La
otra mirada
MANUEL TALENS
Val�a la pena hojear la prensa espa�ola de estos d�as que acabamos de vivir, tan
intensos a causa de los cr�menes etarras, para escrutar lo que dicen aquellos
articulistas que uno considera cre�bles. Confieso que cada vez me interesa menos la
noticia fresca, ya que el frenes� cotidiano impide leer poco m�s que los titulares. En
cambio, los art�culos de opini�n son mi debilidad, porque ocupan poco espacio y en ellos
busco la otra mirada, esa imagen invertida del lenguaje oficial.
Sin olvidar que escribir bien es un arte, todo buen opinador heterodoxo suele alcanzar la
belleza neutralizando el discurso insidioso que trata de uniformizar al ciudadano con
vistas a controlarlo mejor. Aclarar� que, en lo tocante a ETA, me da igual si ese
discurso proviene del cen�culo azn�rido (Haro Tecglen dixit) o del entorno terrorista,
ya que ambos, por distintas razones, representan lo que yo nunca quisiera ser.
Desde su columna Los placeres y los d�as en El Mundo comentaba el siempre incisivo
Francisco Umbral que "una democracia no est� madura hasta que se vuelve
c�nica", pues "lo desolador de este memorial del fuego, despu�s de los
muertos, es que ni un bando ni el otro tienen m�s que un destino com�n: ninguna
parte". Yo reemplazar�a el "ninguna parte" por un destino m�s real:
"el ascenso en la escala social", lo cual me hace recordar -puesto que unas
ideas llevan a otras- que hace dos a�os le� en la cartelera Turia que el padre de
Eduardo Zaplana se dedicaba en la posguerra al acoso de izquierdistas, como si la derrota
no hubiera sido suficiente desgracia.
No he sabido que el poderoso reto�o haya importunado a la Turia, lo cual me hace suponer
que la noticia era cierta. "�Caramba, c�mo progresan los cachorros -me dije
entonces-, no hay nada como sustituir pistol�n y camisa azul por cuchara de plata y
t�tulo de Molt Honorable President!". Y, burla burlando, se me vino a la memoria
otra an�cdota que protagoniz� el novelista canadiense Mordecai Ritchler (en su infancia
un jud�o pobre) en una recepci�n de la muy prestigiosa familia Bronfman (la del whisky
Seagram's, tambi�n jud�a, pero de la billetera de enfrente): cuando la due�a del
castillo se admir� de que hubiera ascendido desde las calles miserables de Montreal a la
gloria literaria, Ritchler le respondi� cortante que no menos admirable era la ascensi�n
de los Bronfman desde el medio mafioso del trafico de alcohol al de la
jetset.
Es verdad que las verg�enzas no se heredan y, de la misma manera que rechazo por absurdo
el pecado de Ad�n, creo que Zaplana no es responsable de lo que hiciera o dejara de hacer
su progenitor, ni tampoco lo es Aznar de su familia franquista, pero una cosa es cierta:
no todos partimos de la l�nea de salida en condiciones de igualdad, y si no que se lo
pregunten a los descendientes de aquellos rojos que sufrieron persecuci�n.
Tal como lo veo, si los gudaris salvapatrias terminan por conseguir el objetivo que buscan
con cada asesinato, sus hijos dar�n un d�a lecciones de democracia en el concierto de la
Europa comunitaria e incluso alguno ser� Defensor del Pueblo vasco y pontificar� sobre
la paz, pues si el presente ya ha lavado aqu� las inmundicias del ayer, el futuro lavar�
all� las del presente. La otra mirada hace que uno presagie el porvenir.
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EL
PA�S-Comunidad Valenciana, martes 7 de noviembre de 2000. |
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