ART�CULOS DE OPINI�N

Rebelión

El f�tbol contemplado con el ojo de la izquierda

Che Carranza

Manuel Talens


Manuel Talens

A Jos� Cu�llar, in memoriam

La historia que vas a leer, lector amigo, tiene mucho de fantas�a y quiz� poco de realidad, porque se basa en el recuerdo, que no es sino pura reconstrucci�n a la medida del deseo. Es una historia que mezcla de manera confusa im�genes de la ni�ez con lecturas de adolescente y praxis pol�tica actual. Se inicia poco antes de las nueve y media de la ma�ana en el patio de un colegio, donde un enjambre de ni�os que a�n no han cumplido los diez a�os aguardan el sonido del timbre para ponerse en fila y entrar ordenadamente en el aula. Uno de ellos, Ernesto Ortiz Arteaga ��qu� habr� sido de �l?� le cuenta a otro las noticias escuchadas por la radio la noche anterior. Tratan de un conflicto lejano en la isla de Cuba, donde alguien llamado Fidel Castro est� librando una guerra qui�n sabe por qu�. Otro nombre surge en los labios de Ortiz Arteaga y el amigo de �ste sonr�e al escucharlo:

�Che Guevara.

Hay palabras que despiertan sensaciones, olores o relieves de monta�as.

��Es valenciano?

�No, argentino.

El ni�o que acaba de hacer la pregunta est� habituado a la palabra che. Su padre viene de Valencia, donde esa extra�a interjecci�n se oye a diario, y suele repetirla como coletilla de lenguaje. En Granada nadie la usa. El plano mental se ensombrece entonces como en un fundido de pel�cula y pasa gradualmente a una nueva escena, en la que el ni�o abre la puerta de su casa, situada en el n�mero 22 de la calle �lvaro Aparicio del barrio de Cartuja. Unos segundos antes ha sonado el timbre (los timbres son como el gatillo del rev�lver que dispara la memoria). El reci�n llegado es Pepe Cu�llar. Sonr�e, acaricia los cabellos del ni�o y entra.

Don Jos� Cu�llar �pero los vecinos de la calle se tutean entre s�, son todos j�venes, reci�n casados y con hijos peque�os� vive en el n�mero 26, dos casas a la derecha. Es alto, gallardo, se peina el pelo hacia atr�s con brillantina, a la moda de entonces, y sus ojos chispean tras los gruesos lentes de montura marr�n. Dibuja con soltura a l�piz y a plumilla y es un portentoso contador de chistes, aunque se gana el pan como secretario del Granada Club de F�tbol.

�Hola, Pepe �le dice el valenciano que dice che.

Pepe entra, saluda al matrimonio y se acomoda en una silla a charlar un rato mientras le llenan un vaso de vino. Se dirige al ni�o:

�Tengo una sorpresa para ti.

Le tiende una foto del equipo con las firmas de todos los jugadores y un boleto de palco para el partido del domingo.

�Quiero que vengas conmigo a ver una maravilla de argentino que se llama Carranza.

Nuevo fundido encadenado en la memoria. El siguiente plano se ilumina en el estadio de Los C�rmenes, donde el Granada juega con su tradicional camiseta a rayas blanquirrojas. Carranza, la maravilla de argentino, est� en el centro del terreno de juego. Detiene con el pecho un bal�n rebotado, que cae mansamente a sus pies. Luego, dribla a tres contrarios, uno tras otro, y se dirige como una flecha hacia la porter�a. Ya est� al borde del �rea. Hay en ella una tupida red de defensas, pero nadie puede frenarlo. Es su momento de gloria. Tira un ca�onazo que se cuela por la escuadra. El estadio explota. Cerca de donde se encuentran Pepe Cu�llar y el ni�o, un espectador que levita en pleno delirio exclama con todas sus fuerzas:

��Che Carranza, qu� grande eres!

Carranza s�lo ha necesitado treinta segundos para convertirse en un protagonista imborrable de las evocaciones infantiles de ese ni�o habituado a escuchar la palabra che.

Ha pasado el tiempo, es el verano de 1968. El colegio del bachillerato dio paso a la Universidad y el ni�o �que ya no lo es� est� ahora en Ginebra, trabajando durante las vacaciones estivales como gar�on de cuisine en un bar del aeropuerto de Cointrin. Un domingo de agosto, mientras pasea junto al lago Lem�n, compra un libro en una mesa de izquierdistas que reivindican ruidosamente los reci�n controlados disturbios de Par�s. El libro �prohibido en Espa�a, lo cual aumenta su valor� se titula Souvenirs de la guerre r�volutionnaire, es una traducci�n del espa�ol publicada por Maspero y lo firma un hombre que poco antes ha muerto tiroteado en la selva boliviana, Ernesto Che Guevara. El c�rculo de recuerdos que se inici� en el patio de un colegio diez a�os atr�s y continu� su andadura en una casa de Cartuja y en las gradas de un estadio acaba de cerrarse en la ciudad de Rousseau.
 

Carranza     Che

 
Ernesto Guevara de la Serna naci� el 14 de junio de 1928 en Rosario, provincia de Santa Fe (Rep�blica Argentina). Ram�n Sergio Carranza Semprini vio la luz tres a�os despu�s, el 28 de julio de 1931, en la misma ciudad. Qui�n sabe si llegaron a conocerse o jugaron juntos o fueron vecinos, al igual que en Granada lo ser�an despu�s Pepe Cu�llar y el valenciano que dice che. Hay dos fotograf�as que los hermanan a�n m�s, ambas borrosas y de mala calidad, como corresponde a todo recuerdo que se precie (la perfecci�n realista de las c�maras digitales rompe el hechizo de la memoria, que ya no ser� nunca igual en el futuro). En una de ellas se ve a Carranza suspendido en el aire, rematando de cabeza. En la otra, Guevara sostiene un bal�n entre sus manos. Ambos rosarinos amaron el f�tbol, como cualquier pibe del R�o de la Plata. Ambos utilizaban la palabra che como coletilla de lenguaje (igual que el padre valenciano de aquel ni�o). Ambos fueron grandes artistas en el camino que la vida eligi� para ellos. La revoluci�n, el f�tbol. Che Guevara, Che Carranza.
 
 
Texto relacionado : El ni�o que recog�a balones

Este relato de Manuel Talens pertenece al libro colectivo Pidiendo la hora, 75 a�os de pasi�n rojiblanca, publicado en mayo de 2006 por la Editorial Comares y el Ayuntamiento de Granada (Espa�a), en homenaje al Granada Club de F�tbol en el septuagesimoquinto aniversario de su fundaci�n. Selecci�n y presentaci�n de Mart�n Domingo. Pr�logo de Jos� G. Ladr�n de Guevara.
 



 

 


 

Rebelión

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22 de junio de 2006

 
 

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Manuel Talens 2006