Cuento
de Navidad
MANUEL TALENS
Jessica es una ni�ita que sonr�e de manera contagiosa. Naci� hace siete a�os en S�o
Tom�, isla volc�nica situada en el Golfo de Guinea que obtuvo la independencia de
Portugal en 1975. Hasta entonces, y durante varios siglos, los habitantes de ese
min�sculo ed�n echado a perder dependieron pol�ticamente de la metr�poli. Total para
nada, podr�amos decir, pues en todo este tiempo no lograron sacar provecho de la
civilizaci�n cristiana proveniente de Lisboa y, al quedar libres por fin del poder
colonial, el �nico patrimonio que les quedaba era la lengua de Pessoa, un par de
diplomados universitarios y miseria suficiente para dar y vender.
Pero eso Jessica, que ahora reside en Valencia, no lo sabe. Se le ocurri� venir al mundo
en 1988, una d�cada despu�s de que sus paisanos disfrutasen al fin de libertad para
morirse de hambre. Ser pobre en un pa�s de pobres siempre tuvo poco porvenir.
A los cuatro a�os, Jessica sufri� una infecci�n en ambos ojos que fue tratada con
emplastos de hierbas por el brujo del lugar. Varios d�as m�s tarde, las purulencias
hab�an cedido, dejando como recuerdo unas nubes blancas que le obstaculizaban la visi�n
de las cosas. Se le enturbi� la luz.
Desde el principio, su familia tuvo claro que la �nica posibilidad de arreglo se
encontraba en el mundo de los blancos. Lisboa sigue siendo en las antiguas colonias
portuguesas el centro de atracci�n que, supuestamente, permite alcanzar una vida mejor. A
S�o Tom� llegan filtradas las historias de futbolistas enriquecidos, de abundancias
capaces de hartar al hambriento y de aparatos electr�nicos que cumplen la funci�n de las
cuentas de vidrio con que los antiguos conquistadores embaucaban a las gentes. Lisboa es
el norte, la salvaci�n.
Pero los nuevos compromisos europeos de nuestros vecinos peninsulares -y en esto se
parecen mucho a nosotros- les han hecho olvidar los tiempos en que eran ellos quienes
buscaban fortuna allende los mares y, por eso, para alguien que viene de �frica,
conseguir establecerse en Portugal es hoy casi ut�pico si no se es rico, traficante de
armas o jeque petrolero. No vale haber nacido en una antigua colonia ni tener apellidos
lusitanos. Existe, en cambio, y ya por poco tiempo, una manera de soslayar la barrera:
declararse refugiado pol�tico.
Jessica no lo recuerda, pero vol� junto a su padre hasta el aeropuerto de Lisboa y, una
vez all�, convertida en hija de opositor al r�gimen de su pa�s, fue a dar con sus
huesos a un barrio de chabolas -cincuenta mil censadas, muchas m�s sin contabilizar- que
en la periferia de la capital del Tajo crean mala conciencia a los nuevos ricos
comunitarios.
Nada hab�a cambiado: la penuria ib�rica era tanto o m�s tenebrosa que la de S�o Tom�.
No hubo para ella medicinas sofisticadas ni gobierno del bienestar. Pasaron dos a�os y
Jessica fue creciendo medio a oscuras, sin escolarizar, entre ratas, fango e inmundicia,
en un escenario no muy diferente al de los suburbios de Londres que Dickens describiera en
Oliver Twist. El �ltimo invierno, durante un examen m�dico de rutina propiciado por una
monja valenciana que ejerce su misi�n en el Tercer mundo de Lisboa, un oftalm�logo
advirti� que la ceguera ser�a irrepararable de no efectuar en breve plazo un trasplante
de c�rnea.
No hab�a esperanza en Portugal, as� que la religiosa tom� la medida que ten�a a su
alcance: hizo venir desde Valencia a sus padres -una pareja de jubilados con escasos
recursos econ�micos- y, una vez obtenidos todos los permisos, regresaron con la ni�a a
la Comunidad Valenciana. Removieron Roma con Santiago, haciendo pasillo, redactando
cartas, pidiendo favores, tocando teclas pol�ticas, econ�micas y eclesi�sticas y, el
mes de marzo pasado, con cargo a Dios sabe qui�n, Jessica recibi� en Sagunto el implante
de una c�rnea de cad�ver en el ojo izquierdo. No fue posible salvarle el otro. Pero,
ahora, ve.
Han pasado nueve meses y Jessica evoluciona con normalidad. Encaj� tan bien en el
ambiente de su familia adoptiva que ahora habla perfectamente castellano y no quiere
pronunciar palabra en portugu�s. Ha aprendido con retraso a leer y escribir y avanza
r�pidamente hacia la escuela primaria. Creci� un palmo, engord� tres kilos, tiene el
cuarto lleno de mu�ecas, y el hermoso color negro de su piel es terso y brillante de
nuevo. Vive feliz y teme el momento en que deber� regresar al horror.
Espa�a es un pa�s con cabezas rapadas que vapulean inmigrantes y con terroristas que
siembran amonal, secuestran empresarios y descuartizan pac�ficos vecinos. Pero es
tambi�n el hogar de un matrimonio de pensionistas valencianos que, a sus muchos a�os
-qui�n lo hubiera imaginado-, se convirtieron en los Reyes Magos.
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EL
PA�S-Comunidad Valenciana, s�bado 23 de diciembre de 1995. |
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