Manifiesto para un boicot
econ�mico global contra el imperio
James Petras y Manuel Talens
Por
fin, con la predestinaci�n inevitable de una tragedia griega, los
guerreros homicidas de Washington han sembrado de muerte la tierra
milenaria de Irak. Nada parece detenerlos en su sed de venganza, ni el
en�rgico antagonismo de algunos gobiernos europeos ni la oposici�n del
Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas ni, menos a�n, el
espectacular despliegue de manifestaciones pacifistas en todo el
planeta.
Se
ha hablado mucho durante las �ltimas semanas del car�cter ilegal de esta
guerra obscena, que contraviene expl�citamente el derecho internacional,
pero tal argumento, por muy innegable que sea, s�lo sirve para dejar al
descubierto de manera expresa el principio hist�rico inamovible de que
la gesti�n de los asuntos del mundo no se ha guiado nunca por la ley,
sino por el poder del m�s fuerte. Lo dem�s, las sociedades de naciones,
los tribunales internacionales, las declaraciones de derechos humanos,
en suma, las bellas palabras, son s�lo la ret�rica que envuelve la
realidad con una cortina de humo, pues cada vez que se invocan tales
principios para frenar acciones contrarias al bien com�n la respuesta es
invariable: la violencia.
Es
un hecho conocido que los imperios nacen, florecen y terminan por
declinar. Le sucedi� a Roma, a Espa�a y a Inglaterra. Hoy, los Estados
Unidos de Am�rica ocupan el lugar que �stos dejaron vac�o. Su manera de
gobernar no ha cambiado. S�, en cambio, la ret�rica. Ahora ya no se
trata de civilizar naciones salvajes ni de convertirlas a la fe de Dios,
sino de imponerles a sangre y fuego su peculiar sentido de la democracia
o liberarlas del dictador de turno, argucias que dejan como bot�n el
control de recursos naturales ajenos que Washington necesita para
sobrevivir. Con tales fines, el imperio actual se ha dotado del arsenal
armamentista m�s descomunal de todos los tiempos y no duda en emplearlo
cada vez que le conviene. La agresi�n contra Irak es el �ltimo ejemplo.
Las
armas, sin embargo, son s�lo la vanguardia que desbroza el camino para
que las tropas civiles avancen sin dificultad y ocupen posiciones
estrat�gicas, ya que el objetivo final de este imperio no es la
violencia en s� misma, sino el dominio absoluto de la econom�a global.
Dichas tropas civiles son las compa��as multinacionales estadounidenses
�la industria ideol�gica de lo audiovisual, con Hollywood a la cabeza,
ocupa un lugar especial�, m�s mort�feras a la larga que las bombas, pues
producen poco a poco un insidioso cambio cultural en los pa�ses
colonizados y los convierten en lacayos inconscientes y serviles del
poder.
Rebeli�n ya ha lanzado al ciberespacio la idea de un boicot
econ�mico global contra los Estados Unidos (
www.rebelion.org/economia/030325boicot.htm ).
Estas l�neas nacen con la voluntad expl�cita de convertirse en el
manifiesto de dicha idea y apelan a las gentes de bien �que son la
mayor�a de la humanidad� a boicotear de forma selectiva y en la medida
de sus posibilidades los productos estadounidenses de car�cter
imperialista, desde los restaurantes de comida r�pida a las bebidas en
lata, desde las pel�culas que difunden la propaganda imperial a los
autom�viles que enriquecen la industria de Detroit, desde las tarjetas
de cr�dito a los electrodom�sticos, desde las poderosas y dictatoriales
discogr�ficas a las petroleras que venden gasolina manchada de sangre.
Los Estados Unidos obtienen un enorme porcentaje de beneficios en los
mercados situados fuera de su territorio. A largo plazo, la mejor manera
de hacer mella en su econom�a parasitaria y de contribuir a la paz
consiste en negarse a comprar productos del imperio. El cambio en los
h�bitos de consumo no ha de ser circunstancial, sino mantenido,
definitivo.
A
partir de ahora, les corresponde a los esforzados militantes
antiimperialistas de cualquier cultura la difusi�n de este manifiesto,
su traducci�n a las diversas lenguas, la elecci�n cuidadosa de los
productos estadounidenses considerados como objetivo de boicot y la
difusi�n de la consigna por los cuatro puntos cardinales. �A trabajar,
compa�eros!
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