El escritorio de Manuel Talens

ART�CULOS DE OPINI�N EN  El País

Peripecias de un libro
MANUEL TALENS


He aqu� el art�culo que un librero (an�nimo) de Velluters me manda para su publicaci�n:
Si los b�rbaros allende el Pirineo se hubieran tomado alguna vez la molestia de volver sus ojos hacia este pa�s, habr�an podido evitar un mont�n de elucubraciones est�riles sobre Perceval, el rey Art�s o Jos� de Arimatea, y quiz�s el Parsifal de Richard Wagner no existir�a; pero en su ignorancia, nunca sospecharon que la reliquia que dio origen a tanto verso no necesitaba b�squeda alguna, pues hab�a sido tra�da a Espa�a por san Lorenzo el a�o 261. Me refiero, claro est�, al Santo Grial o, si se quiere, al Santo C�liz de Valencia.
Nadie, ni siquiera el estamento eclesi�stico hispano (siempre tan cient�fico y deseoso de autenticidad en temas de fe), duda que la taza de calcedonia con peana de oro y piedras preciosas que se venera aqu� sea el genuino recipiente del que bebi� el Mes�as en la �ltima cena. A partir del siglo XV abundaron los libros que proclamaban bien alto la gran fortuna de esta ciudad por haber sido elegida, desde 1437, para la custodia de dicha joya. Baste citar a autores como Calixto Palangerio (1489), Pedro Anton Beuter (1563), Gaspar Escolano (1610), Ausi�s Huguet (1817) o el reciente y documentado estudio arqueol�gico de Antonio Beltr�n (1960). El difunto profesor Gar�n dio por perdido uno de estos vol�menes: Calix Domini Iesuchristi del can�nigo Angeli�n Ga�ote (Fortaleny 1731 - Valencia 1814), editado en X�tiva el a�o 1772. Yo acabo de recuperarlo por un albur de la providencia.
Debo al amor por los papeles antiguos que profesa desde su juventud mi amiga Bronislawa Grundberg, de Mendoza (Argentina), el haber podido examinar -lo tengo en mis manos- un original de dicha editio princeps, hoy inencontrable en Espa�a, ya que la biblioteca valenciana que pose�a los dos �ltimos supervivientes ardi� en un bombardeo franquista durante los �ltimos d�as de nuestra guerra civil (lenguas viperinas dicen que Antonio Machado los hab�a sustraido con anterioridad y que desaparecieron con �l en su triste exilio de Colliure, pero ya se sabe que la maledicencia entre poetas es una lacra incurable).
Las peripecias aventureras de este ejemplar que me ocupa hoy, quiz�s el �nico existente en la actualidad de los cien que fueron impresos seg�n constata el propio Ga�ote en su pr�logo, merece ser contada en breves palabras: tuvo al menos dos propietarios en la pen�nsula, que dejaron sus nombres escritos con cuidada caligraf�a en la segunda p�gina par; el primero fue un tal Flori�n Quilis Mercader, de Sueca, y lleva la fecha de 1781. Lo adquiri�, por lo tanto, poco despu�s de su aparici�n. La segunda, do�a Clementina Valbuena Rovira, marquesa de Piedras Altas, anot� su firma en 1802. Dicha arist�crata albacete�a, que luego alcanzar�a dudosa celebridad como amante del general franc�s Sebastiani durante la invasi�n napole�nica, debi� sin duda hacer llegar el libro a Burdeos, ya que el tercer y �ltimo propietario que aparece escrito a tinta -y primero fuera de nuestro pa�s- se llam� Monsieur Gaston de la Plaine-Varissac, y lo posey� en dicha ciudad en 1827. A partir de ah�, la obra del can�nigo Ga�ote se pierde en el olvido durante m�s de un siglo, reapareciendo en Montevideo hacia 1934, cuando Carlos Gardel, poco antes del accidente que le costara la vida, lo compra en el remate de un prost�bulo que regentaba una marsellesa -pariente lejana suya- formando parte de un lote que inclu�a palanganas estilo rococ�, relojes imperio, espejos neocl�sicos y plumajes acariciadores de partes pudendas inspirados en los c�lebres torche-culs de Pantagruel. Lo curioso de esta an�cdota gardeliana -que refiere detalladamente su mejor bi�grafo, el doctor Mario Bejerman (Vida secreta del gran Morocho, Editorial Cangallo, Buenos Aires 1992)-, es que el c�lebre tanguista no adquiri� tales excentricidades para s� mismo -es bien conocida su aversi�n por los cachivaches-, sino que aprovech� una gira que ten�a contratada en la capital uruguaya para hacerle este favor a un anticuario amigo suyo de la calle Corrientes bonaerense, el cual revendi� el Calix Domini Iesuchristi a un librero de Laprida con Arenales, y fue all� donde lo adquiri� Bronislawa Grundberg, rescat�ndolo de una p�rdida inapelable.
Lo que es la vida. �Qui�n se atrever� a poner en duda ante un caso como �ste que los libros pr�digos terminan siempre por volver al hogar donde nacieron?

 

EL PA�S-Comunidad Valenciana, mi�rcoles 2 de octubre de 1996.

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