S�mbolos
MANUEL TALENS
En el ataque terrorista del 11 de septiembre contra objetivos situados en Estados Unidos
hay un detalle que me llam� la atenci�n desde el primer momento. Me refiero al hecho de
que los improvisados pilotos, a pesar de la enorme ruina que causaron, no pretend�an de
ning�n modo aniquilar el imperio. Hoy sabemos, en retrospectiva, que era f�cil: en vez
de lanzar los aviones sobre ambos edificios y sobre el Pent�gono, les habr�a bastado
estrellarlos en tres centrales nucleares para que ahora Norteam�rica fuese un erial. En
otras palabras, el objetivo �ltimo de aquella tremenda salvajada era sobre todo
propagand�stico: no buscaba destruir la riqueza y el poder, sino humillar el s�mbolo de
ambos.
Eso, el asalto a los s�mbolos, es quiz� una de las caracter�sticas fundamentales de la
�poca desquiciada que vivimos, en la que paso a paso, pero sin descanso, van cayendo las
certezas que hab�an dominado hasta hace poco nuestras vidas. La gastronom�a, por
ejemplo. Bast� con que apareciese MacDonald's en el horizonte para que las �nfulas de
cocina burguesa y exquisita desaparecieran del imaginario colectivo de gran parte de la
juventud, reemplazadas por la inmediatez de la comida-basura que representan los big
macs,
y no fue algo casual si algunos militantes antiglobalizadores, capitaneados por el l�der
sindical campesino Jos� Bov�, quemaron en Francia un restaurante
MacDonald's. En
realidad arremetieron contra el s�mbolo, la letra M, al parecer culpable de propagar
productos transg�nicos y carne poco cat�lica.
Y hablando de catolicismo, �qu� decir de cuando Madonna aparec�a en los escenarios
vestida de bragas y sost�n y luciendo pendientes en forma de crucifijos? La cruz, el
logotipo m�s logrado y universal de todos los tiempos, pertenece en exclusiva a la
Iglesia cat�lica, que se ha servido de �l para bien y para mal. Pero m�s que la
banalidad de su escasa vestimenta, lo subversivo en aquel sacrilegio de Madonna fue la
utilizaci�n blasfema del s�mbolo cristiano por excelencia, porque la liberaci�n sexual
que preconiza su mensaje, en buena parte, necesitaba atacar a Roma.
Aqu�, entre nosotros, el cura de un pueblo catal�n -Godall- se ha encontrado hace poco
al administrar la eucarist�a con que unos gamberros hab�an sustituido las hostias del
c�liz por una patata frita. Dec�a Bajt�n en su tesis sobre Rabelais que lo carnavalesco
radica en poner el mundo al rev�s a trav�s del humor. Los siervos del
medievo, sometidos
al clero durante todo el a�o, celebraban misas sacr�legas los tres d�as previos al
mi�rcoles de ceniza y, con impunidad, se burlaban de los curas. Este asunto se parece
mucho al carnaval, es una reedici�n de aquellos tiempos. Qui�n le iba a decir a Jes�s
en la �ltima cena que el simb�lico cuerpo de Cristo, vestigio m�gico-antrop�fago de
unas creencias milenarias que no acaban de encontrar su sitio en la
posmodernidad,
terminar�a reducido en Godall a un vulgar acompa�amiento de hamburguesa...
Nothing Sacred, reza el t�tulo original de una pel�cula estupenda de William A.
Wellman.
Es verdad, ya nada es sagrado. S�lo me queda recordarle al arzobispo que vigile bien el
brazo incorrupto de San Vicente M�rtir en la catedral, pues a este paso alg�n gracioso
terminar� d�ndole el cambiazo por un jam�n serrano.
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