Paniego
MANUEL TALENS
A principios de los 70 yo viv� un a�o en Par�s. En aquella �poca estaba descubriendo a
Borges y a su ilimitada obsesi�n por los libros. Recuerdo que, por entonces, el relato
que m�s me gustaba era La biblioteca de Babel, a causa de la aparente sencillez con la
que el escritor porte�o condens� la eternidad del mundo en p�ginas adosadas que se
repet�an hasta el infinito. Tambi�n, en aquel tiempo, una de mis ocupaciones semanales
era deambular por dos de los cementerios de la ciudad, el de Montmartre para rendir
homenaje a Baudelaire y, sobre todo, el P�re Lachaise, un microcosmos bajo cuya tierra
est� sepultada la mayor concentraci�n de seres ilustres del ayer:
Moli�re, Balzac,
Oscar Wilde, Chopin, Edith Piaf y una larga lista que poco antes de mi llegada acababa de
incluir a James Douglas Morrison, el legendario solista de The Doors. Mi incipiente
dedicaci�n a la escritura y mi gusto por las met�foras lograron que no me resultase
dif�cil asociar el concepto de biblioteca con los camposantos. En efecto, me dec�a, las
veredas son los anaqueles que contienen, a uno y otro lado, una multitud de sepulcros que
representan libros. Los nombres de los difuntos son los t�tulos de aqu�llos y, los
epitafios, el texto a leer. Por fin, los argumentos son las vidas que vivieron,
extraviadas en la ausencia, eso s�, pero acechando al visitante para que las resucite con
la imaginaci�n.
A�os m�s tarde, en 1980, Umberto Eco encontr� al centinela de los manuscritos de Babel
en Jorge de Burgos, el ciego inolvidable de El nombre de la rosa. Por mi parte, yo acabo
de toparme con el personaje que me faltaba, el bibliotecario de los muertos. Se trata de
Paniego, el enterrador de Poliny� de X�quer. Es un hombre cincuent�n que desempe��
m�ltiples trabajos a lo largo de su vida. El azar lo condujo, hace poco m�s de un
lustro, a ocuparse de los entierros, un cargo que ni en sus momentos m�s locos hubiese
imaginado desempe�ar.
��Xe, qui m'ho havia de dir, que a�� acabaria agradant-me!�, confiesa a quien quiera
escucharlo.
El diminuto cementerio de Poliny� de X�quer est� embellecido desde que inici� su
faena. Al entrar, se respira una fragancia de jard�n, con flores a manta de Dios que
Paniego abreva cada ma�ana, y las calles entre los pabellones de nichos relucen como el
oro. Adem�s, no recuerdo haber visto l�pidas tan lustrosas, pues �l las frota, las
abrillanta y las restaura con esmero, habiendo llegado incluso a pintar con purpurina los
surcos deslucidos que forman las letras en el m�rmol de los epitafios.
Conoce a todos sus inquilinos y cuenta detalles respetuosos de cada uno de ellos. De su
boca he sabido cosas insignificantes que a cualquiera le tendr�an sin cuidado, pero que a
m�, a causa de un af�n cong�nito por lo in�til, me resultan imprescindibles: por
ejemplo, a pesar de la abundancia en esculturas religiosas de diferente pelaje, s�lo una
de las losas, la de Manuel Cebolla Nadal, reproduce la im�gen del Santo Cristo de la
Sangre, patrono de Poliny� de X�quer. Asimismo, Paniego me mostr� el sitio donde, entre
plantas, reposa Bautista Cervell� Climent, el primer enterrador del pueblo, identificado
con una cruz de le�o que �l mismo le fabric� para rescatarlo del olvido.
En el ordenador del Ayuntamiento, con informaci�n cruzada, ha introducido los datos de su
clientela por nombres, apellidos, nichos, fechas y pabellones, de tal manera que el
curioso puede preguntar por cualquier difunto con la certeza de encontrarlo. En 1993,
Paniego alcanz� cierta celebridad televisiva cuando tuvo que exhumar, a petici�n de los
familiares, casi doscientos cad�veres soterrados desde anta�o en Poliny� de X�quer
para repatriarlos a Benicull, una pedan�a adyacente situada a menos de mil metros de
distancia. El nacionalismo de aldea logra a veces resultados imprevisibles: desde
entonces, este sepulturero recibe de vez en cuando a la prensa y ya nadie se extra�a de
verlo aparecer en el Canal 9.
Parece ser que la Generalitat Valenciana acaba de aceptar una propuesta suya: los
enterradores, que nunca tuvieron santo protector, adoptar�n desde ahora, cada 17 de
marzo, a Jos� de Arimatea, el israelita que inhum� a Jesucristo.
Antes de despedirnos, me ense�� una inscripci�n que ha mandado cincelar -en el m�s
genuino estilo de Groucho Marx- para que al morir la ubiquen en su nicho. Dice as�: �J.
J. Benavent Paniego. Una sonrisa, por favor. Gracias... Perdone que no me levante�.
Desde el d�a en que se puso al frente del cementerio de Poliny� de X�quer, este hombre
ha elevado su oficio a la categor�a de arte puro, de protocolo honorable puesto en escena
para enaltecer a aquellos que se fueron, pero permanecen en nuestro recuerdo. Paniego es
carne de literatura, materia de ficci�n, uno de esos seres ins�litos que los pueblos
destilan s�lo de vez en cuando y que marcan de forma indeleble todo lo que tocan con el
signo de la perennidad.
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EL
PA�S-Comunidad Valenciana, martes 27 de junio de 1995. |
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