Pa�sos
catalans
MANUEL TALENS
Hace varios d�as, la prensa local aire� las nuevas posiciones que acaba de adoptar la
m�s reciente entrega de la Enciclop�dia Catalana con respecto al nacionalismo
pancatalanista favorecido hasta ahora por un sector de la intelectualidad valenciana.
Seg�n parecen haber descubierto en esta edici�n, era un error ambicionar que el
ciudadano com�n y corriente de Gand�a, de Pedreguer o de Borriana tuviese en su cerebro,
como patria, la imagen de un id�lico territorio llamado Pa�sos Catalans y jurase tanto
por la Virgen de los Desamparados como por la de Montserrat. A partir de ahora, la nueva
estrategia deber� pasar por la vertebraci�n del Pa�s Valenci� y les Illes Balears en
tanto que comunidades pol�ticas independientes.
Para m�, que soy andaluz y que padezco de urticaria ante cualquier nacionalismo, esto era
ya algo tan obvio desde que empec� a interesarme por la lengua catalana que me ha sonado
a razones de Perogrullo, pues creo firmemente que no hay nada m�s il�gico que la
pretensi�n de crear afinidades contra natura, desde arriba, basadas en algo tan
irracional como la adoraci�n del propio ombligo. �Qu� otra cosa, si no, son los
nacionalismos?
Lengua no equivale a territorio, por mucho que se empe�en algunos en demostrarlo y, de la
misma manera que yo no puedo sentirme aragon�s pero s� hermanado ling��sticamente con
los aragoneses -�se es mi concepto de pa�s-, un llaurador de la Ribera Baixa no ser�
nunca un pag�s de Lleida, incluso si los dos hablan el mismo idioma. Y es que el problema
de una cierta intelectualidad en estas tierras hist�ricamente sometidas a estructuras
catellanizantes ha consistido, desde que lleg� la libertad, en aunar los esfuerzos por
restablecer la lengua que les trajo el rey don Jaume (admirable asunto de cultura) con la
creaci�n de una m�stica pancatalana (absurdo ejercicio de pol�tica-ficci�n). Y, como
dice el refr�n, a r�o revuelto, ganancia de pescadores: en esa lucha
est�ril entraron en liza los oportunistas del B�nquer Barraqueta, vendiendo con �xito
entre el p�blico desinformado la idea de que el lobo catal�n buscaba comerse a la
inocente caperucita del sur.
Viendo la enorme eficacia con que los enjuagues pol�tico-econ�micos hacen mofa de la
cultura, yo me pregunto si las t�cticas de intelectual dise�adas desde un despacho
sirven para abrir los ojos de quienes consideran que aqu� se habla otra cosa,
o bien si no ser�a m�s eficaz utilizar la s�tira sangrienta que muestre el rostro
verdadero de los estafadores. Bastar�a con que existiese aqu� un grupo de teatro tan
corrosivo y de tanto prestigio nacional como Els Joglars -admirable su Ub�
President-
para desenmascarar a los politicastros que, ayer y hoy, han puesto y ponen en peligro la
unidad cultural de los catalanohablantes: los unos por permitir que el estatuto afirme que
la lengua de esta comunidad es el valenciano (una cosa es que yo diga
coloquialmente que hablo andaluz y otra muy distinta que est� escrito en las leyes),
abriendo as� una brecha que les ha hecho perder incluso ante el Tribunal Supremo; los
otros, por meter ciza�a y aprovechar en beneficio propio el analfabetismo de unas gentes
que, durante decenios, tuvieron la desgracia de ser obligadas a ignorar en la escuela el
estudio de su lengua materna.
Las lenguas de los pueblos poseen a menudo un territorio mucho m�s rico y sugerente que
las fronteras artificiales. Por las razones que todos conocemos (en X�tiva tienen a un
rey boca abajo y el recuerdo del gallego est� a�n caliente entre nosotros), la Historia
ha hecho que Catalunya, el Pa�s Valenci� y las Illes sean elementos pol�ticos
diferenciados dentro del todo multicultural que constituye a Espa�a. Si alg�n d�a
vuelven a ser un bloque com�n ser� porque la calle lo desee y no porque unos pocos se lo
impongan.
Entretanto, doy la bienvenida a la nueva mentalidad de la Enciclop�dia Catalana. Dejemos
a cada uno sentirse de donde le apetezca y dediqu�monos m�s bien a lograr que la lengua
com�n se hable, se conozca, se lea y se escriba correctamente, que es lo que de verdad
tiene importancia, porque los Estados pasan, pero Maragall, Fuster,
Espriu, Foix o Valor
permanecer�n. Y que los Pa�sos Catalans sean, �nicamente, el territorio inmaterial de
la cultura catalana.
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