El escritorio de Manuel Talens

ART�CULOS DE OPINI�N / DIARIO EL PA�S

                                                                                                                                        

Mise en ab�me
MANUEL TALENS

   No es la primera vez que me refiero aqu� a la mise en ab�me, procedimiento heredado de la her�ldica que consiste en reproducir, de forma reducida, parte de una obra en su propio interior. La representaci�n teatral dentro de la representaci�n teatral que ya es Hamlet o esa vaca que r�e y empeque�ece hasta el infinito en el logotipo de un queso son ejemplos paradigm�ticos de mise en ab�me. Tambi�n lo es, para las necesidades de esta columna, el desastre ecol�gico que se ha abatido sobre las costas de Galicia y del norte de Portugal, pues permite saltar de lo universal a lo local, o viceversa, sin que por ello nos apartemos de una misma pauta humana de conducta: la depredaci�n.

   Hace unos d�as, al ver que un sonriente Jacques Chirac saludaba a los malague�os junto a Jos� Mar�a Aznar y, sobre todo, al escuchar m�s tarde su defensa ecol�gica de nuestras aguas territoriales, se me vino a la memoria que en 1995 fue el propio Chirac, y no otro, quien hizo explotar una bomba at�mica bajo el atol�n de Mururoa. Muy desnortado debe andar el mundo para que a nadie se le haya ocurrido recordarle al presidente franc�s ese pecadillo de su historial.

   La ecolog�a es un asunto que los pol�ticos occidentales adoptan circunstancialmente como eslogan cada vez que algo se pudre en su jard�n, pero no les preocupa en casa del vecino, sobre todo si �ste vive lejos. Bien est� que ahora hayamos prohibido que esos barcos decr�pitos pasen por aqu� con su carga de petr�leo, pero mucho mejor habr�a estado prevenir que sucediera. Lo que convierte en insoluble dicha ecuaci�n es que el medio ambiente est� re�ido con la plusval�a y que la pol�tica forma parte del mismo entramado capitalista que rige los negocios globales.

   Los desastres ecol�gicos como �ste o como el que causaron los yanquis con gases defoliantes en Vietnam o con bombas de uranio empobrecido en Irak son el extremo m�s visible de la depredaci�n del planeta. Es f�cil -y necesario- se�alar con el dedo sin descanso a las multinacionales o a la administraci�n estadounidense por sus desmanes, pero si descendemos en la escala de la mise en ab�me, m�s f�cil a�n resulta descubrir que, a la vuelta de cada esquina, son los propios pol�ticos regionales quienes toleran o incluso promueven los atentados contra la naturaleza.

   El paisaje urban�stico del Mediterr�neo es una muestra de c�mo es posible destruir en una generaci�n lo que hab�a sido virgen desde el principio de los tiempos, y si acercamos el foco del zoom todav�a m�s para centrarnos en el agua de la Comunidad Valenciana, veremos que la vocaci�n ecol�gica del gobierno es pura falacia. Como toda zona geogr�fica bendecida por el sol, dispon�a de poca agua. Los griegos, sabios, plantaron en ella higos, almendros y frutos de secano, pues cada tierra requiere el cultivo adecuado que respete su ecosistema. Hoy, los antiguos horizontes de color ocre han cambiado al verde ins�lito de innumerables campos de golf para millonarios, regados con el agua escasa que era patrimonio com�n. El resultado, elemental, es que mientras las clases pudientes emplean su ocio en golpear pelotitas, las clases populares han de comprar el agua de beber en botellas envasadas... por las mismas clases pudientes que, desde los medios, predican ecolog�a y democracia.

 


 

El País

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EL PA�S-Comunidad Valenciana, martes 3 de diciembre de 2002

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