El escritorio de Manuel Talens

ART�CULOS DE OPINI�N EN  El País

La fe
MANUEL TALENS



Para alguien como yo, que ha vivido en muchos sitios, desconf�a de las patrias y cree a pies juntillas que himnos y banderas son pamplinas, el fen�meno tribal del f�tbol tuvo siempre categor�a de misterio. Lo practiqu� de peque�o en el colegio durante los cort�simos recreos que toleraba la firme disciplina de los maristas, pero era una forma ingenua de liberar las energ�as ‹como quien desbrava un potro‹, no la m�stica financiera en que se ha convertido hoy. Adem�s, �qu� otra cosa iba uno a hacer en tiempo muerto, si el rock, aunque ya arrasaba en Memphis, a�n no hab�a llegado a Espa�a y tampoco exist�an maravillas como el Walkman, el CD player port�til o las miniconsolas matamarcianos?
Y no es que faltaran hinchas en el peque�o mundo de mi infancia. El Granada CF militaba entonces en Primera Divisi�n (creo que ahora anda entre los piojosos), pero yo me cur� en salud una vez que un vecino de mi calle la casc� de berrinche de miocardio durante un partido en que la Real Sociedad gan� en Los C�rmenes por goleada. Supongo que la contemplaci�n de la llorosa viuda presidiendo el entierro me sirvi� para afianzarme en la certeza de que hay cosas m�s importantes que darle puntapi�s a un cuero redondo, y he llegado a la madurez como un bicho cada vez m�s raro en este pa�s cuya afectividad pasa de la euforia a la melancol�a seg�n los altibajos de la Liga.
El virus futbol�stico ataca a todos los oficios, incluido el de escritor. Manuel V�zquez Montalb�n o Javier Mar�as son forofos incondicionales del balompi� y Luis Landero me pidi� disculpas hace un par de a�os por no quedarse a cenar en un viaje a Valencia: ten�a que volar de regreso para ir al Bernabeu a ver un partido del Real Madrid.
Hay algo de sobrenatural e indescifrable en estos fen�menos de masas. Con el escepticismo del descre�do, observ� hace unas semanas la alegr�a de esos fieles que, en Portugal, levitaron de beatitud tras la divulgaci�n del llamado tercer secreto de F�tima. Sin duda est�n hechos de la misma pasta que quienes este mes han vivido sin vivir en s�, pendientes de una quim�rica victoria del Valencia en Par�s.
Ahora que resulta digno del g�nero p�rvulo tomarse en serio eso de que la Virgen desvi� la bala de Ali Acca para salvar el pellejo de Karol Wojtila, el f�tbol brinda milagros m�s hermosos y asequibles. Yo afirmo sin rodeos que las l�grimas de Ca�izares tras la derrota parisiense o la galopada de Ra�l con el bal�n pegado al empeine tienen actualmente m�s valor lit�rgico en el coraz�n de los pueblos que la Sant�sima Trinidad o la inmaculada concepci�n del Verbo, porque no enredan con misterios metaf�sicos: son visibles, los comprende hasta Roci�to y se pueden disfrutar una y otra vez rebobinado la videocasete. Los futbolistas en los estadios cumplen la antigua funci�n de fetiches que anta�o ten�an los santos en las iglesias. Catolicismo y f�tbol: las religiones cambian, la fe permanece.
A pesar del descalabro de los del Mestalla, muchos valencianistas fantasean ya con una victoria en la pr�xima Champions League. Hay que aferrase a algo para no enloquecer. La fe inquebrantable en un sue�o, el que sea, es cloroformo bendito que amortigua la realidad. Sin fe, por ejemplo, Rita ser�a Rita y Zaplana, Zaplana. Como para pegarse un tiro.

 

EL PA�S-Comunidad Valenciana, martes 30 de mayo de 2000.

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