Entrevista a Omar Gonz�lez, Presidente
del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematogr�ficos (ICAIC)
La mejor contribuci�n de un
artista a su pueblo es el aporte inestimable de su obra
Entrevista de
Manuel Talens
para Rebeli�n
Omar Gonz�lez es un hombre de aspecto afable y hablar
pausado. Medita las cosas antes de responder, como si buscase
que su interlocutor comprenda bien las ideas que quiere
transmitir. Nunca alza la voz, pero cuando uno escucha sus
palabras siente el calor humano que las alimenta: son como
lava que fluye del coraz�n de un volc�n benevolente o, si se
me permite la met�fora, como aquellos claveles que brotaron
del fusil de los militares portugueses antes de que se apagara
la esperanza. Hay algo de contradictorio en esta dicotom�a
entre su aspecto de padre de familia maduro y apacible y la
juvenil radicalidad de su discurso, pero creo haber resuelto
el enigma: Omar Gonz�lez es de esos seres que llevan la
procesi�n por dentro. Su trayectoria intelectual en el mundo
de la cultura es larga: en 1978 gan� el prestigioso Premio
Casa de las Am�ricas en la categor�a de literatura infantil y
juvenil con su obra Nosotros los felices. Un gui�n
suyo, sobre la vida del poeta alem�n George Weerth, fue
llevado al cine, y libros y textos literarios de su autor�a
han sido publicados tambi�n en Cuba y en otros pa�ses. Adem�s,
ha practicado el periodismo y fue director asistente del
Centro de Promoci�n Cultural Alejo Carpentier, hoy Fundaci�n;
director general del Canal 6 de la Televisi�n Cubana y
presidente del Instituto Cubano del Libro y del Consejo
Nacional de las Artes Pl�sticas. Para aquellos que vivimos en
pa�ses de la Uni�n Europea, donde quienes ocupan un cargo
p�blico de cierta importancia se convierten en distantes
reyezuelos, es un placer conversar con personas como este
cubano, que se toma con suma modestia su actual funci�n en el
ICAIC y que dedica sus horas libres a escribir poes�a y
ensayos acerca del impacto de la globalizaci�n en el �mbito
familiar de la cultura. He aqu� las preguntas que respondi� en
exclusiva para Rebeli�n:
En una �poca como la actual, de ausencia
generalizada de ideolog�a, �cu�l puede o debe ser la relaci�n entre el
arte y la vida social, es decir, la res p�blica?
Entiendo tu pregunta como una leg�tima
provocaci�n. Definitivamente, no creo que �sta sea una �poca de
ausencia generalizada de ideolog�a,
sino todo lo contrario. Esa extendida visi�n apocal�ptica se la
debemos a cierto tipo de pensamiento posmoderno, a su liturgia
medi�tica y academicista en momentos de gran desconcierto; al colapso
del llamado �socialismo real�, cuyas pol�ticas en torno a las Ciencias
Sociales, salvo excepciones, fueron por lo general desalentadoras y,
sobre todo, al auge del neoliberalismo, que es mucho m�s que una
corriente econ�mica o financiera centrada en la apoteosis del mercado;
es la expresi�n ideol�gica del imperialismo camino de su fase superior
y muy probablemente �ltima, el fascismo. Pero no un fascismo a lo
Hitler y Mussolini, si se quiere todav�a primitivo y tr�gicamente
experimental, aunque mod�lico a los fines del ya inminente si no
reaccionamos con m�s fuerza y convergemos en una barricada del tama�o
del mundo; se tratar�a de un fascismo mucho m�s elaborado, que
conserva elementos de aqu�l y lo supera en ambici�n, destrucci�n de la
naturaleza y opresi�n de los pueblos, dado su ilimitado car�cter
global y su correspondencia con el desarrollo tecnol�gico de la �poca
en que vivimos. �ste es o pudiera ser un fascismo corporativo y
enf�ticamente ideol�gico, que se gesta en una sociedad dizque
democr�tica, pero que se comporta a�n peor que la peor de las
totalitarias conocidas; en un pa�s que proclama la libertad como
medida de todas las cosas y vive secuestrado por una c�pula insaciable
de dinero y poder; una naci�n multi�tnica aunque con demasiado espacio
para el racismo y la xenofobia; un territorio tan industrializado como
desigual, que se dice abierto al mundo y anula o margina las
oportunidades de sus ciudadanos para interactuar con otras culturas;
una sociedad con el mayor acceso a los medios de comunicaci�n que se
conozca, pero desinformada, donde a pesar de disponer de una moderna
infraestructura educacional y sanitaria, vastos sectores viven en la
ignorancia y la insalubridad m�s pasmosas; un pa�s del G-7 que alberga
un tercer mundo en sus calles y un cuarto mundo en Pine Ridge
Reservation; una naci�n que es muchas otras y cuyos sucesivos
gobiernos han sido y son arrogantes y, al mismo tiempo, tan d�biles
que s�lo logran exaltar el �patriotismo� vali�ndose del p�nico y la
paranoia; un pa�s rico y econ�micamente par�sito; un pueblo trabajador
y noble y alegre, pero enga�ado en su intimidad m�s solitaria, tan
cristianizado como desconcertante e indiferente, con una identidad
esquilmada durante siglos y finalmente difusa y extraviada, con una
intelectualidad de vanguardia y una sociedad trivializada por obra y
gracia de los medios masivos, que privilegian la estulticia; en fin,
un imperio donde la seguridad estriba en su propia inseguridad; un
pa�s-paradoja, donde ahora mismo un gobierno ileg�timo y construido
piedra a piedra por la ultraderecha, libra una cruzada en nombre del
Bien y contra el Mal, en cuyo caso nadie, absolutamente nadie, estar�a
en condiciones de garantizar que lo primero no signifique lo peor.
El terrorismo, como ayer lo fue el comunismo y
mucho antes el Islam para la Europa cristiana, ha sido s�lo el
pretexto para escenificar el mayor proyecto de dominaci�n pol�tica,
econ�mica, militar y cultural que ha conocido la historia: Estados
Unidos contra el resto del mundo. Nunca sabremos �pues de seguir como
vamos, el peligro de que desaparezca la especie humana es real�,
cu�nto favor a esta causa hicieron los fan�ticos que estrellaron
aquellos cuatro aviones el 11 de septiembre de 2001 contra las Torres
Gemelas, el Pent�gono y el manso suelo de Pensilvania. Tanto ha sido
su tributo a este imperio en ascenso y retroceso, que no ser�a
descabellado dar fe, aunque s�lo fuera a escala especulativa, a
quienes sustentan las sobrecogedoras hip�tesis de una conspiraci�n
desde el poder para ejecutar o �dejar hacer� cr�menes que, en
cualquiera de los casos, resultar�an abominables. Mientras tanto, ah�
est� Dick Cheney frot�ndose las manos, a la sombra y en todo, con el
real mando sobre los hombres y las cosas. Y ah� est�n los peleles.
Pobre Espa�a, �mi madre!, con Aznar por martirio.
Has delimitado muy bien el ambiente social del
mundo en que nos ha tocado vivir, pero todav�a no me has dicho nada
sobre el papel del arte, o de sus practicantes, en dicho ambiente
social.
Si vamos a hablar de un tema tan serio, que
dar�a para un libro, prefiero verlo en su contexto. Ahora me acercar�
un poco m�s: en cuanto a la relaci�n del arte (y de los artistas e
intelectuales en general) con la vida social, mucho se ha escrito y
opinado como para empe�arse en a�adir nada nuevo. Hoy el momento es
otro. Desde la izquierda �a falta de una mejor definici�n y no
obstante su descr�dito, apelo a la dicotom�a que la antepone a la
derecha�, recuerdo, por s�lo citar algunas, la f�rmula del �eterno
compromiso�, tan recurrente en los a�os sesenta, y de la que Sartre y
otros (con aquello de
no estar comprometido es una forma de estarlo),
fueron sus abanderados de culto, y tambi�n los postulados de Gramcsi a
prop�sito del �intelectual org�nico�, asumidos como una alternativa
coherente y racional ante la condici�n acr�tica y obviamente dogm�tica
de los presupuestos del realismo socialista. Sin embargo, desde
entonces ac� ha llovido bastante, y los derrumbes han sido
estructurales, devastadores e, incluso, silenciosos, que suelen ser
los que dejan una huella m�s honda en el �mbito de las ideas.
La
cosecha actual de intelectuales ilustra la confusi�n resultante. La
derecha, que desde hace m�s de ciento cincuenta a�os no se repone
te�ricamente de la aparici�n del Manifiesto comunista, pues en
este largo per�odo nada ha estremecido tanto al mundo como la
sabidur�a multiplicada de Marx y Engels en aquel documento, ha sacado
provecho de la ola de decepci�n e incertidumbre (tambi�n de
reagrupamiento) en que ha vivido su ant�poda durante los �ltimos
quince a�os, y lo ha hecho de tal modo que, al radicalizarse en sus
posiciones, ha conseguido travestir a no pocos simuladores e incautos.
Y como domina los medios y se vale del miedo, compra y pervierte las
conciencias y, ante ese espejo roto, terminamos por no saber qui�n es
qui�n. Y esta otra izquierda, la que fue o pudo ser, la sol�cita, la
light,
la instalada y con diezmo, cambia de casaca y se nos desmedula hasta
la apostas�a. Y nuevos dogmas nos llegan y, como era de suponer, lo
hacen en nombre de la democracia, la libertad y los derechos humanos.
Y tanto coinciden entre s� que Bush se casa con Blair y Felipe con
Aznar.
Sobreestimar el papel de los intelectuales y del arte en su relaci�n
con la vida social �que, por otra parte, no es un corpus ajeno a su
desenvolvimiento, sino el lugar de sus posibles pertenencias e
identificaciones�, pudiera conducirnos a nuevos y viejos errores. Yo
no soy partidario de la veneraci�n fan�tica e incondicional a
determinadas celebridades, por muy imprescindibles que nos resulten a
la hora de bosquejar una cartograf�a del pensamiento contempor�neo. En
particular en esta �poca, cuando todo vale a efectos del mercado,
incluso los intelectuales iconoclastas. Un intelectual no es un
profeta infalible. Los de mayor hondura han renegado siempre de esa
condici�n. Quienes van a determinar el curso de la historia son los
pueblos, a cuya orientaci�n pueden contribuir mucho los pensadores,
los fil�sofos que est�n dispuestos a correr no la suerte de sus
tratados y reflexiones, sino la de las masas en sufrimiento. Y en este
punto, para acercarme a�n m�s a la definici�n que pides, echo mano de
Tolstoi: �Cada uno llega a la verdad por su propio camino; pero una
cosa debo decir: lo que escribo no son s�lo palabras, sino que vivo de
acuerdo con ello, en ello est� mi felicidad y con ello morir�.�
Debemos
tambi�n respetar el ejemplo y la distinci�n de los cl�sicos, pero sin
que esto implique que nos declaremos escol�sticos. Creer en la
utilidad pr�ctica del sentido com�n comporta sus ventajas, como
cuando, a contrapelo del r�gido rigor de los nost�lgicos, nos sugiere
que es preciso beber de todas las fuentes para hacernos de un
pensamiento y una visi�n propios. Tan pernicioso es el fanatismo
pol�tico como el filos�fico o el ideol�gico. Hay que recuperar el
principio de la duda y el derecho a la selecci�n consciente, entre
otras razones porque nunca nada es igual (Her�clito vivo) a lo que
fue. Y para pensar y discernir, es preciso saber. Y para
saber la educaci�n es, entre todas, la primera y mejor de las
puertas.
�Cu�l deber�a ser, pues, el di�logo entre
quienes hacen del arte un oficio y la realidad que los rodea?
Entre el
arte y la realidad debe existir permanentemente un di�logo cr�tico,
pues de no ser as� se paralizan el pensamiento y la cultura, o se
divorcian, que tambi�n es nocivo para la aplicaci�n de las ideas. Si
la cultura es vida, no veo por qu� desconfiar del debate, que la
dinamiza. La fortaleza de una ideolog�a, sea cual sea, se verifica en
la confrontaci�n sistem�tica con las dem�s. Por eso debe sospecharse
tanto de quienes adulan a los intelectuales con fines pueriles como de
aquellos que los excluyen debido a un pensamiento anticultural. En
esto el capitalismo tiene una larga historia, al igual que la tuvo el
llamado socialismo burocr�tico. Pero aqu�l aventaja a �ste en recursos
y m�todos sucios. Su orfandad espiritual ha sido hist�ricamente
incuestionable, y su persistencia en el valor del dinero para alcanzar
sus prop�sitos le es consustancial y siempre lo envilece. Son pocos,
muy pocos, los creadores de val�a que han asumido ese sistema como
centro de su pensamiento y su hacer. Provocar�a desprecio, y en el
mejor de los casos estupefacci�n el encontrarse con un poema o una
canci�n que elogiaran el neoliberalismo, el bloqueo yanqui a Cuba, el
terrorismo de Estado, los otros terrorismos o los bombardeos contra
los pueblos de Irak y Afganist�n. A lo sumo, el capitalismo salvaje
(sigo pensando que no hay otro) s�lo dispone de alg�n art�culo de
opini�n escrito por intelectuales �medi�ticos� (y mediatizados), que
justifican y aplauden lo que conviene a Estados Unidos y a sus aliados
reales, principalmente en la llamada gran prensa norteamericana. Una
prensa, por cierto, que encumbra y destruye, seg�n el curso de los
vientos �s�lo tenemos que recordar el Watergate�; una prensa que es
sost�n y esclava de los intereses hegem�nicos. El nazismo, valga el
ejemplo, hizo lo indecible por granjearse la simpat�a y los servicios
de artistas y pensadores y, aunque consigui� algunos resultados, no es
menos cierto que nadie recuerda aquellos nombres, como no sea para
denostar de ellos y repudiarlos siempre. La innovadora cineasta Leni
Riefenstahl, conocida como �el ojo de Hitler�, jam�s consigui�
librarse del estigma de su pasado pro-nazi. Hasta su muerte, ocurrida
el 9 de septiembre de 2003, trat� de minimizar sus actos aduciendo que
no fue ella la que llam� al F�hrer para ofrecerle sus servicios, sino
a la inversa. Poco importa, la gran historia no repara en esta clase
de matices. Por eso es fundamental que el artista se plante� su misi�n
desde la �tica y con absoluta responsabilidad social. En su af�n por
negar todo posible m�rito al socialismo, la derecha se ha propuesto
equiparar la conducta de algunos intelectuales comunistas con tales
actitudes, pero ha fracasado. Desde la leg�tima izquierda, la
insobornable, se comenten errores, pero jam�s se perdonan los cr�menes
ni se comulga con la mentira.
De tus palabras parece deducirse que la derecha
no ha logrado �xitos en el terreno de las ideas. �No ser� que
confundes tus deseos con la realidad?
No, que
los hay, los hay, pero una postura abierta y p�blicamente derechista
merma las ventas. En lo que el imperialismo s� ha logrado determinados
r�ditos es en el tr�fico de conciencias, con el consiguiente silencio
y la complicidad de algunas voces. Dinero a raudales, becas, cargos
simb�licos y vitalicios (en Cuba los llamamos �botellas�), viajes,
espacios p�blicos para el reconocimiento y, por qu� no, para la
disensi�n aparente, constituyen algunas de sus f�rmulas m�s
socorridas. Es la seductora coacci�n del mercado, su dictadura, que
pareciera que lo regula todo, si no supi�ramos que tambi�n lo mutila y
corrompe. Los casos de M�xico �ahora y en tiempos del PRI� y de
Venezuela �cuando adecos y copeyanos se repart�an el poder�, pudieran
ser ilustrativos de los m�todos empleados en Latinoam�rica por la
clase gobernante para acallar la rebeld�a de cierto tipo de
intelectual dependiente e indeciso, y convertirlo en una especie rara,
en algo as� como una ameba en su limbo. Y de Europa no digo, bastar�a
profundizar en la ruta y la n�mina de algunos pronunciamientos y
manifiestos de �ltima hora para llegar a la conclusi�n de que s�lo
bajo una presi�n insoportable, la del dinero y la fama (ostracismo a
la vista), ser�a comprensible la actitud de unos pocos intelectuales
que, hasta hace unas horas, se llamaban de izquierda. Da pena verlos
haciendo equipo con hist�ricos y renegados, con esos pobres de alma
que ganan premios, pero no saben utilizar correctamente un gerundio.
�Y qu� decir de los fantasmas de un pasado culpable, de los
desgarramientos de cualquier vestidura? Que no duden de m�, pareciera
que gritan, yo estaba equivocado, perd�n por las lealtades. Y no saben
qu� ser, y cada vez son menos.
Pero mucho m�s tr�gico que el trasiego de
conciencias, que por lo general es pat�tico, ha sido y es la represi�n
m�s despiadada contra los genuinos intelectuales de izquierda. Am�rica
Latina tambi�n pudiera mostrar un largo rosario de cr�menes en este
sentido. A qui�n culpar de tant�simas muertes, de todas las torturas,
sino al imperialismo y al sistema capitalista mundial, incluyendo a
gobiernos que en Europa, Asia y Norteam�rica las consintieron y las
prolongaron con sus actuaciones. �Qui�n va a pagar por el asesinato de
V�ctor Jara, si Kissinger ya es Premio Nobel y Pinochet sigue
durmiendo imperturbable su siesta y, adem�s, pretenden que nos creamos
ese cuento infantil de que �el viejo est� loco�? Y como V�ctor, miles.
Y no s�lo de Am�rica. �Qui�n mat� a David Kelly? �Qu� le pasa a esa
�izquierda� que perdi� la memoria? A esa izquierda que es otra, a esa
izquierda-derecha que ahora vive sin nombre.
En los llamados pa�ses del �socialismo real�
desde luego que tambi�n se recurri� a f�rmulas deleznables para
conseguir el favor o el aislamiento de ciertos intelectuales. En
tiempos del estalinismo, los recursos empleados fueron paralizantes e
imperdonables en un sistema pol�tico que, aunque sometido al peor de
los hostigamientos, nunca fue pensado para agredir al pueblo y
esculcar la cultura, sino justamente para fomentarla. La ruptura que
se produjo entre la vanguardia art�stica y la vanguardia pol�tica,
cuya confluencia diera tanto esplendor a la revoluci�n de 1917, devino
un cisma del que jam�s se recuper� el Estado sovi�tico. Aquellas
heridas, por mucho que se omitiesen de la historia oficial, jam�s
cicatrizaron. Ninguna alfombra, ni siquiera las interminables
alfombras del Kremlin, pod�a ocultarlas. Eran fantasmas en cuerpo y
alma en el recuerdo de muchos comunistas, y no s�lo sovi�ticos, sino
del mundo entero. La hipocres�a fue matando en vida aquella sociedad,
heroica como ninguna en su esfuerzo tit�nico de construir el
socialismo y derrotar la agresi�n fascista. Y, mientras, el
imperialismo esperaba agazapado detr�s de la puerta, horadando el
dintel, empujando hacia adentro y empujando hacia afuera. Debi� ser
muy dif�cil convivir con aquello y pensar en el ma�ana.
�Conociste en persona, de primera mano, los
pa�ses del Este europeo y su supuesto socialismo real? Me gustar�a
saber qu� opinas del tratamiento que aplic� la antigua Uni�n Sovi�tica
a las diferentes culturas que la constitu�an.
Por diversas razones viaj� en m�s de una ocasi�n
a los pa�ses del Este europeo �tanto como a Espa�a, Italia y M�xico�,
y tuve la suerte, incluso, de visitar varias rep�blicas de Asia
Central y de charlar con sus intelectuales, en especial con uno de los
m�s importantes, el escritor kirguizio Chinguiz Aitmatov, con quien
compart� una noche en la estepa kazaja, mientras �l hablaba de su
fobia incurable a los aviones, de la poes�a y el cinemat�grafo en Asia
Central y del recuerdo brumoso o imaginario que ten�a de La Habana.
Las circunstancias en que viv�an aquellos territorios eran
completamente distintas a las de Mosc�, Leningrado, Kiev, Vilnius,
Riga o Tbilisi, aun cuando las noticias que nos llegan hoy nos hagan
ver tales momentos como d�as de gloria. Su grado de desarrollo y la
densidad del tiempo hist�rico eran otros; las diferencias y las
desigualdades cobraban cuerpo y se acentuaban en la misma medida en
que uno se adentraba en los confines de su naturaleza y en los
misterios de su sabidur�a. Esto se daba, sobre todo, en las formas
ancestrales de su cultura n�mada, donde el realismo socialista ten�a
muy poco que hacer. Si extra�o era en Lituania, imaginemos lo que
suced�a cuando los comisarios dictaban su catecismo a un pueblo de
pastores. El viejo problema de las nacionalidades nunca fue resuelto
en la URSS, a pesar de que Stalin decretara su soluci�n en escritos y
discursos tan tempranamente como en las postrimer�as de los a�os
veinte, y Jrushov, Brezhnev y todos los l�deres fugaces que les
sucedieron lo dieran por superado. La prueba al canto estar�a en la
rapidez con que se desintegr� la Uni�n Sovi�tica a partir de que
apareciera la perestroika. Ha sido �ste un proceso aleccionador que no
termina a�n, y para verificarlo bastar�a remitirse a la cuesti�n
chechena y a otras menos divulgadas por la prensa occidental. La
perestroika fue un fracaso, pero destap�, con la alegr�a de un circo,
la olla de las vicisitudes que se derivaron de la aplicaci�n de una
pol�tica que exclu�a el respeto a la diversidad como elemento esencial
de la cultura. Ni m�s ni menos, lo mismo que le ocurrir� (le ocurre
ya) a la globalizaci�n neoliberal en su intento por estandarizar la
espiritualidad humana. Su descalabro ser�/es tan estrepitoso como
vastas han sido y son las dimensiones de su proyecto usurpador.
En aquellos pa�ses y territorios jam�s afloraba
p�blicamente una disonancia por insignificante que fuera, y uno sab�a
que las masas estaban insatisfechas y que los dirigentes y analistas
pol�ticos no siempre tomaban en cuenta su opini�n. Sab�amos m�s,
sab�amos que aquellas inquietudes tambi�n eran manipuladas y alentadas
desde el exterior. Pero la distancia entre los principales
responsables y las bases de la sociedad era a�n m�s abismal, lo que se
agravaba en los pa�ses donde el Socialismo no fue el resultado de un
proceso hist�rico y revolucionario. A tono con esto, recuerdo que me
correspondi� realizar una visita a Polonia en v�speras de las
elecciones en las que Solidaridad se hizo por primera vez con el
gobierno. En una funci�n de ballet, deb� sentarme junto a un alto
dirigente del Partido Obrero Unificado Polaco y un ministro del
gobierno. Como sab�a que las cosas no andaban nada bien para ellos,
les pregunt� por separado, entre acto y acto de El lago de los
cisnes,
c�mo imaginaban el futuro de su pa�s. El funcionario del Partido me
respondi� lac�nicamente, como si yo lo importunara con aquella
ocurrencia: �Debemos ganar ampliamente las pr�ximas elecciones�, y el
ministro, que era un intelectual de relieve, si mal no recuerdo un
romanista, sonri� y me dijo: �Me he postulado para senador. La pr�xima
vez que visite Polonia, lo recibir� en la C�mara y tendr� m�s tiempo
para dedicarme a escribir y hablar de literatura�. Ninguno de los dos
acert� en absoluto. Viv�an tan enajenados de la realidad que
terminaron crey�ndose sus propias fantas�as y las de sus ac�litos.
Ambos presum�an de ser intelectuales, y con toda seguridad lo eran,
pero carec�an del m�s elemental sentido pr�ctico. Para ellos, y para
muchos otros que tambi�n sucumbieron y ahora son pr�speros empresarios
o pol�ticos de carrera, las masas eran una abstracci�n inanimada, un
reba�o silencioso y nunca una fuerza capaz de poner en peligro su
posici�n. Y, por si fuera poco, exist�an la URSS y el Pacto de
Varsovia como garantes de su seguridad. No quiero decir que as� fuera
la generalidad de los antiguos funcionarios pol�ticos y
administrativos de Europa del Este, pero era un mal bastante
extendido, al menos entre los que yo conoc�. Aquello no pod�a
continuar como estaba, ten�a que derrumbarse por efecto de su propio
desgaste. Hubiera hecho falta una REVOLUCI�N, pero la perestroika ni
siquiera fue una aspirina. A�n m�s, hay quienes afirman que fue una
expresi�n de su agon�a, y que Reagan y la Tatcher, con quienes
Gorbachov compart�a secretos y bacanales, tiraron de la cuerda. Bien
le va, por cierto, a �ste �ltimo: hace historias de su propia leyenda
y opina de todo, y ya es millonario.
Pero aquel pasado es historia; de ah� que
podamos analizarlo en detalle. Me pregunto cu�l hubiera sido su
desenlace de haber evolucionado de otra manera. No hay por qu� pensar
que los fracasos excluyen irremediablemente la victoria, ni viceversa.
En todo caso, prefiero concluir esta idea apropi�ndome de una frase
del controvertido Ernst Bloch, idea que George Labica califica de
provocaci�n: �El peor de los comunismos vale m�s que el mejor de los
capitalismos�. Otra cosa no vemos.
En cuanto a los intelectuales org�nicos, muchos
dejaron de serlo y su relaci�n con los partidos, incluso estos, se
tornaron rutinarias, formales, sin margen para la participaci�n ni el
debate. A tal punto llegaron las inconsecuencias que, a pesar de la
magnitud de la debacle que se produjo a partir de finales de los
ochenta, no se suscit� una sola acci�n de resistencia que haya
merecido el reconocimiento de la historia, a no ser aquella rid�cula
escaramuza que catapult� a Yeltsin hasta el Kremlin y que careci� de
m�rito alguno, pues fue m�s fruto de las veleidades acumuladas por
Gorbachov que de la consistencia ideol�gica de su sucesor. La
consternaci�n que provocaron aquellos acontecimientos fue tan
anonadante que George Bush padre, por entonces ducho en menesteres de
la otra inteligencia, confesar�a en sus memorias, varios a�os despu�s,
que nunca lleg� a imaginar que los cambios previstos (y fomentados por
el imperialismo) transcurrieran con tal pasividad y armon�a.
Aquel camino no es precisamente el que deben
proponerse quienes de verdad aspiran a transformar la realidad
imperante en la actualidad. Aunque hay que se�alar que tampoco fue el
camino elegido por los honrados de toda una vida, no s�lo aqu�, en el
�as�ptico� Occidente, y sigo en l�nea con la sentencia de Bloch, sino
all�, en la propia Europa Oriental; de ah� que sea injusto hacer
t�bula rasa y culpar de todos los errores posibles a los viejos
intelectuales comunistas cuando de este lado del mundo todos los d�as
se cuecen habas y se cultiva la injuria y el bochorno que nos depara
la traici�n. Si de rescatar lecciones se tratara, opino que la
respuesta estar�a mucho m�s en asumir la actitud de Mayakovsky,
Alberti, Nicol�s Guill�n y Pablo Neruda que la de Evgueni Evtuchenko,
porque, al fin y al cabo, es mejor morir con la conciencia limpia y el
humilde m�rito del deber cumplido, que ser eternamente un buf�n ni
siquiera capaz de encontrar su corte.
Tu comentario a prop�sito de la deriva de un
intelectual anta�o alabado y hoy bufonesco como Evgueni Evtuchenko me
lleva a preguntarte por tu visi�n de los intelectuales en la
actualidad.
En resumen, y sin otra pretensi�n que facilitar
este an�lisis, estar�amos hablando de cuatro tipos de intelectuales
(tres de ellos tomados de la caracterizaci�n que hace Ignacio Ramonet
en sus di�logos con Jorge Halper�n) y de su relaci�n con la realidad
social: los
org�nicos,
que algunos descalifican por una parte de la experiencia hist�rica;
los medi�ticos, que, a pesar de su encumbramiento, no cuentan a los
efectos del cambio, pues son hijos predilectos del sistema hegem�nico;
los indiferentes,
que tampoco cuentan y cada vez son menos, y los que pudi�ramos
denominar
hacedores de un pensamiento cr�tico,
que se distinguen por su heterogeneidad y su oposici�n abierta y
militante a la globalizaci�n neoliberal. Pero ser�a necesario
escanciar el vino. No veo por qu� no ha de ser posible ser un
intelectual
org�nico,
digamos en un caso como el de Cuba, y estar al mismo tiempo contra el
capitalismo salvaje y participar permanentemente de una reflexi�n
cr�tica desde la esencia misma de la Revoluci�n, que entre nosotros
significa tambi�n el Partido. De cualquier forma, lo que menos debe
importarnos en esta hora son los distingos etimol�gicos de genealog�a,
pues soy de la opini�n de que todo lo que nos divida y distraiga de lo
esencial (la impostergable unidad) favorecer� al imperio (que se
comporta todopoderoso), sin que esto nos conduzca a obviar
internamente el debate y las diferencias �tiles.
�Y en qu� consistir�an ese debate y esas
diferencias �tiles en lo que concierne a la Cuba actual?
En Cuba se debate de todo y a toda hora, incluso
acerca del propio debate. Nosotros no s�lo somos anal�ticos, sino
particularmente extrovertidos, y no por la influencia del tr�pico, que
es lo que alegan los extra�os cuando no nos comprenden, sino porque
encarnamos una mezcla de culturas heterodoxas, como las que dieron
lugar a la Espa�a premoderna y al �frica fundadora de pueblos y
civilizaciones, y porque poseemos conciencia hist�rica y formamos
parte de una sociedad que no podr�a existir si no propiciara ese
reflujo permanente de inteligencia y alegr�a. Los cubanos somos un
parlamento en expansi�n; de ah� que en esta isla resulte muy dif�cil
encontrar un ciudadano leal a su patria que no haya tenido la
oportunidad de participar, de una u otra forma, en el proceso
hist�rico de la Revoluci�n. De no haber sido as�, no me explicar�a el
hero�smo colectivo frente a las agresiones, que contra nosotros son
permanentes y de todo tipo, ni la abnegaci�n con que asumimos el
desarrollo de un proyecto social que hizo del mejoramiento humano su
raz�n de ser.
Ac�, los intelectuales no observan los
acontecimientos desde la barrera, son copart�cipes de la obra social,
y en su actuar cotidiano se comprometen y ejercen su derecho a opinar
y a decidir, algo que, sobre todo en lo que ata�e a esto �ltimo, les
resulta imposible en otras latitudes, donde, dicho sea de paso, pensar
es cada vez m�s privativo de quienes detentan el poder o lo amplifican
como portavoces. Desde los albores de la Revoluci�n, se instituy�
entre nosotros una pr�ctica que no ha cesado nunca, y que comporta el
di�logo y la discusi�n en todos los niveles y con todas las instancias
de la sociedad. Recordemos aqu� lo que signific� el encuentro de Fidel
con los intelectuales en junio de 1961, en la sala-teatro de la
Biblioteca Nacional. Aquella experiencia no qued� ah�, sino que devino
program�tica, y desde entonces han sido innumerables los congresos y
reuniones que la han prolongado en el tiempo. Y es que el propio Fidel
es la ant�tesis de esos jefes de Estado, tan comunes en las an�micas
democracias liberales, que se contentan con leer cuatro met�foras
provistas por alg�n amanuense, cortar una cinta, y sonre�r y sonre�r y
sonre�r, mientras piensan en c�mo escapar a tiempo para que nadie les
espete la verdad en la cara. Fidel es en s� mismo el pensamiento y la
acci�n, y jam�s lo he visto eludir un tema en sus reuniones con los
intelectuales o con los representantes de cualquier otro sector de
nuestra sociedad.
Desde
hace la friolera de m�s de treinta a�os vengo asistiendo a encuentros
en los que se debate acerca de asuntos de la mayor trascendencia para
el presente y el porvenir de mi pa�s e, incluso, del mundo, porque los
cubanos tambi�n tenemos conciencia de nuestro tiempo y de nuestro
lugar en la historia, Y en ese ver y hacer ininterrumpidos, he
conocido a escritores y artistas preocupados (y ocupados, que es lo
m�s importante) por el destino de las nuevas generaciones; la
identidad nacional; la repercusi�n de los fen�menos que acompa�an a la
globalizaci�n y la necesidad de afrontarlos desde la sociedad en su
conjunto; los peligros de la corruptela; la frivolidad contagiosa de
los medios de comunicaci�n, incluido el cine; la salud; el azote
mundial del SIDA; el mejor uso de nuestros recursos intelectuales; la
universalizaci�n del saber (en un pa�s como �ste, que es un aula
total); las diferencias y desigualdades econ�micas; la ineficiencia de
esta o aquella instituci�n y, tambi�n, c�mo no si hablamos de cultura,
los he visto abundar en la especificidad del arte; en el valor
patrimonial de un inmueble; en el cuestionamiento de un proyecto
arquitect�nico que niega o empobrece nuestra identidad y en cuya
decisi�n de erigirlo intervino cualquier cosa menos el conocimiento...
Y esas opiniones, generalmente alentadas por una receptividad que las
propicia, siempre han sido expresadas con absoluta libertad, pues su
af�n no es el descr�dito, sino la perfecci�n de una obra que amamos
porque sabemos nuestra. �Qu� es esto, sino un signo inequ�voco de
madurez y democracia, y una expresi�n concreta de la relaci�n que debe
existir entre el arte, sus hacedores y la vida social?
Por �ltimo, perm�teme referirme a la
contradicci�n irreconciliable y verdaderamente estrat�gica que nos
impone el imperialismo con sus pol�ticas incivilizadas de acoso y
terrorismo de Estado. Me refiero, por supuesto, al �ser o no ser� de
los cubanos, no s�lo en las actuales circunstancias, sino como parte
de un dilema que tiene ra�ces hist�ricas: en Cuba, estar a favor del
imperialismo, equivale a estar contra la Revoluci�n. Es algo que no
admite concesiones, ni siquiera en �un tantito as�, como se�alara el
Che con su proverbial elocuencia. No hay otro modo de ver un asunto
como �ste, en el que la permanencia de la Revoluci�n implica la
existencia y continuidad de la naci�n cubana. Si se parte de esta
premisa y se coincide en lo esencial y determinante, yo dir�a que todo
lo dem�s es secundario, por muy trascendente que sea o nos parezca.
�Y cu�l ser�a la misi�n de los intelectuales en
esta hora? �Y la del arte?
La gran misi�n de los intelectuales y el arte de
nuestro tiempo, en su relaci�n con la vida social, es la de
constituirse en parte indisoluble de las alternativas al modelo
socio-econ�mico prevaleciente. Y tales alternativas deber�an confluir
cada vez m�s en una opci�n coherente y firme frente a la embestida
imperialista. No es conform�ndonos con remiendos ocasionales como
vamos a detener el auge neofascista, la ignorancia, la insalubridad,
la pobreza, la falta de libertades, la guerra y el saqueo
generalizado. Esta lucha se ha de asumir como de vida o muerte, pues
de eso se trata. Y aunque tambi�n es verdad que los intelectuales por
s� solos no van a transformar el mundo, s� pueden hacer mucho por
dotar a las masas de la claridad y la capacidad necesarias para
alcanzar ese imperativo ineludible que es la victoria. No envilecerse,
ped�a Jos� Mart�, sino trascender hasta los que crean y fundan. Y
habr�a que estar dispuesto a sacrificarlo todo en una batalla que es
primordialmente ideol�gica, pero que no excluye ni el plomo ni el
fuego, seg�n la latitud en que se libre y los fundamentos que la
sustenten. �Hay que dotar de conceptos a la ira�, nos ha dicho Noam
Chomsky, y la misi�n del intelectual contempor�neo deber�a pasar
siempre por este desaf�o a su inteligencia y a su perseverancia.
Vivimos en un mundo viejo que se nos manifiesta
como nuevo. Somos parte de la gran paradoja. Y para explicar este
mundo, es prerrequisito vivirlo con intensidad, como alguna vez nos
advirtiera el gran novelista y pensador cubano Alejo Carpentier, cuyo
ejemplo de fidelidad a la cultura de los pueblos de Am�rica a�n est� a
la espera de mejores estudios. Si sabemos que el arte no es
propaganda, eso significa que tal especificidad no puede ser soslayada
ni instrumentalizada desde el poder o la pol�tica. La mejor
contribuci�n de un artista a su pueblo es, precisamente, el aporte
inestimable de su obra.
�Rechazas, pues, la noci�n del arte por el arte?
La idea peregrina de vivir incontaminado en una
torre de marfil que, por otra parte, siempre ha sido un punto de vista
decadente y reaccionario, ha sido superada por la pr�ctica y por la
historia universal de la cultura. Los puristas tienen poco que hacer
cuando se sabe que el mismo d�a en que tuvo lugar el despreciable
ataque al World Trade Center en Nueva York, donde murieron m�s de tres
mil ciudadanos indefensos, en el Sur del mundo fallec�an diez veces
m�s ni�os por inanici�n y enfermedades prevenibles. De estos �ltimos,
ahora que acaba de transcurrir septiembre, casi nadie habla, mientras
que de aquellos, inocentes tambi�n, sabemos poco menos que todo.
Definitivamente, Manuel, vivimos en una �poca tan ideologizada, pero
tan ideologizada, que hasta el olvido es culpable. Y a quienes hemos
convertido el trabajo intelectual en un oficio, entre otros deberes,
nos tocar�a no perder la memoria.