El escritorio de Manuel Talens

ART�CULOS DE OPINI�N EN  El País

Vicentico
MANUEL TALENS



�rase una vez un famoso atracador canadiense que termin� por caer entre las garras de la justicia. M�s tarde, durante el proceso, el juez le hizo una pregunta de �ndole moral:

-�Por qu� roba usted bancos?

A lo que el bandido respondi� con una abrumadora l�gica cartesiana digna del mejor materialismo hist�rico:

-Porque es donde est� el dinero.

De manera completamente involuntaria, supongo yo, el hombre acababa de poner su dedo sobre la llaga del sistema de poseedores y aspirantes a serlo en el que siguen las cosas desde la noche de los tiempos.

Esta an�cdota real de los anales del bandolerismo me ha venido a las mientes no hace mucho, a ra�z de un encuentro fortuito con alguien que conoc� en mi ni�ez. Andaba yo por Guillem de Castro y se me acerc� un mendigo pidiendo por caridad. Era un hombre de aspecto carniseco, zancajoso y macilento, y su rostro afilado me result� familiar. Pero no tuve reflejos para romper la sorpresa y preguntarle si lo conoc�a de algo, y prosegu� camino despu�s de poner en su mano unas cuantas monedas. Su figura continu� rondando en mi memoria durante varias semanas, como uno de esos estribillos pegajosos que uno no es capaz de quitarse de encima y, por fin, cuando menos lo esperaba, record� la placeta luminosa del pueblo valenciano donde yo pasaba los veranos de peque�o y lo vi de charloteo en el casino. Voy a llamarlo aqu� Vicentico.

Armado de curiosidad por conocer los altibajos de una vida que, al parecer, hab�a menguado desde la normalidad hasta la m�s m�sera condici�n ciudadana, he vuelto al pueblo para indagar los pormenores de tal decadencia, y la sorpresa que me llev� puso a prueba mi ya escasa capacidad de admiraci�n.

Resulta que Vicentico es p�caro de oficio. Vive con su madre en una casa confortable, tiene pisos de alquiler, una cuenta abultada y participa siempre en las actividades religiosas del lugar: no hay procesi�n ni sufragio a los que no acuda luciendo sortijas y perendengues. Pero cada ma�ana trastoca la m�scara y se viste de pobre, adoptando aires de sufrimiento con la ayuda de una crema maquillante que da a su piel el tono ict�rico que yo tom� por enfermedad. Luego, haciendo pulgar, enfila el camino de Valencia para practicar su faena.

He pensado mucho �ltimamente en Vicentico tratando de compararlo con alg�n personaje literario, y acabo de llegar a la conclusi�n de que es el cruce perfecto nacido del hipot�tico mestizaje del Lazarillo con el Busc�n don Pablos. Veamos por qu�: L�zaro de Tormes, cuando escribe a “Vuestra Merced” la relaci�n de su caso, ha dejado atr�s la vida picaresca y vive perfectamente integrado en la sociedad tras casarse con la barragana del arcipreste de Sant Salvador. Por su parte, el rufi�n de Quevedo, ajeno a cualquier escr�pulo de conciencia, asume de firme la vida del hampa y se sumerge en ella, pues como observa con clarividente socarroner�a, �vine a resolverme de ser bellaco con los bellacos, y m�s, si pudiese, que todos�.

Vicentico es el subproducto l�gico de la doble moral, de esa manera de pensar que inculca en sus hijos el pasmo ante los �dolos millonarios, el supremo anhelo de vivir de las rentas y el aplauso al listillo que enga�a a los dem�s sin trabajar ni perder las plumas en la empresa. Desde dicha perspectiva, es un hombre consecuente, la realidad que supera a la ficci�n. Transgresor inofensivo, disfruta al mismo tiempo de la integraci�n social y de la tunanter�a, y no ser� yo quien intente “salvar su alma” haci�ndole preguntas cristianas como la del juez arriba evocado, ya que podr�a toparme con una respuesta tan desarmadora como la del atracador de bancos.

No es verdad que hoy seamos tan distintos del mundo corrupto de los Austrias que fustigara subliminalmente la primera novela mundial de los tiempos modernos. Ha cambiado el paisaje, pero no los protagonistas, pues, en suma, �no sigue siendo la pauta que por las calles espa�olas mendiguen miles de pobres verdaderos, que junto a �stos florezcan las mayores opulencias y que, entre ambos, cual moscones del tocino, tijereteen p�caros vivarachos de la ralea de Vicentico, a la raspa de un fest�n injustamente repartido?

Los espejismos ilusorios de la posmodernidad saltan en a�icos como costras pustulosas al rascar profundamente en el pellejo de Espa�a, y estoy seguro de que si L�zaro, don Pablos o Estebanillo Gonz�lez -por mor de un milagro garc�amarqueziano- resucitaran en cualquier ciudad de nuestro pa�s, tras convivir un poco con las gentes o leer peri�dicos al buen tunt�n, no tardar�an en identificar unos vicios de fondo que nos negamos a corregir: los mismos ricos, los mismos pobres, y con el olfato hereditario de la buena picaresca, sabr�an husmear la bolsa apetecible donde afanar dinero, ya que �ste sigue permaneciendo, por la gracia de Dios, donde debe estar.

 

EL PA�S-Comunidad Valenciana, jueves 6 de julio de 1995.

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