La cinta de
Moebius
por Justo Serna
La
cinta de Moebius
Alcal� Grupo Editorial (2007)
190 p�gs.
Imaginemos una novela
ambientada en el Reino de los Cielos, ese lugar inconcreto, vagoroso, en
el que moran Dios, la Corte Celestial, las almas de losciberf justos e,
incluso, los papas terrenales. Imaginemos un relato que fuera, a la vez,
biograf�a del Arc�ngel Gabriel, aquel que anunciara la buena nueva a
Mar�a. Sin duda creer�amos estar ante una obra voluntariosa, angelical;
o ante un volumen disparatado, demente. Pero vayamos m�s all�:
supongamos que el narrador y protagonista vicario de dicha novela fuera
Dios, un Dios empe�oso, aunque envejecido, ausente, algo aturdido,
finalmente enfermo. �Entonces? �Qu� cabr�a pensar de dicha temeridad?
Supongamos, en fin, un volumen que propusiera respuestas a algunas de
las preguntas perennes de la teolog�a. El escritor que se planteara algo
as� s�lo podr�a ser un bendito o un atrevido, un insensato o un
bromista. En todo caso, que fuera un alma de Dios o un tipo malicioso no
garantizar�a la calidad de sus resultados. En efecto, los prop�sitos no
aseguran nada. �Qu� dir�amos, pues, si dicho autor saliera con bien de
dicha prueba?
En buena medida lo consigue. En
efecto, con La cinta de Moebius, Manuel Talens consigue salir
airoso del aprieto, siendo mal�volo y angelical a un tiempo. Ha
escrito un libro divino en su concepci�n y humano --demasiado
humano-- en su ejecuci�n; una obra inteligente y divertida en muchas
de sus p�ginas, aquellas en las que parodia a Dios y a los t�cnicos
que abordan las cosas celestiales: por ejemplo, cuando trata de la
paternidad cr�stica de San Jos�, del peso del alma o del sexo de los
�ngeles, entre otras graves cuestiones que a todos nos preocupan
desde antiguo. Insisto: cuando Manuel Talens adopta una clave
ir�nica o incluso sarc�stica, el resultado es deliciosamente
humor�stico. �Una irreverencia? El creyente no puede sentirse
ofendido: es tal la seriedad con la que el autor se toma la broma
que el resultado es veros�mil, hondo, compendioso y enciclop�dico.
El autor se ha documentado para averiguar qu� es Dios y qu� son
quienes le rodean y en esas p�ginas derrocha un humor culto. En
cambio, cuando Manuel Talens adopta una clave edificante,
expl�citamente progresista (qui�nes son los humanos buenos o
dignos), el resultado es menos convincente. En esas p�ginas leemos
un mensaje expreso, una moraleja de buenas intenciones que se
compadece mal con el sarcasmo religioso sutilmente iconoclasta. Es
como si hubiera un Talens da�ino capaz de la increencia y de la
guasa m�s sutiles y un Talens bienintencionado capaz de la creencia
y de la esperanza m�s voluntariosas.
En cualquier caso, es una excelente noticia que nuestro
autor vuelva despu�s de un silencio narrativo de varios a�os. �Es
justo consignar, por �ltimo, la reaparici�n de Manuel Talens con
La cinta de Moebius, s�tira irreverente y divertida
�caracterizada como f�bula de teolog�a ficci�n�, que reactiva
la capacidad par�dica demostrada en La par�bola de Carmen la
Reina y prolonga los juegos gr�ficos y vanguardistas de Hijas
de Eva�, dec�a Ricardo Senabre en
El Cultural.
De entrada, con esta novela, Manuel Talens confirma crecidamente su
condici�n narradora, sus virtudes. En primer lugar, demuestra
imaginaci�n otra vez: capacidad para producir un mundo alternativo
al real, inspirado en �ste pero a la vez distinto. En segundo lugar,
corrobora un prodigioso dominio verbal, el despliegue con gran fasto
y esplendor de un espa�ol lujoso, variado, muy rico: t�cnico, culto
y plebeyo a un tiempo; especializado, refinado o popular, seg�n las
necesidades de la narraci�n. Confirma tambi�n los motivos de los que
se sirve en sus diferentes novelas: el expediente narrativo y el
recurso humor�stico. En sus novelas, quien cuenta es un narrador
omnisciente que se expresa, una figura antigua --quiz� ya
desgastada-- que Talens emplea una y otra vez en sus distintas
ficciones, y que en La cinta de Moebius justifica c�mica y
metanarrativamente. Si es Dios quien cuenta lo que en esta novela
sucede, es l�gico que el punto de vista omnisciente sea el adoptado.
Lo c�mico, el humor, propiamente la guasa, est�n muy presentes en
sus p�ginas, un recurso igualmente antiguo y se�ero, de fuente
cervantina o de inspiraci�n picaresca. Sin embargo, en La cinta
de Moebius y en sus novelas anteriores, lo chistoso es tambi�n
efecto posmoderno, metanarrativo: el autor hace expl�citos los
recursos de que se vale para as� restar gravedad a lo dicho o para
as� parodiar erudiciones, discursos y pomposidades.
Estamos, en fin, ante una f�bula de teolog�a ficci�n, ante
un cuento en el que se trata de reparar electr�nicamente lo que yo
juzgo irreparable: la Creaci�n. Pero Talens no parece pensar igual:
si Internet y los ordenadores sustituyen ya el mundo ontol�gicamente
real, f�sico, tridimensional, �por qu� no va a arreglarse la
Creaci�n, lo que Dios no hizo bien por descuido, dejadez, abandono?
Con sorna y con empe�o, Talens-Dios se pone manos a la obra. �Y qu�
le sale? Decir que �sta es una f�bula de teolog�a ficci�n es
incurrir en una tautolog�a, pues toda teolog�a pertenece al g�nero
fant�stico, como dijo Jorge Luis Borges. En realidad, estamos ante
una ciberfantas�a. El mundo en el que vivimos, sobrevivimos o
malvivimos �un mundo tan desgraciado-- s�lo puede deberse a un Dios
inh�bil, poco riguroso. Tambi�n eso nos lo dec�a Jorge Luis Borges.
Pero quiz� el mal estado de ese mundo no se deba a desidia, sino a
otra causa. Sondeamos a Dios, y de sus designios inescrutables no
siempre hay noticia, en efecto. La Providencia permanece en
silencio. Lo sabemos los lectores, ateos o creyentes. �Y...? La
novela de Talens es la respuesta a esta mudez.
�D�nde est� el Creador? Insisto: constantemente nos preguntamos por
su silencio, por su retiro, por su extra�a desaparici�n. Nos
interrogamos sobre estas cosas al contemplar en la televisi�n
ciertas calamidades p�blicas y tremendo cataclismos: los de Pakist�n
y Guatemala, por ejemplo. Los hechos, vistos en pantalla, nos pueden
perturbar. La tele contrar�a nuestro hedonismo trastorn�ndonos con
las im�genes de un mundo rebosante de dolor y de cat�strofes, de
guerras y de muertos civiles, un mundo en el que no siempre podemos
responsabilizarnos del mal que observamos y ante el que muchos
sentimos estupor e impotencia: incluidos los ateos. Los ateos somos,
sin embargo, gente sensible y nos preguntamos, con todo respeto, por
Dios: por el Dios de los paquistan�es y por el Dios de los
guatemaltecos, por el Dios de los israel�es y por el Dios de los
palestinos. �D�nde est� el Sumo Hacedor cuando los cataclismos
aumentan el da�o o la muerte de los inocentes? �En qu� para?
En los siglos XVII y XVIII, en un ambiente originariamente
jansenista, al Ser Supremo se le ten�a por un dieu cach�: as� titul�
Lucien Goldmann la c�lebre obra que dedicara a dicha �poca, un libro
que en castellano se tradujo como El hombre y lo absoluto. A Dios se
le ten�a como a ese Sumo Hacedor que dejar�a a los hombres actuar,
equivocarse o acertar, obrar piadosamente o incurrir en el pecado.
La libertad (tr�gica) no ser�a incompatible con la distante
vigilancia de una Providencia que ya no ser�a tan irascible como la
b�blica. Todo un avance: ya ven. Los hombres vivir�an bajo el
principio de la libertad y Dios no ser�a ese Ser entrometido e
indignado de otros tiempos. Resultaba, como digo, un avance que los
individuos pudieran hacer as� las cosas, sin verse gobernados
tir�nicamente por el Dios veterotestamentario. Sin embargo, ya para
entonces, para el siglo Setecientos, lo que no resultaba explicable
era el silencio de Dios ante los desastres que causan da�o gratuito
a cientos, a miles de seres humanos. �ste es un viejo argumento de
los ateos, un argumento que se remonta al desastre de Lisboa en 1755
y a la pregunta cl�sica de Voltaire sobre si los lisboetas merec�an
mayor castigo por sus vicios que los parisinos o los londinenses.
�Qu� Dios es ese que permite dicho horror?
Pero en cierto modo esa pregunta voltairiana e imp�a no es
s�lo la de los ateos: es tambi�n la demanda que Jes�s formula a
Dios-Padre cuando agoniza en la Cruz, cuando no se explica su
silencio o aparente apat�a: Padre, �por qu� me has abandonado? Para
los te�logos, el presunto retiro prueba la grandeza de Dios, que
quiere compartir con los hombres su dolor, el da�o que ocasiona ver
el sufrimiento y la p�rdida del hijo. Y prueba tambi�n la libertad
que deja a los individuos para obrar el bien o el mal. La cuesti�n
que formula Cristo expresa, sin embargo, el horror de la humanidad
doliente, su primera incomprensi�n ante un Dios cuyos designios son,
en efecto, inescrutables. En la novela de Manuel Talens, Dios sufre
un padecimiento irreversible �que no revelar� y vive en una
decrepitud de siglos, qu� digo de siglos: de milenios. Diagnosticar
ese mal y reordenar el estado general del Reino de los Cielos
ser�n tareas del Arc�ngel Gabriel, un tipo formado, le�do,
preparado, pero con escasas ocupaciones desde que cumpliera su
principal misi�n: la Anunciaci�n a Mar�a. No me pidan que les revele
la naturaleza de sus industrias o el resultado de sus obras. Leamos
las p�ginas de Talens y comprobemos el estado convulso y
desarreglado del Reino de los Cielos. Ante papas y �ngeles que
ciertamente est�n en las nubes, habr� momentos en que desearemos
regresar a la imperfecta Tierra. Yo, al menos, s�: muerto de risa.
Fuente:
http://www.ojosdepapel.com/index.aspx?article=2774,
2 de abril de 2008
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