El
relicario
MANUEL TALENS
"Pisa, morena, pisa con garbo, que un relicario te voy a hacer,
con un trocito de mi capote que haya pisado tu lindo pie",
cantaba hace siglos Sara Montiel y, al escucharla, se estremec�an
hasta las piedras. Era aquella una Espa�a de frigor�ficos pagados a
plazos, amas de casa decentes y hacendosas y maridos que fumaban
tabaco negro y languidec�an en secreto por la Sarita, por la misma
Sarita golfa que cuarenta a�os despu�s, libre ya de ambig�edades,
reivindic� un puesto en la historia al declarar que Jos� Mar�a
Aznar no le llega ni a medio polvo en la cama.
Pero me estoy desviando, porque no quer�a hablar de la Montiel ni de
su relicario (bendito sea entre todos los dem�s), sino de otro, asc�tico
y macabro, que el arzobispado de Valencia acaba de encargar a un
orfebre para colocarlo luego en la capilla de la Catedral que ahora
pertenece a San Jacinto Casta�eda (decapitado en China por haberse
metido donde nadie lo llam�). En �l reposar�n los despojos de 231 m�rtires
valencianos muertos por la fe, m�rtires que el Papa polaco pronto
beatificar� en Roma antes de morir, como para dejar bien claro lo que
vale un peine.
Al�grense las clavariesas de la xeperudeta, pues la Catedral, de esta
manera, contar� a partir de entonces con un repertorio de reliquias
que no se lo salta un galgo, a comenzar por el C�liz verdadero de la
Santa Cena, que hace ya bastantes a�os un can�nigo tuvo la mala
fortuna de partir en dos pedazos contra el bordillo de la acera
durante una procesi�n (y que ha perdido por eso buena parte de su
valor divino al estar arreglado con pegamento Imedio). Cuentan que el
pobre can�nigo sufri� de gastroenteritis cr�nica desde entonces,
temiendo ir al infierno por culpa de un inesperado traspi�.
Viene en segundo lugar el brazo incorrupto de San Vicente M�rtir,
expuesto al p�blico en una urna conforme se entra por la puerta rom�nica
de la Catedral.
Y, por fin, el amplio tesoro que describe el libro Nota de las
reliquias existentes en esta santa iglesia metropolitana de Valencia,
editado por vez primera en 1828 y que las prensas de la librer�a Par�s-Valencia
reeditaron en facs�mil en 1979. Para m� que dicho libro es el aut�ntico
tesoro, no lo que describe, pero �sa es otra historia.
Hay en esta Catedral, entre docenas de venerables desperdicios, un
pedacito del le�o de la Santa Cruz, una de las setenta y dos espinas
(rubricada en sangre) de la corona que pusieron a nuestro Se�or sobre
la cabeza, la camisita que la Virgen Sant�sima labr� con sus manos y
puso al Ni�o Jes�s en Bel�n, un cacho de la cabeza de Santiago el
Menor, una costilla del Beato Gaspar Bono, un Ni�o Inocente de los
que mand� degollar Herodes, una tibia del Beato Andr�s Hibern�n, un
pa�al del ni�o Jes�s, un pedacito de la faja de la Virgen Sant�sima,
un diente de San Esteban, una piedra del portal de Bel�n, la mano
derecha de San Lucas, con la que escribi� su inmortal evangelio, una
saeta de las que le clavaron a San Sebasti�n, una v�rtebra del
espinazo de San Luis obispo de Tolosa y un tobillo del pie de San Mat�as
Ap�stol. �Hay quien d� m�s?
Me temo, sin embargo, que mucho cristiano actual prefiere a�n el
relicario lascivo de Santa Sarita. Los que hay en la Catedral
glorifican la muerte. El de ella, en cambio, es pura y gozosa vida.
SI DESEA LEER EL TEXTO EN EL PORTAL DE EL
PA�S, PULSE SOBRE LA IMAGEN
|