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Omar Gonz�lez:
Los cubanos somos un parlamento en expansi�n
Entrevista al presidente del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematogr�ficos


Manuel Talens


Manuel Talens y Omar González (ICAIC, La Habana)

Omar Gonz�lez es de esos seres que llevan la procesi�n por dentro. Su trayectoria intelectual en el mundo de la cultura es larga: en 1978 gan� el prestigioso Premio Casa de las Am�ricas en la categor�a de literatura infantil y juvenil con su obra Nosotros los felices. Un guion suyo, sobre la vida del poeta alem�n George Weerth, fue llevado al cine y libros y textos literarios de su autor�a han sido publicados tambi�n en Cuba y en otros pa�ses. Adem�s, ha ejercido el periodismo y fue director asistente del Centro de Promoci�n Cultural Alejo Carpentier, director general del Canal 6 de la Televisi�n Cubana, viceministro y presidente del Instituto Cubano del Libro y del Consejo Nacional de las Artes Pl�sticas. Es un placer conversar con personas como este cubano, que se toma con suma modestia su actual funci�n en el ICAIC y que dedica sus horas libres a escribir poes�a y ensayos acerca del impacto de la globalizaci�n en el �mbito familiar de la cultura. He aqu� las preguntas que respondi� durante nuestra entrevista.

En una �poca como la actual, de ausencia generalizada de ideolog�a, �cu�l puede o debe ser la relaci�n entre el arte y la vida social, es decir, la res p�blica?
Definitivamente, no creo que �sta sea una �poca de ausencia generalizada de ideolog�a, sino todo lo contrario. Debemos esa extendida visi�n apocal�ptica a cierto tipo de pensamiento posmoderno, a su liturgia medi�tica y academicista en momentos de gran desconcierto; al colapso del llamado �socialismo real�, cuyas pol�ticas en torno a las ciencias sociales, salvo excepciones, fueron desalentadoras y, sobre todo, al auge del neoliberalismo, que es mucho m�s que una corriente econ�mica o financiera centrada en la apoteosis del mercado; es la expresi�n ideol�gica del imperialismo en camino de su fase superior y muy probablemente �ltima, el fascismo, pero no un fascismo a lo Hitler y Mussolini, todav�a primitivo y tr�gicamente experimental, aunque mod�lico a los fines del ya inminente si no reaccionamos con m�s fuerza y convergemos en una barricada del tama�o del mundo; se tratar�a de un fascismo mucho m�s elaborado, que conserva elementos de aqu�l y lo supera en ambici�n, destrucci�n de la naturaleza y opresi�n de los pueblos, dado su ilimitado car�cter global y su correspondencia con el desarrollo tecnol�gico de la �poca en que vivimos. �ste es o pudiera ser un fascismo corporativo y enf�ticamente ideol�gico, que se gesta en una sociedad dizque democr�tica, pero que se comporta aun peor que la peor de las totalitarias conocidas; en un pa�s que proclama la libertad como medida de todas las cosas y vive secuestrado por una c�pula insaciable de dinero y poder; una naci�n multi�tnica aunque con demasiado espacio para el racismo y la xenofobia; un territorio tan industrializado como desigual, que se dice abierto al mundo y anula o margina las oportunidades de sus ciudadanos para interactuar con otras culturas; una sociedad con el mayor acceso a los medios de comunicaci�n que se conozca, pero desinformada, donde a pesar de disponer de una moderna infraestructura educacional y sanitaria, vastos sectores viven en la ignorancia y la insalubridad m�s pasmosas; un pa�s del G-7 que alberga un Tercer Mundo en sus calles y un Cuarto Mundo en Pine Ridge Reservation; una naci�n que es muchas otras y cuyos sucesivos gobiernos han sido y son arrogantes y, al mismo tiempo, tan d�biles que s�lo logran exaltar el �patriotismo� vali�ndose del p�nico y la paranoia; un pa�s rico y econ�micamente par�sito; un pueblo trabajador y noble y alegre, pero enga�ado en su intimidad m�s solitaria, tan cristianizado como desconcertante e indiferente, con una identidad esquilmada durante siglos y finalmente difusa y extraviada, con una intelectualidad de vanguardia y una sociedad trivializada por obra y gracia de los medios masivos, que privilegian la estulticia; en fin, un imperio donde la seguridad estriba en su propia inseguridad; un pa�s-paradoja, donde ahora mismo un gobierno ileg�timo y construido piedra a piedra por la ultraderecha libra una cruzada en nombre del Bien y contra el Mal, en cuyo caso nadie, absolutamente nadie, estar�a en condiciones de garantizar que lo primero no signifique lo peor.
El terrorismo, como ayer lo fue el comunismo y mucho antes el islam para la Europa cristiana, ha sido s�lo el pretexto para escenificar el mayor proyecto de dominaci�n pol�tica, econ�mica, militar y cultural que ha conocido la historia: Estados Unidos contra el resto del mundo. Nunca sabremos �pues de seguir como vamos, el peligro de que desaparezca la especie humana es real� cu�nto favor a esta causa hicieron los fan�ticos que estrellaron aquellos cuatro aviones el 11 de septiembre de 2001 contra las Torres Gemelas, el Pent�gono y el manso suelo de Pennsylvania. Tanto ha sido su tributo a este imperio en ascenso y retroceso, que no ser�a descabellado dar fe, aunque s�lo fuera a escala especulativa, a quienes sustentan las sobrecogedoras hip�tesis de una conspiraci�n desde el poder para ejecutar o �dejar hacer� cr�menes que, en cualquiera de los casos, resultar�an abominables.

Has delimitado muy bien el ambiente social del mundo en que nos ha tocado vivir, pero todav�a no me dices nada sobre el papel del arte o de sus practicantes en dicho ambiente social.
Si vamos a hablar de un tema tan serio, que dar�a para un libro, prefiero verlo en su contexto. Ahora me acercar� un poco m�s: en cuanto a la relaci�n del arte (y de los artistas e intelectuales en general) con la vida social, mucho se ha escrito y opinado como para empe�arse en a�adir nada nuevo. Hoy el momento es otro. Desde la izquierda �a falta de una mejor definici�n y no obstante su descr�dito, apelo a la dicotom�a que la antepone a la derecha�, recuerdo, por s�lo citar algunas, la f�rmula del �eterno compromiso�, tan recurrente en los a�os sesenta y de la que Sartre y otros (con aquello de no estar comprometido es una forma de estarlo) fueron sus abanderados de culto, y tambi�n los postulados de Gramcsi a prop�sito del �intelectual org�nico�, asumidos como una alternativa coherente y racional ante la condici�n acr�tica y obviamente dogm�tica de los presupuestos del realismo socialista. Sin embargo, desde entonces ac� ha llovido bastante y los derrumbes han sido estructurales, devastadores e, incluso, silenciosos, que suelen ser los que dejan una huella m�s honda en el �mbito de las ideas.
 La cosecha actual de intelectuales ilustra la confusi�n resultante. La derecha, que desde hace m�s de ciento cincuenta a�os no se repone te�ricamente de la aparici�n del Manifiesto comunista, ha sacado provecho de la ola de decepci�n e incertidumbre (tambi�n de reagrupamiento) en que ha vivido su ant�poda durante los �ltimos quince a�os y lo ha hecho de tal modo que, al radicalizarse en sus posiciones, ha conseguido travestir a no pocos simuladores e incautos. Como domina los medios y se vale del miedo, compra y pervierte las conciencias y, ante ese espejo roto, terminamos por no saber qui�n es qui�n y aparece otra �izquierda�, la que fue o pudo ser, la sol�cita, la light, la instalada y con diezmo, esa que cambia de casaca y se nos desmedula hasta la apostas�a. Nuevos dogmas nos llegan y, como era de suponerse, lo hacen en nombre de la democracia, la libertad y los derechos humanos.
Sobreestimar el papel de los intelectuales y del arte en su relaci�n con la vida social �que, por otra parte, no es un corpus ajeno a su desenvolvimiento, sino el lugar de sus pertenencias e identificaciones�, pudiera conducirnos a nuevos y viejos errores. Yo no soy partidario de la veneraci�n fan�tica e incondicional a determinadas celebridades, por muy imprescindibles que nos resulten a la hora de bosquejar una cartograf�a del pensamiento contempor�neo, en particular en esta �poca, cuando todo vale a efectos del mercado, incluso los intelectuales iconoclastas. Un intelectual no es un profeta infalible. Los de mayor hondura han renegado siempre de esa condici�n. Estos saben que quienes van a determinar el curso de la historia son los pueblos, a cuya orientaci�n pueden contribuir mucho los pensadores, los fil�sofos que est�n dispuestos a correr no la suerte de sus tratados y reflexiones, sino la de las masas en sufrimiento. En este punto, para acercarme a�n m�s a la definici�n que pides, echo mano de Tolstoi: �Cada uno llega a la verdad por su propio camino; pero una cosa debo decir: lo que escribo no son s�lo palabras, sino que vivo de acuerdo con ello, en ello est� mi felicidad y con ello morir�.
Por supuesto, debemos respetar tambi�n el ejemplo y la distinci�n de los cl�sicos, pero sin que esto implique que nos declaremos escol�sticos. Creer en la utilidad pr�ctica del sentido com�n comporta sus ventajas, como cuando, a contrapelo del r�gido rigor de los nost�lgicos, nos sugiere que es preciso beber de todas las fuentes para hacernos de un pensamiento y una visi�n propios. Tan pernicioso es el fanatismo pol�tico como el filos�fico o el ideol�gico. Hay que recuperar el principio de la duda y el derecho a la selecci�n consciente, entre otras razones porque nunca nada es igual (Her�clito vivo) a lo que fue. Para pensar y discernir, es preciso saber y, para saber, la educaci�n es, entre todas, la primera y mejor de las puertas.

�Cu�l deber�a ser, pues, el di�logo entre quienes hacen del arte un oficio y la realidad que los rodea?
Entre el arte y la realidad debe existir permanentemente un di�logo cr�tico, pues de no ser as� se paralizan el pensamiento y la cultura, o se divorcian, que tambi�n es nocivo para la aplicaci�n de las ideas. Si la cultura es vida, no veo por qu� desconfiar del debate, que la dinamiza. La fortaleza de una ideolog�a, sea cual sea, se verifica en la confrontaci�n sistem�tica con las dem�s. Por eso debe sospecharse tanto de quienes adulan a los intelectuales con fines pueriles como de aquellos que los excluyen debido a un pensamiento anticultural. En esto el capitalismo tiene una larga historia, al igual que la tuvo el llamado socialismo burocr�tico. Pero aqu�l aventaja a �ste en recursos y m�todos sucios. Su orfandad espiritual ha sido hist�ricamente incuestionable y su persistencia en el valor del dinero para alcanzar sus prop�sitos le es consustancial y siempre lo envilece. Son pocos, muy pocos, los creadores de val�a que han asumido ese sistema como centro de su pensamiento y su hacer. Provocar�a desprecio y, en el mejor de los casos, estupefacci�n el encontrarse con un poema o una canci�n que elogiaran el neoliberalismo, el bloqueo yanqui a Cuba, el terrorismo de Estado, los otros terrorismos o los bombardeos contra los pueblos de Iraq y Afganist�n. A lo sumo, el capitalismo salvaje (sigo pensando que no hay otro) s�lo dispone de alg�n art�culo de opini�n escrito por intelectuales �medi�ticos� (y mediatizados) que justifican y aplauden lo que conviene a Estados Unidos y a sus aliados reales, principalmente en la llamada gran prensa norteamericana, una prensa, por cierto, que encumbra y destruye, seg�n el curso de los vientos �s�lo tenemos que recordar el Watergate�; una prensa que es sost�n y esclava de los intereses hegem�nicos. El nazismo, valga el ejemplo, hizo lo indecible por granjearse la simpat�a y los servicios de artistas y pensadores y, aunque consigui� algunos resultados, no es menos cierto que nadie recuerda aquellos nombres, como no sea para denostar de ellos y repudiarlos siempre. La innovadora cineasta Leni Riefenstahl, conocida como �el ojo de Hitler�, jam�s consigui� librarse del estigma de su pasado pronazi. Hasta su muerte, ocurrida el 9 de septiembre de 2003, trat� de minimizar sus actos aduciendo que no fue ella la que llam� al F�hrer para ofrecerle sus servicios, sino a la inversa. Poco importa, la gran historia no repara en esta clase de matices. Por eso, es fundamental que el artista se plantee su misi�n desde la �tica y con absoluta responsabilidad social. La derecha, en su af�n por negar todo posible m�rito al socialismo, se ha propuesto equiparar la conducta de algunos intelectuales comunistas con tales actitudes, pero ha fracasado. Desde la leg�tima izquierda, la insobornable, se comenten errores, pero jam�s se perdonan los cr�menes ni se comulga con la mentira.

De tus palabras parece deducirse que la derecha no ha logrado �xitos en el terreno de las ideas. �No ser� que confundes tus deseos con la realidad?
No, que los hay, los hay, pero una postura abierta y p�blicamente ultraderechista merma las ventas. En lo que el imperialismo s� ha logrado determinados r�ditos es en el tr�fico de conciencias, con el consiguiente silencio y la complicidad de algunas voces. Dinero a raudales, becas, cargos simb�licos y vitalicios (en Cuba los llamamos �botellas�), viajes, espacios p�blicos para el reconocimiento y, por qu� no, para la disensi�n aparente, constituyen algunas de sus f�rmulas m�s socorridas. Es la seductora coacci�n del mercado, su dictadura, que pareciera que lo regula todo, si no supi�ramos que tambi�n lo mutila y corrompe. Los casos de M�xico �ahora y en tiempos del PRI� y de Venezuela �cuando adecos y copeyanos se repart�an el poder�, pudieran ser ilustrativos de los m�todos empleados en Latinoam�rica por la clase gobernante para acallar la rebeld�a de cierto tipo de intelectual dependiente e indeciso y convertirlo en una especie rara, en algo as� como una ameba en su limbo. De Europa no digo; bastar�a profundizar en la ruta y la n�mina de algunos pronunciamientos y manifiestos de �ltima hora para llegar a la conclusi�n de que s�lo bajo una presi�n insoportable, la del dinero y la fama (ostracismo a la vista), ser�a comprensible la actitud de unos pocos intelectuales que, hasta hace unas horas, se llamaban de izquierda. Da pena verlos haciendo equipo con hist�ricos y renegados, con esos pobres de alma que ganan premios, pero no saben utilizar correctamente un gerundio. �Y qu� decir de los que viven con los fantasmas de un pasado culpable, de los desgarramientos de cualquier vestidura?
Pero mucho m�s tr�gico que el trasiego de conciencias, que por lo general es pat�tico, ha sido y es la represi�n m�s despiadada contra los genuinos intelectuales de izquierda. Am�rica Latina tambi�n pudiera mostrar un largo rosario de cr�menes en este sentido. A qui�n culpar de tant�simas muertes, de todas las torturas, sino al imperialismo y al sistema capitalista mundial, incluyendo a gobiernos que en Europa, Asia y Norteam�rica las consintieron y las prolongaron con sus actuaciones. �Qui�n va a pagar por el asesinato de V�ctor Jara, si Kissinger ya es Premio Nobel y Pinochet sigue durmiendo imperturbable su siesta y, adem�s, pretenden que nos creamos ese cuento infantil de que �el viejo est� loco�? Y como V�ctor, miles. Y no s�lo de Am�rica. �Qui�n mat� a David Kelly?
En los llamados pa�ses del �socialismo real�, desde luego que tambi�n se recurri� a f�rmulas deleznables para conseguir el favor o el aislamiento de ciertos intelectuales. En tiempos del estalinismo, los recursos empleados fueron paralizantes e imperdonables en un sistema pol�tico que, aunque sometido al peor de los hostigamientos, nunca fue pensado para agredir al pueblo y esculcar la cultura, sino justamente para fomentarla. La ruptura que se produjo entre la vanguardia art�stica y la vanguardia pol�tica, cuya confluencia dio tanto esplendor a la revoluci�n de 1917, devino un cisma del que jam�s se recuper� el Estado sovi�tico. Aquellas heridas, por mucho que se omitiesen de la historia oficial, jam�s cicatrizaron. Eran verg�enzas en el recuerdo de muchos comunistas, y no s�lo sovi�ticos, sino del mundo entero. La hipocres�a fue matando en vida a aquella sociedad, heroica como ninguna en su esfuerzo tit�nico de construir el socialismo y derrotar la agresi�n fascista y, mientras, el imperialismo esperaba agazapado detr�s de la puerta, horadando el dintel, empujando hacia adentro y empujando hacia afuera. Debi� ser muy dif�cil convivir con aquello y pensar en el futuro.

�Conociste en persona, de primera mano, los pa�ses del Este europeo y su supuesto socialismo real?

Me gustar�a saber qu� opinas del tratamiento que aplic� la antigua Uni�n Sovi�tica a las diferentes culturas que la constitu�an.
Por diversas razones viaj� en m�s de una ocasi�n a los pa�ses del Este europeo �tanto como a Espa�a, Italia y M�xico� y tuve la suerte, incluso, de visitar varias rep�blicas de Asia Central y de charlar con sus intelectuales, en especial con uno de los m�s importantes, el escritor kirguizio Chinguiz Aimatov, con quien compart� una noche en la estepa kazaja, mientras �l hablaba de su fobia incurable a los aviones, de la poes�a y el cinemat�grafo en Asia Central y del recuerdo brumoso o imaginario que ten�a de La Habana. Las circunstancias en que viv�an aquellos territorios eran completamente distintas a las de Mosc�, Leningrado, Kiev, Vilnius, Riga o Tbilisi, aun cuando las noticias que nos llegan hoy nos hagan ver tales momentos como d�as de gloria. Su grado de desarrollo y la densidad del tiempo hist�rico eran otros; las diferencias y las desigualdades cobraban cuerpo y se acentuaban en la misma medida en que uno se adentraba en los confines de su naturaleza y en los misterios de su sabidur�a. Esto se daba, sobre todo, en las formas ancestrales de su cultura n�mada, donde el realismo socialista ten�a muy poco que hacer. El viejo problema de las nacionalidades nunca fue resuelto en la URSS, a pesar de que Stalin decret� su soluci�n en escritos y discursos tan tempranamente como en las postrimer�as de los a�os veinte, y Jrushov, Brezhnev y todos los l�deres fugaces que les sucedieron lo dieran por superado. La prueba al canto estar�a en la rapidez con que se desintegr� la Uni�n Sovi�tica a partir de que apareci� la perestroika. Ha sido �ste un proceso aleccionador que no termina a�n y para verificarlo bastar�a remitirse a la cuesti�n chechena y a otras menos divulgadas por la prensa occidental. La perestroika fue un fracaso, pero destap�, con la alegr�a de un circo, la olla de las vicisitudes que se derivaron de la aplicaci�n de una pol�tica que exclu�a el respeto a la diversidad como elemento esencial de la cultura, ni m�s ni menos; lo mismo que le ocurrir� (le ocurre ya) a la globalizaci�n neoliberal en su intento por estandarizar la espiritualidad humana. Su descalabro ser�/es tan estrepitoso como vastas han sido y son las dimensiones de su proyecto usurpador.
En aquellos pa�ses y territorios jam�s afloraba p�blicamente una disonancia por insignificante que fuera y uno sab�a que las masas estaban insatisfechas y que los dirigentes y analistas pol�ticos no siempre tomaban en cuenta su opini�n. Sab�amos m�s; sab�amos que aquellas inquietudes tambi�n eran manipuladas y alentadas desde el exterior. Pero la distancia entre los principales responsables y las bases de la sociedad era a�n m�s abismal, lo que se agravaba en los pa�ses donde el socialismo no fue el resultado de un proceso hist�rico y revolucionario. A tono con esto, recuerdo que me correspondi� realizar una visita a Polonia en v�speras de las elecciones en las que Solidaridad se hizo por primera vez con el gobierno. En una funci�n de ballet, deb� sentarme junto a un alto dirigente del Partido Obrero Unificado Polaco y un ministro del gobierno. Como sab�a que las cosas no andaban nada bien para ellos, les pregunt� por separado, entre acto y acto de El lago de los cisnes, c�mo imaginaban el futuro de su pa�s. El funcionario del partido me respondi� lac�nicamente, como si yo lo importunara con aquella ocurrencia: �Debemos ganar ampliamente las pr�ximas elecciones�, y el ministro, que era un intelectual de relieve, si mal no recuerdo un romanista, sonri� y me dijo: �Me he postulado para senador. La pr�xima vez que visite Polonia, lo recibir� en la C�mara y tendr� m�s tiempo para dedicarme a escribir y hablar de literatura�. Ninguno de los dos acert� en absoluto. Viv�an tan enajenados de la realidad que terminaron crey�ndose sus propias fantas�as y las de sus ac�litos. Hubiera hecho falta una revoluci�n, pero la perestroika ni siquiera fue una aspirina.
Pero aquel pasado es historia; de ah� que podamos analizarlo en detalle. Me pregunto cu�l hubiera sido su desenlace de haber evolucionado de otra manera. No hay por qu� pensar que los fracasos excluyen irremediablemente la victoria, ni viceversa. En todo caso, prefiero concluir esta idea apropi�ndome de una frase del controvertido Ernst Bloch, idea que George Labica califica de provocaci�n: �El peor de los comunismos vale m�s que el mejor de los capitalismos�.

�Y qu� opinas de los intelectuales org�nicos?
Muchos dejaron de serlo verdaderamente y sus relaciones con los partidos, incluso �stos, se tornaron rutinarias, formales, sin margen para la participaci�n ni el debate. A tal punto llegaron las inconsecuencias que, a pesar de la magnitud de la debacle que se produjo a partir de finales de los ochenta, no se suscit� una sola acci�n de resistencia, intelectual o de masas, que haya merecido el reconocimiento de la historia, a no ser aquella rid�cula escaramuza que catapult� a Boris Yeltsin hasta el Kremlin y que careci� de m�rito alguno, pues fue m�s fruto de las veleidades acumuladas por Mija�l Gorbachov que de la consistencia ideol�gica de su sucesor. La consternaci�n que provocaron aquellos acontecimientos fue tan anonadante que George Bush padre, por entonces ducho en menesteres de la otra inteligencia, confesar�a en sus memorias, varios a�os despu�s, que nunca lleg� a imaginar que los cambios previstos (y fomentados por el imperialismo) transcurrieran con tal pasividad y armon�a.
Aquel camino no es precisamente el que deben proponerse los intelectuales que aspiran a transformar la realidad imperante en la actualidad. Aunque hay que se�alar que tampoco fue el camino elegido por los honrados de toda una vida, no s�lo aqu�, en el �as�ptico� Occidente, y sigo en l�nea con la sentencia de Bloch, sino all�, en la propia Europa Oriental; de ah� que sea injusto hacer t�bula rasa y culpar de todos los errores posibles a los viejos intelectuales comunistas cuando de este lado del mundo todos los d�as se cuecen habas y se cultiva la injuria y el bochorno que nos depara la traici�n. Si de rescatar lecciones se tratara, opino que la respuesta estar�a mucho m�s en asumir la actitud de Mayakovsky, Alberti, Nicol�s Guill�n y Pablo Neruda que la de Evgueni Evtuchenko, porque, al fin y al cabo, es mejor morir con la conciencia limpia y el humilde m�rito del deber cumplido, que ser eternamente un buf�n ni siquiera capaz de encontrar su corte.

Tu comentario a prop�sito de la deriva de un intelectual anta�o alabado y hoy bufonesco como Evgueni Evtuchenko me lleva a preguntarte por tu visi�n de los intelectuales en la actualidad.
En resumen y sin otra pretensi�n que facilitar este an�lisis, estar�amos hablando de cuatro tipos de intelectuales (tres de ellos tomados de la caracterizaci�n que hace Ignacio Ramonet en sus di�logos con Jorge Halper�n) y de su relaci�n con la realidad social: los todav�a org�nicos, que algunos descalifican por una parte de la experiencia hist�rica; los medi�ticos, que, a pesar de su encumbramiento, no cuentan a los efectos del cambio, pues son hijos predilectos del sistema hegem�nico; los indiferentes, que tampoco cuentan y cada vez son menos y los que pudi�ramos denominar hacedores de un pensamiento cr�tico, que se distinguen por su heterogeneidad y su oposici�n abierta y militante a la globalizaci�n neoliberal. Pero ser�a necesario escanciar el vino. No veo por qu� no es posible ser un intelectual org�nico de nuevo tipo, digamos en un caso como el de Cuba, y estar al mismo tiempo contra el capitalismo salvaje y participar permanentemente de una reflexi�n cr�tica desde la esencia misma de la revoluci�n, que entre nosotros significa tambi�n el partido. De cualquier forma, lo que menos debe importarnos en esta hora son los distingos etimol�gicos de genealog�a, pues soy de la opini�n de que todo lo que nos divida y distraiga de lo esencial (la impostergable unidad) favorecer� al imperio (que se comporta todopoderoso), sin que esto nos conduzca a obviar internamente el debate y las diferencias �tiles.

�Y en qu� consistir�an ese debate y esas diferencias �tiles en lo que concierne a la Cuba actual?
En Cuba, se debate de todo y a toda hora, incluso acerca del propio debate. Nosotros no s�lo somos anal�ticos, sino particularmente extrovertidos, y no por la influencia del tr�pico, que es lo que alegan los extra�os cuando no nos comprenden, sino porque encarnamos una mezcla de culturas heterodoxas, como las que dieron lugar a la Espa�a premoderna y al �frica fundadora de pueblos y civilizaciones, y porque poseemos conciencia hist�rica y formamos parte de una sociedad que no podr�a existir si no propiciara ese reflujo permanente de inteligencia y alegr�a. Los cubanos somos un parlamento en expansi�n; de ah� que en esta isla resulte muy dif�cil encontrar un ciudadano leal a su patria que no haya tenido la oportunidad de participar, de una u otra forma, en el proceso hist�rico de la revoluci�n. De no haber sido as�, no me explicar�a el hero�smo colectivo frente a las agresiones, que contra nosotros son permanentes y de todo tipo, ni la abnegaci�n con que asumimos el desarrollo de un proyecto social que hizo del mejoramiento humano su raz�n de ser.
Ac�, los intelectuales no observan los acontecimientos desde la barrera; son copart�cipes de la obra social y en su actuar cotidiano se comprometen y ejercen su derecho a opinar y a decidir, algo que, sobre todo en lo que ata�e a esto �ltimo, les resulta imposible en otras latitudes, donde, dicho sea de paso, pensar es cada vez m�s privativo de quienes detentan el poder o lo amplifican como portavoces. Desde los albores de la revoluci�n, se instituy� entre nosotros una pr�ctica que no ha cesado nunca y que comporta el di�logo y la discusi�n en todos los niveles y con todas las instancias de la sociedad. Recordemos aqu� lo que signific� el encuentro de Fidel con los intelectuales en junio de 1961. Aquella experiencia no qued� ah�, sino que devino program�tica y, desde entonces, han sido innumerables los congresos y reuniones que la han prolongado en el tiempo. Es que el propio Fidel es la ant�tesis de esos jefes de Estado, tan comunes en las an�micas democracias liberales, que se contentan con leer cuatro met�foras provistas por alg�n amanuense, cortar una cinta, y sonre�r y sonre�r y sonre�r, mientras piensan en c�mo escapar a tiempo para que nadie les espete la verdad en la cara. Fidel es en s� mismo el pensamiento y la acci�n y jam�s lo he visto eludir un tema en sus reuniones con intelectuales o con representantes de cualquier otro sector de nuestra sociedad.
Desde hace m�s de treinta a�os, vengo asistiendo a encuentros en los que se debate acerca de asuntos de la mayor trascendencia para el presente y el porvenir de mi pa�s e, incluso, del mundo, porque los cubanos tambi�n tenemos conciencia de nuestro tiempo y de nuestro lugar en la historia. En ese ver y hacer ininterrumpidos, he conocido a escritores y artistas preocupados (y ocupados, que es lo m�s importante) por el destino de las nuevas generaciones; la identidad nacional; la repercusi�n de los fen�menos que acompa�an a la globalizaci�n y la necesidad de afrontarlos desde la sociedad en su conjunto; los peligros de la corruptela; la frivolidad contagiosa de los medios de comunicaci�n, incluido el cine; la salud; el azote mundial del sida; el mejor uso de nuestros recursos intelectuales; la universalizaci�n del saber (en un pa�s como �ste, que es un aula total); las diferencias y desigualdades econ�micas; la ineficiencia de esta o aquella instituci�n y, tambi�n, c�mo no si hablamos de cultura, los he visto abundar en la especificidad del arte; en el valor patrimonial de un inmueble; en el cuestionamiento de un proyecto arquitect�nico que niega o empobrece nuestra identidad y en cuya decisi�n de erigirlo intervino cualquier cosa menos el conocimiento... Y esas opiniones, generalmente alentadas por una receptividad que las propicia, siempre han sido expresadas con absoluta libertad, pues su af�n no es el descr�dito, sino la perfecci�n de una obra que amamos porque sabemos nuestra. �Qu� es esto, sino un signo inequ�voco de madurez y democracia y una expresi�n concreta de la relaci�n que debe existir entre el arte, sus hacedores y la vida social?
Por �ltimo, perm�teme referirme a la contradicci�n irreconciliable y verdaderamente estrat�gica que nos impone el imperialismo con sus pol�ticas incivilizadas de acoso y terrorismo de Estado. Me refiero, por supuesto, al �ser o no ser� de los cubanos, no s�lo en las actuales circunstancias, sino como parte de un dilema que tiene ra�ces hist�ricas: en Cuba, estar a favor del imperialismo, equivale a estar contra la revoluci�n. Es algo que no admite concesiones, ni siquiera en �un tantito as�, como se�alara el Che con su proverbial elocuencia. La permanencia de la revoluci�n implica la existencia y continuidad de la naci�n cubana. Si se parte de esta premisa y se coincide en lo esencial y determinante, yo dir�a que todo lo dem�s es secundario, por muy trascendente que sea o nos parezca.

�Y cu�l ser�a la misi�n de los intelectuales en esta hora? �Y la del arte?
La gran misi�n de los intelectuales y el arte de nuestro tiempo, en su relaci�n con la vida social, es la de constituirse en parte indisoluble de las alternativas al modelo socio-econ�mico prevaleciente. Tales alternativas deber�an confluir cada vez m�s en una opci�n coherente y firme frente a la embestida imperialista. No es conform�ndonos con remiendos ocasionales como vamos a detener el auge neofascista, la ignorancia, la insalubridad, la pobreza, la falta de libertades, la guerra y el saqueo generalizado. Esta lucha se ha de asumir como de vida o muerte, pues de eso se trata. No envilecerse, ped�a Jos� Mart�, sino trascender hasta los que crean y fundan. Y habr�a que estar dispuesto a sacrificarlo todo en una batalla que es primordialmente ideol�gica, pero que no excluye el plomo ni el fuego, seg�n la latitud en que se libre y los fundamentos que la sustenten. �Hay que dotar de conceptos a la ira�, nos ha dicho Noam Chomsky, y la misi�n del intelectual contempor�neo deber�a pasar siempre por este desaf�o a su inteligencia y a su perseverancia.
Vivimos en un mundo viejo que se nos manifiesta como nuevo y, para explicar este mundo, es prerrequisito vivirlo con intensidad, como alguna vez nos advirti� el gran novelista y pensador cubano Alejo Carpentier, cuyo ejemplo de fidelidad a la cultura de los pueblos de Am�rica a�n est� a la espera de mejores estudios. Si sabemos que el arte no es propaganda, eso significa que tal especificidad no puede ser soslayada ni instrumentalizada desde el poder o la pol�tica. La mejor contribuci�n de un artista a su pueblo es, precisamente, el aporte inestimable de su obra.

�Rechazas, pues, la noci�n del arte por el arte?
La idea peregrina de vivir incontaminado en una torre de marfil que, por otra parte, siempre ha sido un punto de vista decadente y reaccionario, ha sido superada por la pr�ctica y por la historia universal de la cultura. Los puristas tienen poco que hacer cuando se sabe que el mismo d�a en que tuvo lugar el despreciable ataque al World Trade Center en Nueva York, donde murieron m�s de tres mil ciudadanos indefensos, en el Sur del mundo fallec�an diez veces m�s ni�os por inanici�n y enfermedades prevenibles. De estos �ltimos, como quien dice, casi nadie habla, mientras que de aquellos, inocentes tambi�n, sabemos poco menos que todo. Definitivamente, Manuel, vivimos en una �poca tan ideologizada, pero tan ideologizada, que hasta el olvido es culpable. Y a quienes hemos convertido el trabajo intelectual en un oficio, entre otros deberes, nos tocar�a no perder la memoria.

Manuel Talens (Granada, 1948) es escritor y periodista espa�ol. A partir de la publicaci�n de su novela La par�bola de Carmen la Reina, en 1992, ha alcanzado un lugar destacado en el panorama literario ib�rico. Es articulista en El Pa�s y www.rebelion.org, donde apareci� originalmente una versi�n m�s extensa de esta entrevista.

 


 

MEMORIA (México)

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MEMORIA

Revista mensual de pol�tica e historia, n� 180, febrero de 2004 (M�xico)

 
 

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Manuel Talens 2004