El escritorio de Manuel Talens

ART�CULOS DE OPINI�N EN  El País

El T�o Pepe cabalga de nuevo
MANUEL TALENS


Cuando menos lo esper�is, os sorprender� al pasar cualquier domingo por las calles del casco antiguo de Valencia, vestido de forma estrafalaria y ondulando en el asfalto sobre una bicicleta disfrazada de barquito de papel o de caballo cascabelero. Galopar� fugaz junto a vosotros sin mirar a izquierda ni a derecha, aparentemente ajeno al caos del tr�fico ciudadano. Se llama Jos� Garc�a Ballester, aunque todos sus amigos -y tiene muchos- lo llaman el T�o Pepe.
Es hijo del Cabanyal, donde naci� el a�o 1921. Cat� diferentes oficios en la Espa�a desahuciada de la posguerra: labriego, transportista, descargador de muelle y empleado en una f�brica de jab�n. Al final, sac� provecho a su destreza infantil de arreglador de ruedas y, hasta el d�a que le toc� jubilarse, fue mec�nico de bicicletas con taller propio en la calle del Rosario.
Pero a la inversa de lo que sucede con la mayor�a de la gente, Jos� Garc�a Ballester encontr� su verdadera vocaci�n en la cuesta abajo de la vida. Ocurri� hace casi veinte a�os de manera imprevista, cuando un cliente suyo apepin� la rueda de su moto en un golpe frontal y se la trajo para que la arreglara. Las ondulaciones a que daba lugar le hicieron tanta gracia a nuestro amigo que decidi� ensayarlas “cient�ficamente” en una bicicleta de su propiedad. Para que el invento funcionase sin problemas, discurri�, era necesario que las ruedas siguieran siendo circulares. Busc� entonces la sensaci�n de galope desplazando el eje fuera del centro. Aquello, claro est�, cre� problemas aerodin�micos que lo obligaron, entre otras cosas, a instalar frenos de tambor. Cambi� medidas, desvi� radios, reforz� el cuadro, adapt� el sill�n y termin� por crear un artefacto original, h�brido a mitad de camino entre la bicicleta y el cachivache de feria que, por lo extravagante de su dise�o, desafiaba las leyes de la F�sica y del sentido com�n. �l entonces no lo sab�a, pero la ma�ana que sali� a darse una vuelta montado en su aparato por la plaza de la Reina, estaba dando cuerpo al primer borrador de uno de esos personajes que hoy alegran el escenario de las calles de Valencia.
La bicicleta saltarina fue evolucionando poco a poco. Lleg� a ser toro de lidia, caballo, barca y carricoche, amenizada siempre con banderitas, cencerros o platillos que orquestaban su avance con un jaleo de verbena, y el jinete comenz� a adaptar su indumentaria para cada ocasi�n: sombrero de copa, gorra de capit�n o escupidera con penacho de plumas. Surgieron tambi�n los ep�grafes que lleva escritos y que tanto gustan a la gente: “Si quieres llegar o viejo, mueve el pellejo”. O bien: “Haga fr�o o calor, con bicicleta se viaja mejor”. O ese con doble sentido: “El que mueve las piernas, mueve lo otro”.
Eterno entusiasta, bautiz� su casa con el nombre de Villa Quitapenas. Ahora, con setenta y cinco a�os bien llevados, concurre los domingos y festivos a su cita teatral y, por el mes de enero, el d�a de san Antonio, monta en el “caballo” y acude a la parroquia para que se lo bendigan junto con los otros animales del barrio. En ocasiones rebasa su entorno, dej�ndose caer por alguna celebraci�n popular: en Sueca lo han visto varias veces durante la fiesta del arroz. Los ecologistas lo buscan, los ni�os lo adoran y los extranjeros gastan carretes por docenas haci�ndole fotograf�as. Pertenece a una especie cada vez m�s rara, la de aquellas criaturas cuya singularidad les brota de manera espont�nea y no es utilizada para obtener beneficios. Disfruta cuando los paseantes le hablan y rechaza cualquier tipo de ofrecimiento monetario. Vive de lo que tiene y se conforma con que lo quieran. No es un actor, sino un artista, un ninot viviente salido de una falla imaginaria y, a su modo, se ha convertido en un reclamo tan imprescindible como el Miguelete.
Este fan�tico de la tracci�n a pedal se encuentra a la misma altura en mi estima que el Rat�n P�rez, que los Reyes Magos o que Peter Pan, y cuando los domingos holgazaneo sin rumbo fijo, albergo siempre la secreta esperanza de verlo surgir por la torcedura de una bocacalle, endulz�ndome el d�a con su aspecto desali�ado. Y cada vez que leo los nombres ins�pidos de entelequias ret�ricas con que funcionarios poco imaginativos y de cerebro crudo van apellidando las nuevas arterias de la ciudad -esa Calle de los Derechos Humanos o aquella Avenida de la Constituci�n-, pienso que un chiflado tan cuerdo como Jos� Garc�a Ballester ha hecho ya todos los merecimientos necesarios para que el Carrer del T�o Pepe se haga realidad y se eternice en el callejero de Valencia, ya que el abuelo de Villa Quitapenas es como aquellos vaqueros maravillosos que aparec�an en las pel�culas de John Ford y que, al salir del cine, nos dejaban el deseo vehemente de volver a entrar para verlos cabalgando de nuevo.

 

EL PA�S-Comunidad Valenciana, martes 30 de enero de 1996.

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