El escritorio de Manuel Talens

ART�CULOS DE OPINI�N EN  El País

Fascismo nuestro de cada d�a
MANUEL TALENS



En Los preventivos, un corto relato donde alcanza la perfecci�n de los grandes maestros, el novelista de Villafranca del Bierzo Antonio Pereira1 se ocupa de esa fauna que el r�gimen anterior consider� apestada y que englobaba a los antiguos luchadores republicanos de la guerra civil, a los delincuentes menores y al puter�o en general. En tres escasas p�ginas, que son un modelo de s�ntesis literaria, describe lo que sol�a ocurrir cada vez que Franco se mov�a por una ciudad o ejercitaba sus portentosas cualidades cineg�ticas en los territorios de caza puestos a sus pies, y era que, cada vez que se anunciaba su presencia, las autoridades locales hac�an una redada y apartaban de la circulaci�n a toda la morralla capaz de causar conflictos -verdaderos o intuidos- o afear el paisaje. As�, el Caudillo se iba encontrando en su trayecto un buc�lico universo de r�os henchidos de peces, monta�as rebosantes de ciervos, casas enjalbegadas la v�spera, baches colmatados a todo correr y calles tranquilas en las que el peligro y la mala vida brillaban por su ausencia. La paz del dictador.

El pasado mes de agosto tuve ocasi�n de acordarme de dicho relato. Sumido en la can�cula insoportable que cay� sobre Valencia como un castigo b�blico, me abandon� a la lectura de peri�dicos y a la escucha de las abundantes tertulias de la radio, con el secreto anhelo de que alguna noticia me sacara del sopor. Una de ellas no tard� en conseguirlo. Proven�a de Galicia y logr� que se me atragantara el desayuno. Su portavoz, un sujeto cuyo nombre no viene al caso, que es concejal de gobernaci�n del Ayuntamiento de Orense, defendi� ante los micr�fonos de Onda Cero una medida inveros�mil en cualquier pa�s civilizado, menos en �ste. Resulta que el cabildo orensano ha decidido desembarazarse a manguerazos de los vagabundos que pululan por las calles cercanas a la catedral. Aqu� tenemos, pens�, a los preventivos de la democracia.

“Vamos a regarlos todas las ma�anas”, explic� el individuo del Ayuntamiento, “porque son un foco de infecci�n para la zona, no quieren reintegrarse en la sociedad y molestan, tendremos que echarlos de aqu�”.

No hab�a en sus palabras el menor indicio de compasi�n ante las miserias ajenas, sino m�s bien un razonamiento justificador imbuido de la misma perversidad que caracterizaba a las actuaciones del general, y que puede resumirse con el siguiente sofisma: quitando de en medio al pordiosero, el problema deja de existir.

Oculto entre los teletipos anodinos del verano, aqu� tenemos de nuevo al fascismo nuestro de cada d�a, pues est� claro que esa lacra no se limita �nicamente a episodios terribles y lejanos como las c�maras de gas, los fusilamientos, los secuestros a medianoche, las c�rceles o las torturas. Los manguerazos de Orense son tambi�n fascismo. M�s les valdr�a a estos aprendices de tirano analizar el porqu� de la indigencia, en vez de ocultar sus molestos corolarios con m�todos desp�ticos que parecen revivir �pocas pret�ritas de bochornoso recuerdo.

Tras escuchar la perorata del concejal, como a�n conservo una ingenua fe en la generosidad libertaria de Espa�a, me qued� convencido de que al d�a siguiente, en alg�n sitio, alguien clamar�a al cielo contra este ejemplo vergonzoso de lo que puede ser el poder. Pero, o bien no me he puesto en autos o el personal estaba m�s preocupado por un qu�tame all� ese club de primera divisi�n. Las agon�as futbol�sticas del Celta y del Sevilla, comprob� con desasosiego, s� que son problemas.

Menos mal que una entrevista, ya en la prensa,2 me hizo a los pocos d�as recuperar una brizna de esperanza en nuestros cargos p�blicos: el teniente fiscal del Tribunal Superior de Justicia valenciano declaraba su prejuicio favorable hacia los marginados, sean �stos homosexuales, negros, ancianos o extranjeros en situaci�n de ilegalidad, as� como la preocupaci�n que le embarga al ver esa fortaleza casi inexpugnable en que se ha convertido Europa para los parias del Tercer mundo.

Y siguiendo el hilo, la memoria me llev� a un lugarete de la Alhambra que me fascinaba de peque�o. En la torrecilla de la P�lvora, antes de acceder a la Torre de la Vela, los versos del poeta mexicano Francisco As�s de Icaza recitan para el viajero la siguiente estrofa:


Dale limosna, mujer
que no hay en la vida nada
como la pena de ser
ciego en Granada.


Estas palabras, al buscar en la ceguera un efecto ret�rico capaz de ensalzar la galanura de la ciudad nazar�, denuncian sin darse cuenta la existencia de una injusticia -la pobreza-, aunque pierden toda su fuerza tratando de remediarla con pa�os calientes tan in�tiles como la caridad cristiana. Pero al menos no son crueles con el desvalido, al que tratan con amor.

Por desgracia, hoy d�a existen en Espa�a penas mucho m�s amargas que ser invidente y no poder contemplar el Generalife. Una de ellas es tener la mala fortuna de ser pobre en Orense.

1. Antonio Pereira, Las ciudades de Poniente, Anaya & Mario Muchnick, Madrid 1994.

2. Sara Velert, Europa es un blindaje contra los extranjeros del Tercer Mundo, EL PAIS-Comunidad Valenciana, martes 15 de agosto de 1995.

 

EL PA�S-Comunidad Valenciana, lunes 4 de septiembre de 1995.

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