El narrador
omnisciente
por Justo Serna
1. Dios
Siempre
he querido tener unas palabritas con Dios, un encuentro
de t� a t� para decirle lo que de ni�o no pude� por falta de arrestos.
Cuando era un muchachito le�a la Biblia con unci�n y con fruici�n:
sinti�ndome culpable, a la vez, por la dicha que aquellas p�ginas me
procuraban, una felicidad muy materialista y carnal. Hab�a escenas
sical�pticas y batallas cruentas, combates cuerpo a cuerpo y movimientos
de masas. Hab�a soledades y penalidades, pero sobre todo hab�a el mito
hecho relato, narraci�n inacabable: el mito del origen, de la moralidad,
del pecado, de lo muerte. Hab�a la literalidad, pero hab�a tambi�n lo
figurado: esa hermen�utica infantil a lo que yo me aplicaba para sacar
provecho y lecci�n de aquellas ense�anzas. La cinematograf�a sagrada de
Semana Santa multiplicaba las consecuencias de mis lecturas. Por eso, al
poner rostro a los personajes b�blicos, pel�culas como Los
diez mandamientos confirmaban lo que aprend�a: me
provocaban un efecto de realidad y, por supuesto, de temor.
Pero regresemos a la letra�
Aquellas p�ginas las le�a siempre, preferentemente las del Viejo
Testamento, admir�ndome con la variedad de etnias que poblaban la
antig�edad b�blica. Las le�a sin parar quiz� porque, en la biblioteca
exigua que mi padre hab�a conseguido reunir, las Escrituras ocupaban un
lugar destacado y bien visible: la mirada siempre reparaba en
aquella encuadernaci�n severa de las Ediciones Paulinas, en lomo de
piel simulada. Conservo aquel volumen. O, mejor, lo conservaba hasta
hace poco tiempo: ahora no lo encuentro entre los anaqueles de mi
biblioteca confusa, urgente. Me siento culpable. Debo recuperarlo para
volver a releer el Antiguo Testamento, el gran relato de la tradici�n,
esa suma de textos en que aparecen pueblos escogidos e ind�mitos que se
recuperan tras fracasos reiterados, malvados temibles que amenazan la
fortuna y el patrimonio de los buenos, santos que son ejemplo de piedad
y recogimiento. Pero sobre todo debo recuperarlo para volver a o�r la
palabra de Dios, ese ser distante y riguros�simo que tanta desaz�n nos
causaba a los adolescentes.
En aquellas
p�ginas, siempre me angustiaba la presencia de la Providencia,
omnisciente y omnipotente. Los creyentes de entonces tem�amos, en
efecto, la imagen imponente de aquel Dios severo y vigilante que
impon�a penas y penitencias a unos devotos pecadores, muelles.
Siempre me sorprend�a con el pie cambiado, con el pecado cometido;
siempre con tentaciones invencibles. En mi ejemplar de las Ediciones
Paulinas hab�a unas pocas fotograf�as b�blicas: s�, fotograf�as de los
a�os sesenta �calculo� en las que quedaban retratados tipos israel�es,
palestinos, campesinos, artesanos, o en las que se mostraban
parajes des�rticos y oasis fertil�simos. O eso recuerdo. Era un modo de
ilustrar la lectura piadosa en un mundo actual�simo, vertiginoso. El
efecto que me provocaban aquellas im�genes era el de permanencia,
vigencia: en Tierra Santa, los tipos humanos y los paisajes segu�an
siendo los mismos miles de a�os despu�s. Eso quer�a decir algo� De
quien no hab�a fotograf�a era de Dios, claro: una ausencia que aumentaba
su enigm�tico poder para mi imaginaci�n adolescente.
2. Manuel
Talens
Desde que le� su primera
narraci�n envidio a Manuel Talens. Envidio su portentosa imaginaci�n,
capaz de edificar mundos inexistentes pero extraordinariamente parecidos
al real; capaz de recrear con la sintaxis lo que justamente quiere
decir. Con una palabra de m�s, con barroquismos lujosos, o con econom�a
verbal �escueta y exacta, pues� su escritura siempre me parece de una
sonoridad precisa. No se trata de que escriba bien o bellamente. Es algo
m�s sutil y m�s importante, por supuesto. Que su escritura sea de una
sonoridad precisa significa que dice lo que quiere decir, pero sobre
todo que cada personaje (narrador incluido) se pronuncia con el habla,
con los modismos, con los idiolectos que le son propios. En general,
todos ellos se comunican con gran correcci�n, incluso cuando los tipos
retratados son vulgares o analfabetos: hay en sus voces una sabidur�a
antigua, popular. Una de las habilidades expresividades que distinguen
las obras de Talens son sus exabruptos, sus imprecaciones, sus malas
palabras, cuidadosamente dispuestas cuando toca y por quien toca. Hay
tambi�n en la prosa del autor una capacidad probada para reproducir
discursos culturalmente muy distintos, de espacios y de extracciones
sociales muy diversas.
Cuando esto se da en un
escritor, los cr�ticos literarios suelen decir que el novelista tiene
buen o�do: que tiene buen o�do para captar los registros particulares
del pueblo, de los doctos, de los gobernantes, de los refinados y de los
adocenados. Es un t�pico, ya lo s�, pero en el caso de Manuel Talens,
tal capacidad est� suficientemente probada. Ahora bien, esa habilidad no
ser�a gran cosa sin el humor. Saber reproducir lo que un capell�n o lo
que un campesino dicen �y c�mo lo dicen� est� bien. Lo que est� mejor es
que quien escribe consiga remedar esos discursos haciendo guasa con la
expresi�n misma, bromeando con nuestro tenor expresivo, con
esas f�rmulas m�s o menos estereotipadas, con esos restos verbales del
pasado que repetimos cuando hablamos. No es el �nico rasgo creativo de
Talens, pero la iron�a es decisiva en sus ficciones: m�s a�n, la iron�a
posmoderna. �La respuesta posmoderna a lo moderno consiste en reconocer
que, puesto que el pasado no puede destruirse �su destrucci�n conduce al
silencio�, lo que hay que hacer es volver a visitarlo; con iron�a, sin
ingenuidad�. Eso dec�a Umberto Eco y eso hace su
aventajado disc�pulo, Manuel Talens.
Ahora acaba de publicar una
novela, La cinta de Moebius, en la que retoma
pasajes b�blicos con libertad creativa y con documentaci�n abundante,
con recursos de escritor o de lector resabiado: con numeros�simos gui�os
posmodernos, con citas expl�citas e impl�citas, con alusiones cr�pticas
o expresas. Hay hasta una bibliograf�a final. �Bibliograf�a? �De qui�n?
�Del narrador o del escritor? Bien pensado, ese exhibicionismo erudito
s�lo puede deberse al narrador emp�rico. F�jense que en esta novela Dios
tiene una presencia definitiva. Es m�s: es propiamente su narrador. As�,
con todas las letras. Si Dios es omnisciente, no le veo justific�ndose,
poniendo acreditaciones o documentando sus afirmaciones. Es, pues, el
escritor quien a�ade ese aparato cr�tico en el que se basa la ficci�n.
Desde luego no es la primera vez que ocurre. En otra de sus novelas,
Hijas de Eva, hac�a algo semejante: enumeraba los
libros que le hab�an servido para recrear, por ejemplo, la Valencia
de anta�o. �Est� obligado el escritor a hacer algo as�? Por supuesto que
no. A mis alumnos, siempre que puedo y viene a cuento (nunca mejor
dicho), les expongo el caso de Hijas de Eva:
el autor emp�rico de una ficci�n no est� obligado a detallar su fuentes;
menos a�n, si una parte de esos libros son pura invenci�n, como es el
caso de aquella novela de Talens. Cuando eso sucede, �qu� es lo que
estamos leyendo? �Una bibliograf�a ap�crifa que, al modo de
Jorge Luis Borges, se burla de los usos eruditos? En fin, un
l�o� posmoderno. Tambi�n Umberto Eco,
naturalmente,
se val�a de estos recursos acad�micos para liarnos a su antojo y a su
manera: para provocarnos una impresi�n, un efecto de realidad, que dir�a
su amigo Roland Barthes.
No les voy a descubrir los
contenidos de la novela, de La cinta de Moebius,
obra en la que lamentablemente toda la
bibliograf�a citada es real. Digo lamentablemente porque en ese
apartado final, el dedicado a las fuentes, el autor parece haber
abandonado el juego de la erudici�n ap�crifa. Mezclar lo verdadero con
lo veros�mil es propio de las novelas. De las novelas. En �stas, no es
extra�o que el novelista disponga al principio o al final del texto,
pero siempre fuera del relato, lo que llamaremos notas de autor: son
esos apartados paratextuales que sirven para aclarar procedimientos o
para justificar decisiones. Hay novelas, sin embargo, en donde las notas
de autor son artificio y, por tanto, se integran en la narraci�n misma,
en su ficci�n. As� suced�a, por ejemplo, en El nombre de la
rosa. Creo que Talens es capaz de gamberradas como la que
se propone en esta ficci�n, pero �qui�n sabe� quiz� su parte edificante
o su disposici�n acad�micamente correcta le han aconsejado reprimir la
licencia de la bibliograf�a ap�crifa, algo que se consent�a en
Hijas de Eva.
�Todo narrador de oficio sabe
bien que, para ser veros�mil, cualquier libro que aspire a reproducir el
tiempo pasado debe apoyarse necesariamente en otros libros que lo
procedieron. La siguiente es una lista no exhaustiva, aunque s�
fundamental, de los que han sido utilizados�, dec�a al final de
Hijas de Eva. �Dec�a? �Qui�n dec�a eso? El
apartado se titulaba �Bibliograf�a� y las palabras literales que he
reproducido no pod�an tomarse propiamente como nota de autor: la mayor
parte de los t�tulos de los libros eran inventados y, adem�s, si quien
dec�a hablaba de �narrador de oficio�, entonces es que era el propio
narrador �quien cuenta la novela� y no el autor emp�rico �quien la
escribe� el que se estaba refiriendo a s� mismo. �Adem�s, el narrador
quiere expresar��, conclu�a aquella nota.
Si, ahora,
Manuel Talens es tan temerario como para poner a Dios en el centro de un
relato �cosa que supera lo previsible�, entonces no entiendo por qu� no
se deja llevar por la ficci�n hasta el final: hasta ese elenco
bibliogr�fico fabuloso que acreditar�a lo dicho. Pero dejemos este
reproche erudito�: yo jam�s me atrever�a a ello, a idear ficciones con
Dios como personaje. Pero no por contenci�n piadosa (v�lgame Dios), sino
por mi propia incapacidad para fantasear tan audazmente: nunca se me
ocurr�r�a escribir sobre Dios haci�ndole protagonista de un relato
o usurpando su papel.
3. El narrador
omnisciente
El
papel de Dios, justamente. Darle todo el protagonismo a la Providencia
hasta el punto de descubrirnos su mundo interior y su entorno. Es de
celebrar que un autor como Talens �ateo, supongo� se tome en serio eso
del Reino de los Cielos haciendo de dicho espacio el lugar de la acci�n
novelesca. All� reina Dios, efectivamente, pero es Gabriel Arc�ngel (que
es como firma) quien nos sirve de gu�a por aquellos dominios. No tenemos
a Virgilio, sino a este ser alado y de sexo aplumado. Dicho personaje
�que se halla b�sicamente desocupado desde la Anunciaci�n a Mar�a�
quiere hacer algo productivo, algo en lo que se reconozca. En este
empe�o veo un esfuerzo contrario a la alienaci�n, ese estado an�mico
sobre el que los filos�sofos alemanes tanto han escrito� Alienaci�n,
enajenaci�n: verse extra�o, desubicado, no reconocerse en las obras o en
los actos, en los productos finalmente resultantes. Gabriel desea
sentirse necesario y desea tambi�n sentirse justificado. Desde luego es
alguien que valora mucho la formaci�n intelectual y, por lo que
leeremos, alguien que tiene una tendencia progresista irreprimible. Un
trasunto del autor, quiz�? Y qu� m�s da. Gabriel se preocupa por el
estado general del Cielo y, m�s a�n, por el estado particular de Dios.
Si all� arriba las cosas no marchan demasiado bien, �qu� podemos decir
de esa copia deslucida que es la Tierra? Pero�, �qui�n cuenta todo esto,
qui�n relata? Volvemos al problema que nos plante�bamos m�s arriba.
Desde luego no es una voz que se exprese en primera persona, sino un
narrador omnisciente que es Dios, exactamente Dios, un mecanismo
autogenerador, capaz de decir, de contar, de hacer incluso en estado
latente.
Est� en medio de la obra
observ�ndolo todo, el devenir del mundo. Ese Dios presente pero ausente
a un tiempo es tambi�n el autor, que gobierna el destino de sus
personajes con la autoridad de quien es responsable y creador. El Dios
de La cinta de Moebius es efectivamente
responsable: rige el curso del mundo y de sus criaturas, aunque �eso s�
con alguna dificultad insalvable. Frente al monstruo de Frankenstein,
dejado por su creador, o frente a los Replicantes hu�rfanos de Philip K.
Dick, abandonados, el Dios de Talens se ocupa del orbe. Pero al final
ese mundo es igualmente caduco, por lo que habr� que resetearlo,
que repararlo, tarea m�s propia de un autor que de Dios: un autor �Talens�
que se descubre en su voluntad ideol�gica de rehacer voluntariosamente
lo torcido o lo que juzga indigno. �Una intromisi�n autorial? Digo esto
e inmediatamente recuerdo el consejo de Gustave Flaubert,
sus reparos de novelista-demiurgo: �el autor debe estar en su obra como
Dios en el universo: presente en todos lados, visible en ninguno. Dado
que el arte es una segunda naturaleza, el creador de esta naturaleza
debe actuar seg�n procedimientos an�logos: que se note en todos los
�tomos, en todos los aspectos, una impasibilidad escondida e
infinita.�
No me pidan m�s detalles ni me
insistan con mayores pormenores. No dir� m�s para no fastidiarles la
novela. Tambi�n me he reprimido al escribir la rese�a para
Ojos de
Papel. Lo que un
comentarista debe mostrar no es un resumen argumental, sino
escrutinio cr�tico y, sobre todo, entusiasmo lector: m�s all� de que
coincidamos o no con la ideolog�a del autor, con su plan de ataque o con
su reelaboraci�n del mundo externo. Yo dediqu� tres d�as a leer, anotar
y comentar esta novela� con Dios. En plena Semana Santa. Nada mejor
pod�a hacer: reservarme una obra tan b�blica en fechas especiales para
elevar mi deca�do esp�ritu con levadura irreverente. Ahora, para expiar
mis debilidades, har� la relectura completa de Todo Talens. O
eso espero. Me lo piden el cuerpo y una penitencia que me han impuesto.
FIN
4. Hemeroteca
-Rese�a de Justo Serna de
La cinta de Moebius
para la revista Ojos de
Papel (abril de 2008)
-
El
escritorio de Manuel Talens. El
sitio web del escritor.
-
Entrevista a Umberto Eco:
la intervi� que alguna vez habr�a que releer�
-
Naturalmente, Umberto Eco.
5.
Scriptorium
��Hay muy buena literatura
sobre la venganza imaginaria. Estoy pensando, por ejemplo, en
Manuel Talens. En Venganzas (Tusquets), un espl�ndido
libro de relatos, Talens reun�a un conjunto de cuentos, generalmente
narrados en primera persona y enmarcados en una �poca crucial de la
historia reciente, la que va de la Rep�blica al final del franquismo. La
clave de todas esas peripecias y personajes era la dignidad, la cualidad
humana de aquellos que no renuncian a su condici�n y que se rehacen. Las
�venganzas� del t�tulo lo son, s�, pero desde esa dignidad. En alguno de
esos relatos, el desquite se consuma desde la justicia po�tica: como es
la muerte de Franco por asfixia excrementicia��
M�s.
Fuente:
http://blogs.epi.es/jserna/2008/04/04/el-narrador-omnisciente/
Art�culo original publicado el 4
de abril de 2008.
Justo Serna es profesor de
Historia Contempor�nea en la Universidad de Valencia.
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