Hermano
inmigrante
MANUEL TALENS
El sexto d�a de la creaci�n, al bendecir a Ad�n y a Eva, Jehov� les dijo: �Poseed la
tierra� (G�nesis 1: 28), y con aquella orden insensata se inici� la mayor
concatenaci�n de desigualdades que las criaturas hayan conocido. En efecto, �c�mo no
alarmarse al comprobar que, siglo tras siglo, los pueblos de todo el mundo se han
esforzado en poseer la tierra y en ponerle barreras para impedir que los menos favorecidos
por la suerte disfruten de ella?
Escribo estas l�neas tras conocer la memoria de 1994 emitida hace unos d�as por el
fiscal jefe del Tribunal Superior de Justicia de la Comunidad Valenciana, en donde
menciona que la primera causa gen�rica de los brotes criminales en esta provincia es la
gran movilidad de la poblaci�n y �el considerable aumento de inmigrantes extranjeros,
procedentes en su mayor parte del norte de �frica y de Hispanoam�rica, [la mayor�a de
ellos] en situaci�n ilegal...�
He de confesar que hay palabras capaces de alterarme los nervios. Suelen ser las que
describen hechos que considero inaceptables. Una de ellas es inmigrante, sobre todo si la
escribe, con aparente aprobaci�n de sus premisas, un ciudadano espa�ol. Hace algunos
a�os me contaron esta an�cdota sucedida en Barajas: al o�r el marcado acento porte�o
de un hombre que, junto con otros pasajeros, esperaba que descargasen los equipajes, una
andaluza de buen tono le coment� a su marido: �Aqu� apesta a inmigrantes�. El del R�o
de la Plata, que la oy� y que, por lo que parece, era de los que tienen las respuestas a
punto, la mir� con sorna y le dijo a modo de latigazo: �Se�ora, si por cada espa�ol
que lleg� de inmigrante a la Argentina me dieran hoy una peseta, ser�a tan rico que ya
nunca necesitar�a trabajar�.
Con una inconsciencia temeraria, este pa�s parece haber olvidado que, desde 1492 hasta
anteayer, estuvo desparram�ndose en esa Am�rica austral que hoy muchos aqu� miran por
encima del hombro. A nadie pidi� Espa�a permiso para establecerse en el Nuevo Mundo.
Tampoco nadie se lo neg� y, sin embargo, hoy d�a hemos creado el t�rmino insultante y
bochornoso de sudacas para definir a gentes que comparten los tatarabuelos con nosotros.
A lo largo de los tiempos, el g�nero humano ha inventado fronteras, guetos culturales y
nacionalismos, pero nunca logr� impedir los grandes vaivenes migratorios. Europeos
insaciables del ayer colonizaron los otros cuatro continentes, imponiendo reglas y
costumbres. Hoy se invirti� la riada. En este fin de milenio, cuando la fortuna y el
bienestar parecen sonre�rnos junto con los americanos del norte (es verdad que aqu�
tambi�n existen bolsas de miseria, pero todo es relativo, y si no, comparemos �stas con
Somalia o con Hait�), damos palos de ciego intentando preservar una herencia que
�nicamente el azar nos hizo merecer. Asustados, cerramos las puertas de la Comunidad para
detener la invasi�n de los nuevos b�rbaros del sur. Ego�stas, encanallamos a los que
lograron entrar. Sin embargo, pese a quien pese, la Europa del futuro ser� mestiza.
No entro ni salgo en las estad�sticas utilizadas por el fiscal para culpabilizar a los
inmigrantes. Tampoco me interesa saber si las ofensas cometidas aqu� son obra de
sudamericanos o de magreb�es, porque s� que el origen nacional jam�s ha sido la causa
de ninguna delincuencia, sino m�s bien la pobreza y la soledad. Al se�alar con el dedo a
los ilegales, la susodicha memoria adolece del mismo defecto inherente a los informes
as�pticos e in�tiles de palacio: subraya los delitos y nombra la mano culpable, pero
olvida empu�ar el bistur� que quiz�s iniciar�a el tratamiento de las verdaderas causas
gen�ricas, de esas llagas putrefactas que infectan con sus miasmas el motor de la
Historia, a saber, la extraordinaria desigualdad entre el primer mundo y el tercero, la
indigencia sin soluci�n, el racismo, la intolerancia, el haber llegado a creernos -y a
defender con leyes, por incre�ble que parezca- que esta tierra es m�s nuestra que de
ellos.
Parece ser, dice el fiscal, que el perfil del delincuente en nada ha cambiado desde 1993.
Apuesto que el de 1995 tampoco lo har�. Y as�, como buenos polic�as, seguiremos
acosando a los marginales que precisa el aparato para justificar su honestidad y, como
buenos funcionarios, archivaremos memoria tras memoria hasta el infinito.
Si fuera cierto, al igual que algunos piensan, que la Biblia es s�lo ficci�n literaria y
que el hombre es el creador de Dios, yo quisiera reescribir el personaje para hacerlo
verdaderamente justo y misericordioso. En el G�nesis, cambiar�a las palabras de Jehov�
a nuestros primeros padres por estas otras, mucho m�s fraternales: �Compartid la
tierra�.
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EL
PA�S-Comunidad Valenciana, domingo 28 de mayo de 1995. |
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