El escritorio de Manuel Talens

 

La tercera rebeli�n de los �ngeles

Juan Miguel Company

por Juan Miguel Company

  Portada de La cinta de Moebius

La cinta de Moebius
Alcal� Grupo Editorial (Ja�n), 2007
190 p�gs.

 

0.       Dec�a Borges que la teolog�a era una rama, no lo suficientemente explorada, de la literatura fant�stica. El escritor argentino fundamentaba su aserto, tal vez, en la contradicci�n subyacente a una ciencia que trata de discernir los atributos y perfecciones de Dios y que, por ello mismo, se enfrenta a un objeto de estudio cuanto menos evanescente, sometido al hacer (literario) del te�logo que lo va recreando en cada l�nea de su texto. La inscripci�n de ese (supuesto) saber sobre Dios deber�a plantearse, pienso, sobre un soporte no convencional: la materialidad de una escritura capaz de definir la divinidad podr�a surgir de un libro tan infinito e inabarcable como la divinidad misma. Borges lo concibe en uno de sus relatos m�s memorables, �El libro de arena�, contenido en el volumen del mismo t�tulo de 1975. Su (�afortunado?) poseedor comprende, finalmente, que dicho libro es monstruoso, ��un objeto de pesadilla, una cosa obscena que infamaba y corromp�a la realidad�.[1] Un libro sobre Dios es aberrante en su misma materialidad de objeto. La cinta de Moebius propone, ni m�s ni menos, una nueva fundaci�n de la escritura teol�gica y ello se hace patente en el subt�tulo de la obra: �Manual de teolog�a electr�nica para internautas�. El autor incurre en un pleonasmo: todo manual de teolog�a es electr�nico y estaba destinado a serlo. Dios es un hipertexto de la raz�n humana que se despliega, hasta el infinito, en las pantallas de los ordenadores, presencias insistentes de nuestra posmodernidad. S�lo ahora, en el instante en que escribo estas l�neas, comprendo por qu� lo estoy haciendo a mano, en un folio cuya tangible blancura nada tiene que ver con la emanada desde el ciberespacio. No quiero sentirme absorbido por ninguna pantalla (por ninguna metaf�sica) a la hora de escribir sobre esta �novela? que, como dice Julio Cort�zar en su Libro de Manuel (pertinentemente citado por Talens como nota en exergo de su texto), establece un �deliberado contubernio con la historia de nuestros d�as�.

1.       Manuel Talens da cuenta en su relato de la tercera rebeli�n de los �ngeles. Esa nueva escritura teol�gica a la que antes alud�a se encarna, a su vez, en la reformulaci�n de la palabra inaugural proferida en el G�nesis. Antes de que en el Caos empezaran a susurrarse las primeras s�labas con las que el Tiempo se escribe, tuvo lugar el enfrentamiento entre los dos bandos de la milicia ang�lica. Sus ecos andan dispersos por diferentes libros de la Biblia, pero la primera emergencia textual de Lucifer como �ngel Foto: Padawan (Creative Commons)ca�do corresponde a la interpretaci�n que hicieran los Santos Padres del texto del profeta Isa�as (XIV, 12). Defenestrado del cielo a la tierra, el que fuera �estrella rutilante, hijo de la aurora� es, en la versi�n latina de la Vulgata, �Lucifer qui mane oriebaris�.[2] La narraci�n �pica del acontecimiento, con un ej�rcito diab�lico que inventa la p�lvora y las balas (algo que me fascin� en mi primera e infantil lectura del poema) corre a cargo de John Milton en El para�so perdido (1647). En el Canto VI, el arc�ngel Rafael cuenta a un estupefacto Ad�n el car�cter cruento de la batalla y el castigo ejemplar de Lucifer. La ca�da del �ngel rebelde precede a la del propio Ad�n, a quien Yahv� condenar� por el mismo delito de desobediencia a su mandato. Pero en el comienzo del relato de Rafael, Sat�n �personaje que a Milton, inconscientemente, le qued� harto simp�tico seg�n han hecho notar muchos comentaristas de la obra� se dirige a Abdiel, el arc�ngel que lo desaf�a y le reprocha: �Estos son los que t� has armado, mercenarios del cielo, que siendo esclavos, intentan pelear contra la libertad�.[3] La batalla pulsional (por lo imperativa y violenta) entre �ngeles y demonios va abocada a la reafirmaci�n de un un�voco goce celestial, sin fisuras que permitan la disidencia, en un ordenado deber ser.

2.       Muy otra es la visi�n de Anatole France en La rebeli�n de los �ngeles (1914). La prosa volteriana y juguetona de este autor (hoy injustamente olvidado), que bebe tanto en las fuentes de la novela libertina del siglo XVIII como en el discurso enciclopedista de sus fil�sofos librepensadores, parece interpretar aqu�, pro domo sua, otro enigm�tico vers�culo de la Biblia: �Y viendo los hijos de Dios que las hijas del hombre eran bellas, se procuraron esposas de entre todas las que m�s les placieron� (G�nesis VI, 2).[4] En la novela de France, el �pico Abdiel del poema de Milton se metamorfosea en �ngel custodio de un burgu�s parisino (Mauricio) y se materializa en carne mortal justo cuando el susodicho burgu�s se encuentra retozando con Gilberta, su bella amante. Que Abdiel (Arcadio en la tierra), aprovechando la circunstancia meta mano a las apetecibles turgencias de Gilberta es tan s�lo la menor de las transgresiones de un relato capaz de poner en escena a querubines anarquistas cuyas bombas siembran el terror en Par�s o, para esc�ndalo de la Iglesia Cat�lica (cuyo famoso �ndice de libros prohibidos se vio alimentado con este nuevo t�tulo), argumentar que el culto a Dios es fruto de un equ�voco: el mundo no fue creado por Yahv�, sino por un demiurgo harto mediocre, Ialdabaoth y �ste no sab�a muy bien lo que se hac�a. France termina su novela en muy brillante acorde: Sat�n, a punto de encabezar la segunda rebeli�n de los �ngeles para arrojar del trono al falsario, renuncia a la empresa y, profeta esc�ptico donde los haya, medita sobre la reversibilidad del Poder: el Dios vencido se convertir�a en Sat�n y Sat�n se convertir�a en Dios. La �ltima frase del texto la dirige Sat�n a Nectario, antiguo fauno hacedor de la felicidad de los humanos, y supone toda una reivindicaci�n �tica de los valores del esp�ritu. El oscurantismo religioso y el limitado horizonte intelectual de sus eclesiales sicarios en 1914 (extrapolable, para nuestra desgracia, a la actualidad), ten�an motivos para sentirse atacados. Reproduzco esta frase en la cl�sica traducci�n de Luis Ruiz Contreras: �T� combat�as junto a m� antes del nacimiento del mundo. Entonces nos vencieron, porque no logramos comprender que la victoria era esp�ritu, y que para destruir a Ialdabaoth hemos de luchar interiormente, a solas con las pasiones que nos impulsan, hasta ser cada uno due�o de s��.[5]

3.       La desiderata especulativa con la que France cierra su novela evoca, en los lectores de hoy, el aserto de Michel Foucault: nunca se deja de hablar del Poder� ni siquiera en el Cielo. La novela de Talens plantea esa necesidad de intervenir en las cuestiones del Poder por medio de la palabra escrita. El programa ideol�gico y pol�tico lo enuncia as� el arc�ngel Gabriel (p. 152): �La literatura como arte consiste en desrealizar la realidad para convertirla en ficci�n verdadera�. He puesto en cursiva esta �ltima palabra por ser cifra del sujeto en su mayor grado (deseante) de intimidad; intimidad que (seg�n Lacan) ser�a susceptible de transformarse en extimidad. Una palabra plena ubica al sujeto en el mundo y las ficciones que desde ella se elaboren pueden hablar, con solvencia, de la realidad de dicho mundo. As� lo ha sabido ver Rafael Ventura en su excelente rese�a del libro: �Talens, el verdadero Dios creador de La cinta de Moebius, ha logrado lo que antes nadie hab�a osado hacer: unir fe e historia, religi�n y mundo, introduciendo las premisas del materialismo hist�rico en la creaci�n del universo a manos de Dios�.[6] Karl Marx en su und�cima tesis sobre Feuerbach ya lo hab�a dejado meridianamente claro: �Los fil�sofos no han hecho m�s que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo�.[7] Lo que el pensador alem�n escribi� en la primavera de 1845 no era m�s verdad entonces que en la primavera de 2008, mientras escribo estas p�ginas. La cinta de Moebius es una ficci�n verdadera de nuestro tiempo que establece una f�rtil ruptura con las dos novelas anteriores de Manuel Talens, La par�bola de Carmen la Reina (1992) e Hijas de Eva (1997). El espejo sin fisuras y de l�mpido azogue, propio del narrador omnisciente, se vela y fragmenta; sus pedazos adoptan inopinadas formas autorreflexivas en las que el texto se pliega sobre s� mismo, cuando no se nutre de abundantes elementos paratextuales que delimitan la variabilidad de su entorno: gr�ficas, recuadros, direcciones (en azul) de correos electr�nicos, el ya mencionado subt�tulo de la novela sobre la especificidad de su uso como manual de teolog�a electr�nica� hasta llegar, deliberadamente, al pastiche posmoderno.[8] La adopci�n de f�rmulas extra�das del metalenguaje cient�fico confiere distancia ir�nica a la narraci�n, sin apartarla nunca de su coherencia interna. Nada m�s l�gico que una citolog�a (practicada para determinar el sexo de los �ngeles sobre una pluma de las alas del arc�ngel Gabriel) descubra, en el corp�sculo de Barr nuclear, una pluma microsc�pica �digna de un miniaturista de la escuela flamenca� (p. 95). Y la mejor lectura que se puede dar, desde la qu�mica org�nica, de la sustancia del alma (�aire, humo y seda�, seg�n Jos� Hierro) es, sin duda, la de que se trata de una nubecilla formada por �cuatro anillos pirr�licos en torno a un �tomo central de carbono� (p. 43).

4.       La cinta de Moebius finaliza con un letal paratexto donde la primera creaci�n del universo se apaga en unas p�ginas en negro, similares a las que utilizaba Jardiel Poncela cuando, en el relato, un tren se adentraba en un t�nel o Laurence Sterne a la hora de evocar el mundo de ultratumba del pobre Yorick. Parafraseando a T. S. Eliot, el mundo no se acaba con un quejido, sino con un clic en el bot�n derecho del rat�n que el arc�ngel Gabriel pulsa para eliminar el programa. La nueva luz del Reg�nesis, donde Dios Padre Todopoderoso revisa y corrige los errores de su primer texto, se corona en estas �ltimas p�ginas. Un poco antes, el lector ha asistido, a su vez, a una lectura de seis informes ang�licos sobre el Estado de la Naci�n Terrenal, que van desde la Iglesia Cat�lica a los Medios de Comunicaci�n, pasando por el Conflicto Israelo-palestino y la Globalizaci�n Neoliberal. Y es de agradecer que el autor sea en ellos did�ctico a la par que contundente. Dichos informes justifican plenamente el taxativo reseteado del sistema, porque claman al Cielo (nunca mejor empleada la expresi�n) y piden una respuesta inmediata a tanto crimen consentido, a tanta hipocres�a disfrazada de dogma y a tanta intemperancia, abriendo as� el paso �si se me permite la paradoja psicoanal�tica�  a un deseo que se manifestara en forma pulsional, en un deber ser imperativo. Clic o no clic: la primera opci�n supone volver a la p�gina en blanco electr�nica, conceder una segunda oportunidad al programa, una nueva escritura a la Escritura. Adem�s de novelista,

Manuel Talens es tambi�n comentarista pol�tico en los medios alternativos (principalmente en www.rebelion.org) y miembro fundador de www.tlaxcala.es, la red de traductores por la diversidad ling��stica. Cree, pues, en la existencia de otro orden mundial basado en los principios de la solidaridad y en un reparto m�s justo de esta tierra que, no sabemos hasta cu�ndo, todav�a permanece mientras las generaciones de los hombres se suceden al igual que las hojas en los �rboles.

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Juan Miguel Company es profesor del Departamento de Teor�a de los Lenguajes (Universidad de Valencia).

 

[1] El libro de arena, en Jorge Luis Borges: Obras Completas, III, p. 71. Emec� Editores, Barcelona, 1989.

[2] Vid. Sagrada Biblia en la versi�n de Jos� Mar�a Bover y Francisco Cantera Burgos, p. 906, nota 12. Biblioteca de Autores Cristianos, cuarta edici�n. Madrid, 1957. Debo estas precisiones al fino te�logo y amigo que es Jos� Mar�a Monz�.

[3] Cito por la anta�ona traducci�n (1873) de Don Cayetano Rosell en la edici�n facsimilar de la Editora de los Amigos del C�rculo del Bibli�filo, S.A., p. 110. Barcelona, 1980.

[4] Sagrada Biblia, ed. cit., p. 39.

[5] Anatole France: Novelas Completas y otros escritos, II. Ed. Aguilar. M�xico, segunda edici�n, 1962.

[6] Vid. http://circulodetiza.blogspot.com /

[7] Marx-Engels: Obras escogidas, 2, p. 428. Akal. Madrid, 1975.

[8] Un brillante ejemplo del mismo lo es, sin duda, la versi�n sical�ptica de un soneto religioso de Lope de Vega llevada a cabo por el alma del ilustre vate en la p�gina 37.


El Viejo Topo, número 245, Junio de 2008

 

El Viejo Topo, n�mero 245,  junio de 2008

 

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