La izquierda oficial ya no es lo que fue
El auge de los
sepultureros
Manuel Talens
Es posible que uno de
los aspectos m�s destacados del lenguaje en nuestra �poca posmoderna sea
el de la ambig�edad que cada d�a adquieren viejos t�rminos del
vocabulario corriente que anta�o pose�an un significado preciso. Ya en
1951, el cineasta y escritor franc�s Jean Epstein denunciaba este
fen�meno y a�ad�a que, a fuerza de alimentar generaciones de sentidos
dispersos de alguna palabra, hemos originado tal confusi�n que, al
utilizarla, en vez de iluminar una idea s�lo creamos incoherencia.
En el �mbito pol�tico
esto ha sucedido, por ejemplo, con las voces �comunista� y �fascista�,
que ahora tienen poco o nada que ver con lo que fueron en su origen y
est�n casi relegadas a la categor�a de ep�tetos ofensivos para
embadurnar al adversario de turno. Esto, con ser grave, no es peligroso,
ya que cualquier ciudadano m�s o menos bien informado sabe distinguir lo
que es un insulto y, tras su intercambio, todo queda en lo que es, un
recurso ret�rico, agua de borrajas. Sin embargo, la utilizaci�n de otros
t�rminos tambi�n sometidos a metamorfosis es mucho m�s peliaguda, sobre
todo si �sta ha tenido lugar en fechas tan recientes que algunos (o
muchos) todav�a no se han enterado y siguen asoci�ndolos con lo que
fueron hasta el d�a de ayer. Quiz� el paradigma de este grupo selecto de
vocablos alterados, que por obra y gracia de la polisemia oportunista
hoy ya no significan absolutamente nada, sea la palabra izquierda.
Dice el DRAE que procede del adjetivo izquierdo, por la posici�n
que ocupaban los componentes de las asambleas de la Revoluci�n francesa.
Tiene, pues, poco m�s de doscientos a�os de existencia sem�ntica, lo
cual no es mucho si lo comparamos con los m�s de dos milenios de algunas
de las palabras que el lector acaba de leer antes de llegar a este
punto. Con posterioridad al zafarrancho franc�s, a mediados del siglo
XIX, lleg� Marx, clarific� el panorama y puso las cosas en su sitio. Los
burgueses revolucionarios dejaron de ser los buenos del cuento de hadas,
se empez� a hablar de la divisi�n social en clases econ�micamente bien
precisas y rivales y surgieron los partidos pol�ticos como supuesta
vanguardia de cada una de ellas. Fue as� como la izquierda, con el
marxismo de bandera, inici� su andadura. Buscaba, en un principio,
cambiar el mundo mediante un giro copernicano del motor que hace avanzar
la historia: las relaciones de producci�n.
De todo aquello queda ya
muy poco. Hasta la d�cada de los setenta del siglo que acaba de concluir
el tiempo avanz� a un ritmo sosegado, mientras las cosas evolucionaban
con lentitud, de manera imperceptible. Pero entonces, como por ensalmo,
la izquierda parlamentaria occidental empez� a largar lastre con la
finalidad de llegar al poder. El Partido Comunista de Espa�a, que desde
su creaci�n hab�a sido marxista-leninista, abandon� el segundo apellido,
si bien con poco �xito, pues a estas alturas ya no es ni la sombra de lo
que fue. Pero, a pesar de ello, sus postulados siguen siendo de
izquierda. Donde todo se confunde es en la casa de su primo, el PSOE,
pues una vez que �ste, siguiendo la misma tendencia, se deshizo
oficialmente del marxismo, alter� por completo la situaci�n sem�ntica de
las fichas en el tablero de la pol�tica, ya que verbalmente ha seguido
defini�ndose de izquierda, pero al mismo tiempo abraz� el capitalismo de
mercado como sistema social y se propuso el objetivo de controlarlo y
darle un rostro humano. La cuesti�n a debatir ser�a si eso es posible.
Vale la pena recordar aqu� la boutade que, con sorna, lanz� hace
poco Juan Carlos Rodr�guez Ibarra, el presidente socialista de la Junta
de Extremadura, que dicho sea de paso sigue siendo uno de los miembros
m�s l�cidos de un partido hoy ya descafeinado sin remedio. �Si no somos
obreros�, dijo, �y tampoco socialistas, lo �nico que somos es espa�oles,
de manera que, en vez de PSOE, nuestras siglas deber�an ser PE�.
Lo que en la actualidad
se autodesigna izquierda en los sistemas parlamentarios, que son la voz
del discurso oficialista, no pasa de ser una social democracia que
ofrece nulas esperanzas a los ac�rrimos de un aut�ntico cambio social.
Desde Chile a Suecia, desde Espa�a a Francia o a Inglaterra, la
izquierda gubernamental mantiene dicha marca de comercio �nicamente con
fines electoralistas, pues buena parte de su clientela hist�rica no ha
puesto en hora todav�a el reloj de las ideas y sigue confiando en ella
por inercia o por eso que se llama voto �til.
La situaci�n se complica
con la intrusi�n en esa izquierda diluida de intelectuales y pol�ticos
que en otra �poca fueron progresistas, pero que ya no lo son. En un
reciente art�culo, el soci�logo marxista estadounidense James Petras los
fustiga por considerarlos sumamente da�inos, ya que, como explica, �sus
cartas credenciales son todav�a de izquierda y su historia personal es
cre�ble�, lo cual hace que embrollen a�n m�s el panorama con sus
continuas llamadas al �pragmatismo� y al �consenso�. El jefe de fila de
este grupo es el brit�nico Tony Blair, que desde el Labour Party
(Partido del Trabajo, otro nombre totalmente impreciso) gobierna seg�n
el c�digo neoliberal, ha demolido lo que quedaba del estado del
bienestar en su pa�s y es el c�mplice m�s fiel del imperialismo guerrero
estadounidense.
S�, �sta es una mala
�poca para los militantes que a�n sue�an con un mundo mejor, pues a la
espera de tiempos m�s propicios se ven obligados a mantener encendida la
llama en la calle o en los medios alternativos de comunicaci�n, en
paralelo y sin contactos con el p�ramo est�ril de la pol�tica oficial,
que los margina. La izquierda naci� ilusionada y llena de promesas,
alcanz� el poder, acapar� el sentido sem�ntico de su nombre y lo tir�
luego por la borda a fuerza de incompetencia o mala fe. Y hoy, ya vieja
y achacosa, vive infiltrada por sepultureros que buscan darle el golpe
definitivo y enterrarla para siempre.
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