Pen�lopes
de noche
MANUEL TALENS
Le� estos d�as un magn�fico trabajo del profesor Gimeno Blay sobre la antigua costumbre
inquisitorial de quemar libros -o, llegado el caso, perseguir a sus autores- para evitar
que propaguen ponzo�as indebidas.* En �l se desmenuzan diferentes ejemplos
de ese viejo recurso humano de cancelaci�n de la memoria, que van desde el
c�lebre episodio del Quijote en que el cura y el barbero, con la ayuda del ama y la
sobrina, convierten en cenizas una buena parte de la librer�a del excelso iluminado,
hasta casos reales de la historia actual, como el bombardeo de la Biblioteca Nacional de
Sarajevo tras un salvaje intento serbio de borrar toda huella isl�mica en aquel
territorio o la fatwa que pesa sobre Salman Rushdie y Taslima
Nasrim.
Los libros siempre provocaron en m� curiosas asociaciones de ideas, que se enlazan entre
ellas como eslabones de cadeneta. Esta vez, el texto que menciono me ha conducido, en un
vuelo retroactivo hasta la adolescencia, al recuerdo de dos hombres que siempre admir�:
Joan Fuster y Raimon Pelejero.
Como bien se�ala Gimeno Blay, el suecano fue ya quemado en efigie el 9 de marzo de 1963
por una mitja dotzena de prohoms indigenes que lo ejecutaban as� bajo la
acusaci�n de promover la catalanidad con su libro El Pa�s Valenciano. En aquellos
tiempos -a�o m�s, a�o menos-, el trovador de X�tiva iniciaba una larga andadura
cantando obstinadamente en su lengua materna: el catal�n que se habla en esta comunidad,
llamado aqu� valenciano.
Desde la posici�n estrat�gica ocupada por el trozo de pa�s en donde les toc� crecer,
ambos pusieron su arte al servicio de una cultura tradicionalmente relegada por el
centralismo mesetario que arranca con Felipe V y que encontr� su expresi�n m�s fiel en
la Espa�a castrense que padecimos. Joan Fuster y Raimon se colocaron en la vanguardia de
aquellos valencianos que osaban pregonar a voz en grito que el habla de
D�nia, de
Almussafes o de Vinar�s no era una jerga oral de mesa camilla, algo que se abandonaba con
verg�enza al salir a la calle o al sentarse en los bancos de la escuela. Hicieron de ella
un instrumento de progreso, de alfabetizaci�n y de resistencia y, a trav�s de sus
libros, de sus discos y, en el caso del cantante, de recitales en las distintas
universidades del estado, contribuyeron a ponerla definitivamente en el mapa imaginario de
muchos de nosotros, castigados hasta entonces a ignorar por decreto el tesoro que
pose�amos en este rinc�n mediterr�neo.
Pero no todo son mieles en mi relato. Hoy, treinta a�os despu�s, alcanzada la libertad y
normalizado en principio el uso y ense�anza escolar de esa herramienta de comunicaci�n,
la sociedad valenciana ha visto crecer y organizarse en sus entra�as uno de esos morbos
destructores que la democracia segrega al amparo de la tolerancia. Me estoy refiriendo al
movimiento populista, de cuyo nombre no quiero acordarme, que pretende, contra toda
l�gica ling��stica, desvincular este idioma del que se habla en Catalu�a y en las
Baleares, preconizando -cito a Gimeno Blay-una lengua cuyo registro escrito se basa
en unas pretendidas normas gramaticales, inexistentes y arbitrarias, dictadas por la
Academia de Cultura [sic] Valenciana. No hace mucho, como para continuar la
tradici�n, una conocida mujer de estos parajes, heredera de aquellos pir�manos
antifusterianos y que, por lo visto, dice dedicarse a la pol�tica, quem� p�blicamente
libros catalanes por atentar contra su valencian�a. Por fin, el Ayuntamiento
de la ciudad del Turia acaba de poner la guinda que corona el pastel recurriendo ante el
Tribunal Superior de Justicia la orden de la Generalitat que homologa los t�tulos de
valenciano con los de catal�n.
No son, por desgracia, fen�menos exclusivos de esta comunidad. Manipulaciones perversas
de nobles principios est�n ocurriendo en otras latitudes. En el sur peninsular, por
ejemplo, el circo trapichero en que han degenerado las antiguas reivindicaciones
regionales acaba de inspirarle al cantautor Carlos Cano una frase lapidaria: el
andalucismo de ahora me deja fr�gido.
Comprendo que la libido no se le levante a mi paisano de Granada, y tambi�n comprender�a
que a todos los que aman la lengua de Ausi�s March les sucediera tama�o percance genital
a la vista del repelente farraguismo exhibido por estos paranoicos quemadores de sue�os.
Incapaces de admitir que la unidad de la lengua escrita -catal�n, mallorqu�n o
valenciano, �qu� importa el nombre?- es tan irrenunciable como los derechos de la
persona, contin�an empa�ando con sus algarab�as la victoria final del bendito idioma de
Tirant lo Blanc.
Pen�lope, la mujer de Ulises, durante a�os teji� de d�a y desteji� al anochecer un
velo inacabable. Joan Fuster y Raimon Pelejero, a trav�s de sus obras, han bordado con
palabras amorosas el manto de la lengua valenciana, pero hoy alfayates disl�xicos venidos
de ninguna parte, cual Pen�lopes de noche, intentan deshilacharlo. Ojal� sean aves de
paso.
* GIMENO BLAY, Francisco M.: Quemar libros... �qu� extra�o
placer!, Eutop�as
2� �poca, Documentos de trabajo, Vol. 104, Valencia, Episteme, 1995.
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