El escritorio de Manuel Talens

ART�CULOS DE OPINI�N EN  El País

Mururoa
MANUEL TALENS



Finalmente, al igual que sucede en todas partes, salvo en p�ginas de ficci�n, Goliat pudo con David: la marina francesa redujo a los ecologistas de Greenpeace tras un enfrentamiento de chascarrillo y, una vez lograda tan poco honrosa victoria, procedi� el pasado 5 de septiembre a la puesta en marcha de sus pruebas nucleares en el atol�n de Mururoa.

La tinta ha corrido en los �ltimos tiempos a traves de la prensa internacional con el vano deseo de suspender este infame quiquiriqu� del gallo franc�s, lo cual hace que me haya planteado con escr�pulo si val�a la pena incidir sobre lo mismo. En efecto, me dec�a, qu� m�s puedo yo a�adir. Pero me vino a las mientes Blas de Otero, que a trav�s de su poema En el principio reivindica la voz, el verbo, el derecho intransferible a no callarse: he sufrido la sed, el hambre, todo/lo que era m�o y result� ser nada/si he segado las sombras en silencio,/me queda la palabra. Y as�, siguiendo su ejemplo, he decidido protestar yo tambi�n. Se trata de un duelo desparejo -las bombas matan-, pero la palabra es mi �nico fusil.

En su libro Howl and Other Poems (1956), el poeta Allen Ginsberg, jefe de filas de la generaci�n beat estadounidense, incluy� el canto eleg�aco 'America', donde arremet�a, entre otras cosas, contra el horror nuclear iniciado en tierras japonesas: . Esta provocaci�n escatol�gica (), lleva escondida una figura sem�ntica, denominada sin�cdoque, que se basa en la transferencia de significado de un vocablo a otro: Ginsberg llama “Am�rica” a los Estados Unidos -costumbre muy com�n en el habla diaria de ese pa�s-, como si entre el mar de Baffin y la Tierra del Fuego no hubiese otros muchos Estados, asimismo americanos, ajenos por completo a los hongos de Hiroshima y Nagasaki.

Es evidente, por otra parte, que el escritor de New Jersey dirig�a sus vituperios contra el establishment promotor del imperialismo yanqui, osad�a que le acarre� un proceso ante los tribunales, y quiero dejar claro que si yo estoy rizando el rizo del lenguaje no es por criticar al venerable pope, sino porque, en mi divagaci�n sobre Mururoa, no quisiera se�alar con el dedo a todos los galos por una medida criminal que s�lo incumbe al Presidente y a los intereses econ�micos relacionados con la industria de la muerte.

Como siempre pasa con aquellos que buscan la grandeur dudosa del guerrero, el El�seo acaba de perder una vez m�s el honor. Pero el Estado franc�s no es Francia. De Marsella a Dieppe, muchos de nuestros vecinos sienten verg�enza y repulsi�n por lo sucedido.

Ya en 1979, antes de que la ruina progresiva del ecosistema hubiese hecho salir a la calle a las amas de casa o al modesto empleado de oficina, tres voces feministas, Ruth Hubbard, Mary Sue y Barbara Fried, en su libro Women Look at Biology, dijeron verdades de perogrullo que, vertidas a nuestra lengua, sonar�an as�: �La ciencia es un constructo humano que surgi� bajo una serie de condiciones particulares cuando la dominaci�n de la naturaleza, por parte de los hombres [sic], parec�a un objetivo positivo y digno. Las condiciones han cambiado y ahora sabemos que el camino por donde avanzamos tiene m�s posibilidades de destruir la naturaleza que de explicarla o mejorarla.�

La ciencia. Cre� los artefactos demon�acos que pusieron fin a la segunda guerra mundial y los que, posteriormente, han sido “ensayados” en el desierto de Nevada, en Alaska, en el Sahara argelino, en Siberia, en el Pac�fico, en China y en otros muchos lugares del planeta azul. Pero, �hasta cu�ndo deberemos soportar los humanos, en nombre de la seguridad nacional, estos alardes tramposamente cient�ficos? Los Estados soberanos con derecho de pernada sobre el territorio que controlan son un engendro an�malo que se est� quedando rancio, y no resulta exagerado sostener que las explosiones nucleares en ese atol�n ser�n ma�ana tan devastadoras para el isle�o del Pac�fico como para el ciudadano de Nairobi, de Buenos Aires o de Valencia -el lugar donde escribo-, porque todos somos habitantes de la misma tierra y compartimos el mismo destino. Mururoa es tambi�n mi pa�s.

En cuanto al verdadero responsable de este obsceno episodio, quisiera recordarle que, tras contaminar de radioactividad -por miles de a�os- el subsuelo de un peque�o para�so de los mares del sur, ha inscrito su nombre en el l�gubre club de terroristas asesinos que reivindican sus causas descuartizando mujeres y ni�os por los cuatro puntos cardinales, debido a lo cual, y desde mi rinc�n mediterr�neo, no tengo reparos en corregir la sin�cdoque ginsberiana para afinar la punter�a de su verbo, traduci�ndolo, adem�s, a la lengua de Balzac:

Me queda la palabra.

 

EL PA�S-Comunidad Valenciana, jueves 21 de septiembre de 1995.

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