No es la primera vez que me refiero aqu� a la
mise
en ab�me, procedimiento heredado de la her�ldica que
consiste en reproducir, de forma reducida, parte de una obra en
su propio interior. La representaci�n teatral dentro de la
representaci�n teatral que ya es Hamlet o esa vaca que r�e y
empeque�ece hasta el infinito en el logotipo de un queso son
ejemplos paradigm�ticos de
mise en ab�me. Tambi�n lo
es, para las necesidades de esta columna, el desastre ecol�gico
que se ha abatido sobre las costas de Galicia y del norte de
Portugal, pues permite saltar de lo universal a lo local, o
viceversa, sin que por ello nos apartemos de una misma pauta
humana de conducta: la depredaci�n.
Hace unos d�as, al ver que un sonriente Jacques
Chirac saludaba a los malague�os junto a Jos� Mar�a Aznar y,
sobre todo, al escuchar m�s tarde su defensa ecol�gica de
nuestras aguas territoriales, se me vino a la memoria que en
1995 fue el propio Chirac, y no otro, quien hizo explotar una
bomba at�mica bajo el atol�n de Mururoa. Muy desnortado debe
andar el mundo para que a nadie se le haya ocurrido recordarle
al presidente franc�s ese pecadillo de su historial.
La ecolog�a es un asunto que los pol�ticos
occidentales adoptan circunstancialmente como eslogan cada vez
que algo se pudre en su jard�n, pero no les preocupa en casa
del vecino, sobre todo si �ste vive lejos. Bien est� que ahora
hayamos prohibido que esos barcos decr�pitos pasen por aqu�
con su carga de petr�leo, pero mucho mejor habr�a estado
prevenir que sucediera. Lo que convierte en insoluble dicha
ecuaci�n es que el medio ambiente est� re�ido con la plusval�a
y que la pol�tica forma parte del mismo entramado capitalista
que rige los negocios globales.
Los desastres ecol�gicos como �ste o como el
que causaron los yanquis con gases defoliantes en Vietnam o con
bombas de uranio empobrecido en Irak son el extremo m�s visible
de la depredaci�n del planeta. Es f�cil -y necesario- se�alar
con el dedo sin descanso a las multinacionales o a la
administraci�n estadounidense por sus desmanes, pero si
descendemos en la escala de la mise en ab�me, m�s f�cil
a�n resulta descubrir que, a la vuelta de cada esquina, son los
propios pol�ticos regionales quienes toleran o incluso
promueven los atentados contra la naturaleza.
El paisaje urban�stico del Mediterr�neo es una
muestra de c�mo es posible destruir en una generaci�n lo que
hab�a sido virgen desde el principio de los tiempos, y si
acercamos el foco del zoom todav�a m�s para centrarnos en el
agua de la Comunidad Valenciana, veremos que la vocaci�n ecol�gica
del gobierno es pura falacia. Como toda zona geogr�fica
bendecida por el sol, dispon�a de poca agua. Los griegos,
sabios, plantaron en ella higos, almendros y frutos de secano,
pues cada tierra requiere el cultivo adecuado que respete su
ecosistema. Hoy, los antiguos horizontes de color ocre han
cambiado al verde ins�lito de innumerables campos de golf para
millonarios, regados con el agua escasa que era patrimonio com�n.
El resultado, elemental, es que mientras las clases pudientes
emplean su ocio en golpear pelotitas, las clases populares han
de comprar el agua de beber en botellas envasadas... por las
mismas clases pudientes que, desde los medios, predican ecolog�a
y democracia.