El escritorio de Manuel Talens

ART�CULOS DE OPINI�N / DIARIO EL PA�S  

Actor ante el espejo
MANUEL TALENS



Empieza la funci�n. El escenario es un cuarto de ba�o lujoso, como le corresponde al personaje del actor que acaba de entrar (fue un regalo del empresario que hizo fortuna vendiendo estatu�llas kitsch, porque los favores se pagan). El actor lo renov� por completo cuando hace unos a�os represent� la compra -a un precio notarial de ficci�n- de este piso enorme donde ahora vive, sito en el mejor inmueble de la ciudad. Tiene de todo: una ba�era jacuzzi con grifer�a de oro de 14 quilates, sauna, televisi�n, v�deo y suave m�sica de ambiente, que su asesor en estos menesteres -un antiguo vocalista de medio pelo- sol�a seleccionar para �l hasta que hace poco se vio forzado a dimitir del cargo, tras un grave esc�ndalo en la capital. Al fondo, desde la ventana panor�mica, se ve el mar infinito.

El actor a�n no ha cumplido los cincuenta a�os y se conserva bien: pelo corto, ni una cana en la cabeza y s�lo tenues arrugas en las comisuras de los p�rpados, lo normal para su edad. El primer acto trata de que se acaba de levantar y por eso ha puesto cara de dormido. Ataviado con un pijama de seda, entra en el cuarto de ba�o y enciende la luz con la mano izquierda. Los focos hal�genos indirectos, al iluminarse, desencadenan autom�ticamente la voz de Julio Iglesias, que canta una de sus melod�as m�s conocidas.

El actor se mira en el espejo y sonr�e. 'Soy un se�or', le musita a la imagen invertida que el cristal -p�blico sumiso- le devuelve. Aprieta ambos pu�os y ejecuta unos amagos de boxeo. Golpea luego sutilmente la superficie plana y hace una falsa mueca de dolor. Se rehace enseguida: 'No, a m� no hay quien me tumbe'. Despu�s, baja la cabeza, apoya la barbilla sobre el pecho y se contempla de medio perfil. Es lo �nico que detesta de su anatom�a, la papada. Incluso est� pensando en que le hagan una liposucci�n en Estados Unidos durante las pr�ximas vacaciones.

Extiende la crema de afeitar sobre sus mofletes algo abultados -que le dan un aspecto de ni�o bueno entre el p�blico femenino- sin dejar de mirarse fijamente a los ojos. A continuaci�n, mientras desliza la maquinilla de triple hoja que elimina el sombreado de la barba, deja vagar la mente por su fama actual.

'Soy honorable', dice, y el solo hecho de decirlo le desencadena una carcajada. 'Los peri�dicos llaman honorable a mi personaje y eso ya no hay quien me lo quite'. A coro, como si ambos se hubiesen puesto de acuerdo, Iglesias le responde: '... soy un truh�n...'.

El actor entorna los ojos y siente un malestar, porque acaba de acordarse de cuando los actores de una compa��a rival le grabaron conversaciones telef�nicas comprometedoras que estuvieron a punto de cercenar su carrera. Menos mal que la jugada no prosper�. Se libr� de chiripa. Pero no cejan: la trascripci�n de lo que dijo anda en Internet y eso es malo para la imagen, por mucho que el p�blico lo adore todav�a. Desde aquel susto mide sus palabras en cada nuevo contrato, pues nunca se sabe, y redobla las precauciones durante los ensayos. Es consciente de que en esta profesi�n ya nadie est� a salvo y no desear�a verse las caras con los actores enemigos que interpretan la ley en el Teatro de la Justicia.

Ante el espejo, el actor piensa en la tragicomedia que representa a diario desde 1995: hace el papel de presidente.

 


 

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EL PA�S-Comunidad Valenciana, martes 23 de octubre de 2001.

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