Cuba en el coraz�n
Cap�tulo 2. Antes del 59
Manuel Talens
Viv� en el
monstruo y le conozco las entra�as; y mi honda es la de David.
Jos� Mart�
El
28 de abril de 1823 John
Quincy Adams, que dos a�os m�s tarde se convertir�a en presidente de los
Estados Unidos, le dio estas instrucciones a su embajador en Espa�a:
�Cuba y Puerto Rico, por su posici�n local, son ap�ndices naturales del
continente norteamericano y una de ellas, la isla de Cuba, casi a la
vista de nuestras costas, ha venido a ser por multitud de razones de
trascendental importancia para los intereses pol�ticos y comerciales de
nuestra Uni�n. Cuando se echa una mirada hacia el curso que tomar�n
probablemente los acontecimientos en los pr�ximos cincuenta a�os, casi
es imposible resistir la convicci�n de que la anexi�n de Cuba a nuestra
rep�blica federal ser� indispensable para la continuaci�n de la Uni�n y
el mantenimiento de su integridad.� Con aquellas inequ�vocas palabras se
iniciaba para el pueblo cubano una pesadilla que, casi dos siglos
despu�s, todav�a perdura.
El DVD
que hoy comento, Antes del 59, trata de esa pesadilla, sin la
cual resulta imposible entender los pormenores del nacimiento de Cuba
como naci�n soberana al principio del siglo XX y de su ineludible
destino revolucionario. Consta de cuatro documentales que se
complementan entre s�: el que da t�tulo al segundo cap�tulo, dirigido
por Rebeca Ch�vez, se inicia con im�genes de finales de 1958, cuando ya
est� a punto de terminar la guerra de guerrillas, y tras una emocionada
lectura en la que la voz de Fidel Castro desgrana las palabras martianas
puestas en exergo al principio de esta rese�a, salta en un flashback
hasta el conocid�simo episodio del Maine, que cambi� el signo de
la guerra de independencia y sumi� a la isla en cincuenta y siete a�os
de neoesclavitud, tras lo cual la narraci�n avanza en sentido
cronol�gico; los extras son La primera intervenci�n, realizado
por un colectivo de directores, en donde se pulverizan sin
contemplaciones los argumentos heroicos con que la maquinaria
propagand�stica estadounidense dio su particular versi�n de lo que hab�a
sucedido en esta primera guerra imperialista; Cr�nica de una infamia,
de Miguel Torres, plasma los detalles de un chusco episodio de 1949, al
que me referir� m�s adelante, que deja a las claras hasta qu� punto el
imperialismo menosprecia a sus servidores y, por �ltimo, Viva la
Rep�blica, de Pastor Vega, contiene interesant�simos datos
estad�sticos que completan, por as� decirlo, las informaciones de los
otros tres documentales. Sin duda alguna, tras el visionado de este DVD,
el espectador �cubano o no cubano� terminar� con una idea muy certera y
cabal de por qu�, c�mo y cu�ndo sucedieron los hechos que desembocaron
en el triunfo de la Revoluci�n. Las l�neas que siguen s�lo pretenden ser
un comentario de las im�genes, que hablan por s� mismas, al filo de la
historia.
En el
ocaso del siglo XIX el Estado espa�ol era ya un cad�ver ambulante y su
poder�o colonial estaba a punto de sucumbir en Am�rica a manos del
ej�rcito mamb�. Todo habr�a podido desarrollarse de acuerdo con el gui�n
de no haber sido por el prematuro fallecimiento en 1895 de Jos� Mart�
�el ide�logo, el delegado, el maestro, el presidente, lo llamaban� y por
la ambici�n neocolonialista del coloso del norte, que no hab�a olvidado
las palabras de Adams setenta y cinco a�os atr�s. En efecto, los Estados
Unidos, tras haberse apoderado a lo largo del siglo XIX de todo el
territorio continental que ahora ocupa, necesitaban nuevas fuentes de
materias primas, mano de obra barata y �reas de inversi�n para sus
capitales sobrantes. Como por casualidad, Cuba cumpl�a con las premisas
econ�micas de tales ambiciones y, adem�s, estaba situada en el camino
hacia un canal, el de Panam�, cuyo objetivo primordial iba a consistir
en facilitar el paso de los barcos del incipiente imperio desde el
Atl�ntico al Pac�fico. Para el espectador occidental, acostumbrado a que
en el cine hegem�nico le cuenten f�bulas inveros�miles de h�roes yanquis
que ayudan a sus semejantes por el mero gusto de hacer el bien, el
impecable an�lisis materialista que aqu� se hace de aquellos hechos
puramente monetarios de la historia resulta sencillamente irresistible,
y ello incluso si el soporte f�lmico ahora digitalizado es de baja
calidad, en blanco y negro y carece de la maravillosa realidad virtual
de las modernas im�genes sintetizadas al ordenador. A lo largo de estos
cuatro documentales, los unos mejores que los otros, la historia
prerrevolucionaria del pueblo cubano fluye con esa sensaci�n
reivindicativa de las verdades que se escupen con insolencia y que, por
una vez �bendita vez�, no surgen desde las c�maras desinformadoras del
monstruo Goliat, sino desde un pa�s que cuenta sin miedo �su� versi�n y
contrarresta con argumentos irrebatibles las mentiras del imperialismo.
S�, la honda de Cuba es la de David.
Y as�,
una vez establecido el porqu� los Estados Unidos ambicionaban Cuba,
asistimos con pelos y se�ales al crimen de guerra que los Estados Unidos
se infligieron a s� mismos �los documentos al apoyo de dicha afirmaci�n
fueron desclasificados no hace mucho por el Pent�gono� al dinamitar uno
de sus barcos en la bah�a de La Habana (el Maine, donde murieron
266 tripulantes, carne de ca��n de su propio gobierno) con la �nica
finalidad de acusar a la ag�nica Espa�a del atentado, declararle la
guerra, gan�rsela y quedarse con la isla. El bot�n que obtuvieron no
era, desde luego, el para�so terrenal para los cubanos, pues tras cuatro
siglos de asentamiento en la perla de las Antillas, y para verg�enza de
quienes todav�a estudian con ojos benevolentes el antiguo estado
colonial espa�ol, el espectador aprende aqu� unas cifras estad�sticas
que hielan la sangre: de los 1.572.797 habitantes censados que Cuba
ten�a en 1898, 950.000 estaban desocupados, 890.000 eran analfabetos,
hab�a dos veces m�s polic�as que maestros y tres veces m�s polic�as que
m�dicos.
Una vez
ganada f�cilmente aquella guerra, a la que a �ltima hora los Estados
Unidos le cambiaron el nombre con su habitual desfachatez, pues de ser
una dign�sima guerra de independencia pas� a ser conocida como
hispano-norteamericana, todo les result� f�cil. Tras cuatro a�os de
ocupaci�n militar y una vez disuelto el ej�rcito de los mambises �los
aut�nticos h�roes del conflicto�, el imperio instal� una Rep�blica con
leyes hechas a su medida que le permit�an intervenir militarmente a su
guisa, am�n de asegurarse el control del tabaco, el az�car, la miner�a,
el ferrocarril, tierras en propiedad �la base de Guant�namo�, la banca�
es decir, todo el aparato econ�mico. Para mayor escarnio, lo hicieron
reserv�ndose el papel de salvadores y amigos entra�ables del pueblo
cubano.
El
primer cuarto del siglo XX transcurri� con presidentes fantoches que le
hac�an el caldo gordo al imperio mientras la miseria segu�a en aumento y
fomentaba la insurrecci�n. En 1925, al calor de la reciente revoluci�n
rusa, Julio Mella cre� la Federaci�n Estudiantil Universitaria (la FEU,
donde a�os m�s tarde iniciar�a su labor activista un jovenc�simo Fidel
Castro) y el Partido Comunista de Cuba, pero no tard� en ser asesinado
en M�xico por orden del entonces presidente cubano Gerardo Machado. Sin
embargo, el mero hecho de la existencia de Mella en aquella sociedad
r�gidamente dividida en ricos y pobres daba a entender que la semilla
libertaria de Jos� Mart� segu�a vigente. En 1933, tras grandes
des�rdenes callejeros y huelgas revolucionarias, cay� el presidente
Machado �otro payaso m�s de una larga lista� y triunf� el golpe de
estado de los sargentos, que desde luego no arregl� la situaci�n, pues
entre ellos se encontraba una figura clave de la Cuba poscolonial,
Fulgencio Batista, quien desde entonces, �durante veinticinco a�os!,
pas� a controlar el pa�s hasta el triunfo de la Revoluci�n, bien como
jefe del ej�rcito o como presidente en su �ltima etapa. Bajo su mandato
se acrecent� la dependencia cubana con respecto a los Estados Unidos, se
institucionaliz� el gangsterismo (una de las escenas documentales,
tomada en directo, es digna de El Padrino), la corrupci�n se
volvi� galopante y la caza de brujas del maccarthysmo se reflej� en la
isla con m�ltiples asesinatos de izquierdistas (Antonio Guiteras y Jes�s
Men�ndez fueron los m�s destacados de una larga lista). Pero aquella
situaci�n insufrible dio lugar, en contrapartida, al nacimiento de una
generaci�n de j�venes revolucionarios, varios de ellos conscientemente
marxistas, capitaneados por Fidel Castro y su hermano Ra�l, que tomaron
en sus manos la vieja antorcha de Mart� en el a�o de su Centenario. El
resto es de sobra conocido: el fracasado asalto al cuartel Moncada en
Santiago de Cuba, que se sald� con una represi�n brutal; el
encarcelamiento de sus dirigentes y su posterior amnist�a; M�xico, el
Che, el desembarco del Granma, la Sierra Maestra, Camilo Cienfuegos, la
lucha clandestina en las ciudades, Frank Pa�s, Celia S�nchez, los
bombardeos indiscriminados de civiles por parte del ej�rcito batistiano
con material b�lico procedente de la base de Guant�namo y, por �ltimo,
con la ayuda impagable de la poblaci�n, la victoria definitiva del
ej�rcito rebelde pese a su inferioridad num�rica y armamentista.
De entre
las muchas im�genes impresionantes que aqu� se ven, me gustar�a destacar
dos secuencias que, a mi parecer, justifican por s� solas la compra de
este DVD. Ambas est�n relacionadas con un episodio acaecido en 1949:
durante una de las visitas �amistosas� de los barcos de guerra
estadounidenses a La Habana, las tripulaciones aprovecharon para hacer
uso del gran centro de diversi�n que era entonces la capital y un grupo
de marines arm� una gresca nocturna ante el monumento a Jos� Mart� que
hay erigido en el Parque Central. Todo empez� cuando uno de ellos,
completamente borracho, se encaram� hasta lo alto y se sent� sobre la
cabeza del pr�cer. La juventud cubana que andaba por all�, ofendida, se
les enfrent� y, como era de esperar, los causantes del alboroto
terminaron detenidos por la polic�a. Pero a la ma�ana siguiente �en
gesto de buena voluntad, seg�n se dijo� los presuntos culpables fueron
entregados a las autoridades militares estadounidenses y la afrenta
qued� impune. La indignaci�n que se suscit� en Cuba ante una actitud tan
servil por parte de un gobierno supuestamente soberano al que le acaban
de ultrajar el s�mbolo de su independencia fue may�scula y los
radicalizados estudiantes habaneros se echaron a la calle. Pronto hubo
disturbios en la Universidad e intervenci�n represora de las fuerzas de
seguridad. Pues bien, la primera de las dos secuencias a que me refer�a
m�s arriba procede de dichos disturbios: se trata de una toma en
directo, con c�mara al hombro en el fuego de la acci�n, y en ella, con
el pl�cido y majestuoso contrapunto del Adagio de Albinoni como
�nico fondo sonoro, se ve la enmudecida algarab�a de los estudiantes que
bajan corriendo por las escalinatas frontales del Alma M�ter en lo que
constituye una cita inesperada y sin duda casual de la c�lebre escena de
las escalinatas de Odessa en El acorazado Potemkin, de S. M.
Eisenstein. Los reporteros an�nimos que tomaron tales im�genes no
pudieron ensayar con actores ni tuvieron tiempo alguno para pensar los
planos como el maestro de Riga y esta filmaci�n de la barah�nda
estudiantil que baja como un r�o desbocado carece de la grandeza �pica
inherente a la pel�cula sovi�tica, pero deja en la retina una sensaci�n
de d�j� vu que constituye en s� misma un maravilloso homenaje
est�tico al arte del cine. En la otra secuencia, �sta de car�cter �tico
y ante la cual el espectador no sabe si re�r o llorar, aparece el
�honorable� embajador de los Estados Unidos en Cuba �un tal Robert
Butler�, quien sin duda ante el cariz que hab�an tomado las protestas
populares se present� ante los medios y, evidentemente en ingl�s
(faltar�a m�s), empez� a pedir disculpas al pueblo cubano por la
profanaci�n de la estatua de� �de qui�n? El infeliz no lo sab�a. Por
fortuna, su aturdido desconcierto �se lo ve retirarse fuera de campo con
el rabo entre las piernas tras no haber podido pronunciar el nombre de
Jos� Mart� qued� filmado por el implacable ojo de la c�mara fija y
pasar� a la posteridad como uno de esos momentos cinematogr�ficos
imprescindibles del g�nero documental. La prepotencia de los aut�nticos
amos de aquella Cuba qued� as� al descubierto: la isla era para ellos un
inmenso negocio, no la tierra de un pueblo soberano con una cultura, una
lengua, unos sentimientos propios y unos h�roes venerados que como
m�nimo merec�an el respeto de conocer su existencia. �Habr�a entendido
acaso aquel diplom�tico de pacotilla si el embajador cubano en
Washington, ante un caso similar, hubiese ignorado no ya la existencia,
sino el mism�simo nombre de Thomas Jefferson? Es curioso que hoy en d�a,
m�s de cincuenta a�os despu�s, las cosas no hayan cambiado mucho en la
c�pula del imperio, que con ensoberbecida incultura sigue sin tomarse la
molestia de estudiar los s�mbolos de sus s�bditos o de aprender el
apellido de los dignatarios que les sirven de coro, como demostr� el
presidente George W. Bush al referirse a Jos� Mar�a Aznar �un fiel
palafrenero de Washington en la guerra sucia de Irak� como �nsar,
apelaci�n que en Espa�a se le ha quedado pegada a la piel y que circula
en centenares de chistes por el ciberespacio.
Pero toda
esclavitud nunca aceptada tiene su d�a de libertad y, tras el triunfo de
la Revoluci�n, en un acto multitudinario ante las masas, un festivo
Fidel Castro en plena forma oratoria proclam�: �Esta vez, por fortuna
para Cuba, la Revoluci�n llegar� de verdad al poder, no ser� como en el
95, que vinieron los americanos y se hicieron due�os de esto, que
intervinieron a �ltima hora y despu�s ni siquiera dejaron entrar a
Calixto Garc�a, que hab�a peleado durante treinta a�os, no lo dejaron
entrar en Santiago de Cuba. No ser� como en el 33, que cuando el pueblo
empez� a creer que una Revoluci�n se estaba haciendo, vino el se�or
Batista, traicion� la Revoluci�n, se apoder� del poder e instaur� una
dictadura por once a�os. No ser� como en el 44, a�o en el que las
multitudes se enardecieron creyendo que al fin el pueblo hab�a llegado
al poder y los que llegaron al poder fueron los ladrones. Ni ladrones,
ni traidores ni intervencionistas, esta vez s� que es la Revoluci�n��.
S�, fue la
Revoluci�n, el sue�o de Jos� Mart� convertido en realidad, pero al igual
que en el tango de Gardel, mientras el m�sculo cubano se dispon�a por
fin a dormir tranquilo en el silencio de la noche despu�s de tanto
sufrimiento, la ambici�n del gigante norte�o sigui� trabajando para
poner en peligro aquella patria al grito de guerra. La pesadilla no
hab�a terminado.
Rese�a
anterior:
Cap�tulo 1.- Che
Guevara, donde nunca jam�s se lo imaginan
Siguientes
rese�as:
Cap�tulo 3.- Los 4 a�os que estremecieron al mundo
Cap�tulo 4.- Una isla en
la corriente
Cap�tulo 5.- Entre
el arte y la cultura
Cap�tulo 6. La
solidaridad internacional
Cap�tulo 7.- Momentos con Fidel
SI DESEA LEER ESTA RESE�A EN EL SITIO WEB DE
REBELI�N, PULSE SOBRE LA IMAGEN
|