Amparito
MANUEL TALENS
Amparito es churra, desciende de aquellos aragoneses importados al reino de Valencia por
Jaime I el Conquistador. Naci� con el siglo en una aldehuela de Los Serranos y, all�,
entre cerros, deja pasar los tiempos que le quedan. Es menudica, sonrisue�a, vestida de
luto, m�s limpia que una patena, con las hebras de pelo blanco siempre perfectamente
peinadas hacia atr�s y sujetas en un mo�o ahorquillado.
La vida no fue f�cil para ella. De joven, en la Espa�a miserable que zaher�a a sus
desheredados, trabaj� como un hombre en las faenas del campo. Alijaraba la tierra,
labraba a cornijal, recog�a almendra y aceituna, trajinaba sacos a las espaldas y ni�os
en su vientre, todo con el mismo tes�n. Le nacieron siete y seis viven todav�a. El otro,
Rafael, falleci� al caerse de un andamio mientras se desu�aba de enlucidor en Barcelona.
Cuenta Amparito que ni siquiera el tr�nsito de su marido fue tan doloroso como la
p�rdida de Rafael. �Es malo llegar a vieja�, dice con mirada pensativa, meneando la
cabeza. �Ser�a mejor morirse primero y no ver la forma en que los hijos se van.�
Sin embargo, pronto la sonrisa aflora otra vez en sus labios. Analfabeta, mantiene una
extraordinaria lucidez que le ha permitido transmitir a su enorme descendencia
-veinticinco nietos, ocho biznietos- el caudaloso torrente de cultura oral que aprendi�
cuando los seres humanos a�n hablaban entre s� al calor de la le�a.
Cada vez que voy por su aldea, me gusta hablar con Amparito y hacerle miles de preguntas,
que ella siempre responde. Utiliza expresiones dignas del Lazarillo. �Hoga�o el tempero
ya no es como antes�, me dijo una vez. Hay unos versos que aprendi� de su madre y que
repite con frecuencia: ��Con qu� te lavas la cara, ni�a, que tan blanca est�s?, me
lavo con agua clara, y Dios pone lo dem�s�. Una tarde que estaba parlanchina, me cont�
esta historia sobre santa Rita, que probablemente nadie leer� en las hagiograf�as de la
Iglesia cat�lica:
�Pues, se�or, la santa estaba casada con un hombre riguroso, que renegaba de todo. El
almuerzo se hallaba siempre en saz�n sobre el hogar pero, al volver del trabajo, desde la
calle, �l preguntaba de mala manera:
-�Qu� hay para comer?
-Lentejas -respond�a ella.
-�Lentejas? -gritaba el verduguillo- �No me gustan!
-Dime lo que quieres y te lo guiso inmediatamente -enhebraba la bendita mujer, que, por lo
visto, era una versi�n modernizada del santo Job.
Y as�, humildemente, santa Rita contentaba a su marido hasta en los �ltimos detalles. Un
d�a que, para colmo, aquel energ�meno se hab�a levantado con el humor m�s agrio de lo
habitual, inquiri� al entrar por la puerta:
-�Qu� has cocinado hoy?
-Gazpacho -musit� su esposa.
-�Gazpacho? -grit� �l-. �Ya estoy harto, no lo quiero!
-Piensa qu� te apetece y lo preparo ahora mismo -a�adi� mansamente la sufridora.
-�Mierda! -exclam� el marido.
-Aqu� la tienes, mi bien, reci�n cagada.
Y, levantando el tapirujo del salero, santa Rita le ense�� una gallinaza que el pollo
hab�a soltado sobre la mesa y que ella no tuvo tiempo de limpiar.�
Recuerdo que Amparito casi sufri� un pasmo debido a la risa que le entr� al terminar la
historieta.
Vive en casa de una hija y hace muchos a�os que no maneja dinero, por lo que conserva una
idea bastante distorsionada del precio de las cosas. Le queda s�lo un diente en la boca
y, ante mi pregunta de por qu� no se lo mandaba sacar para ponerse una dentadura postiza,
respondi�: �S�, como que yo voy a gastarme veinticinco pesetas as� por las buenas�.
No supe qu� decir ante tal manifestaci�n de esp�ritu ahorrador.
Conserva una lozan�a a prueba de inviernos, con tensi�n arterial de mocita. Jam�s ha
necesitado tomar medicinas y se morir� �nicamente si alg�n d�a a su cuerpo se le
equivocan los engranajes. La vida de Amparito, desparramada en una prole tan numerosa, no
ha transcurrido en balde y, sin duda, esta valencianica podr�a recitar a cualquiera de
los miembros de su estirpe aquellas prodigiosas palabras que Gargant�a le escribiera a
Pantagruel: �As�, cuando por el deseo de quien todo lo rige y lo modera mi alma deje
esta habitaci�n humana, no me reputar� totalmente muerto al pasar de un lugar a otro,
toda vez que en ti y por ti permanece aparente mi imagen en este mundo, viviendo, viendo y
conversando con gentes de honor y amigos m�os, como yo sol�a hacerlo.�
Amparito pertenece a esa casta inextinguible de mujeres an�nimas m�s valiosas que mil
imperios. Son, como dijera el poeta, nuestra carne, nuestra salud, nuestra paz de
herrer�as y, sin embargo -quiz�s por ventura-, nunca alimentar�n las cr�nicas de la
Historia.
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EL
PA�S-Comunidad Valenciana, jueves 6 de abril de 1995. |
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