga de United Colors of Benetton
y muestra a un rijoso caballo negro -cual Rocinante con la jaca de los gallegos (Quijote
I, XV)- refocil�ndose prendido de una hembra albina. El otro, pagado por las Obras
Misionales Pontificias, trata de un hombre de raza blanca, cabello canoso y mirada
bonachona, vestido al desgaire con camisa abierta y calzando botas de aspecto deportivo,
que pone paternalmente su mano sobre un triste ser del �frica profunda cuyos ojos
muestran la injusticia del universo.
Sobre el blanco -se adivina en �l a un misionero cat�lico que ha sustituido los h�bitos
por la ropa de calle como prueba del aggiornamento Vaticano- aparece impresa la leyenda
Sed de Dios y, sobre el otro, Hambre de pan. El tema en venta,
claro est�, es el D�a del Domund.
He aqu�, pens� al verlo, un ejemplo m�s de la recalcitrante inclinaci�n de cierto
clero por la ret�rica vac�a y ampulosa de siempre. Analicemos el asunto: padecer sed es
mucho m�s que tener ganas de beber, es sufrir una carest�a, un deseo ardiente de algo,
en este caso de Dios. Pero, �qui�n podr� creer que el representante blanco de las Obras
Misionales Pontificias tenga sed de Dios, si pertenece a una Iglesia que lo bebe y lo come
a diario, lo posee, lo acapara y lo difunde urbi et orbi? �Ser� que a los jerarcas de
san Pedro les est�n entrando remordimientos metaf�sicos a causa de su opulencia terrenal
y necesitan acercarse, tocar a los desvalidos y proclamar sus dudas -aunque s�lo sea en
foto- para lograr siquiera una migaja en el fest�n divino del Reino de los Cielos? �Qu�
pensar�n quienes de verdad sienten el mordisco del hambre al contemplar en televisi�n el
gran espect�culo de las beatificaciones y de los viajes organizados del Sumo Pont�fice,
o al enterarse -si es que alguien se lo cuenta- de las intrigas de pasillo al olor
carro�ero de la pr�xima sucesi�n? Poco tiene que ver dicho circo, se sea creyente o no,
con la palabra de Jes�s.
Todo eso y mucho m�s pensaba yo frente a los dos carteles en cuesti�n, pues record�
tiempos lejanos, cuando cada 20 de octubre los ni�os espa�oles sal�amos a patear las
calles provistos de huchas que representaban cabezas de chinos, de negros y de indios
emplumados, en busca de una limosna para el Domund. Y luego, a la ma�ana
siguiente, las clases del colegio se convert�an en un verdadero ejercicio contable, con
term�metros pintados a tiza sobre la pizarra, en los que la temperatura del prestigio
sub�a conforme aumentaban las cantidades en met�lico, y siempre triunfaban los hijos de
familias m�s pudientes, aquellos que gozaban de la doble ventaja de jugar con las cartas
marcadas de antemano.
Eran d�as exultantes del Domund, porque fueron falsos, organizados desde arriba como una
m�s de las supercher�as de la �poca. M�s tarde aprendimos que los chinitos hab�an
sido liberados tiempo atr�s por Mao Tse Tung (otra amarga iron�a de la
historia oficial) y que nunca recibieron aquel dinero. Aun despu�s, hemos sabido de los
desastres que la miseria sigue causando en �frica, en Asia y en Am�rica Latina, siempre
inversamente proporcionales a los fastos de Roma.
Y sin embargo existe otro mundo diferente que nada tiene que ver con la imagen caritativa
del hombre blanco apiad�ndose del negro, y son esas monjas, esos curas, esas enfermeras y
esos m�dicos an�nimos, dignos disc�pulos de Fray Toribio Motolin�a, que se fueron hace
lustros a Ruanda, a Hait� o a las favelas de R�o, lugares que adoptaron como propios
muriendo a veces por la causa, sin mencionar jam�s en su trabajo la palabra Dios, quiz�s
innecesaria cuando se tiene hambre de comida. Ellos, y los ruidosos activistas que
reclaman del gobierno el 0,7% del PNB para el Tercer Mundo, han terminado por reemplazar
en mi coraz�n a toda la caterva de emisarios papales que apestan a fariseo.
Por eso me alegr� tanto al ver el otro cartel, el del caballo. Al menos en una esquina de
Valencia, y aunque s�lo sea papel publicitario, el negro se jode al blanco.
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